«Este es el motivo verdadero por el que merece ser llamado «Alejandro el Grande»».
Cuando existe tal proliferación de ensayos sobre Alejandro Magno en las librerías, cuando durante décadas (¿he dicho décadas?; mejor durante siglos) no han dejado de aparecer títulos sobre la vida, obra, milagros, defectos, virtudes, vicios, conquistas, flaquezas y pasiones de Alejandro III, rey de Macedonia, el lector que busca saber «quién fue» ese individuo, más que «quién dicen que fue», lo tiene crudo para separar el grano de la paja y decidirse por alguna lectura. Si por casualidad ese lector se cruzara con este libro que ahora comento podría dar en gran medida por cumplida esa misión y felicitarse por tener entre manos uno de los mejores ensayos que se han escrito sobre el macedonio, si no el mejor.
En estas páginas de Hislibris se ha tratado con bastante frecuencia del rey Alejandro dando así fe de que, más que protagonista de alguna que otra monografía, el macedonio constituye una auténtica categoría temática en las estanterías de cualquier biblioteca. Así, en cuanto a la ficción, se ha hablado por aquí de Alejandro Magno de Gilbert Haefs, El maestro de Alejandro de Annabel Lyon, Alejandro Magno, imperio de ceniza de Nicholas Nicastro, El secreto del oráculo de José Ángel Mañas, La campaña afgana y La conquista de Alejandro Magno, ambos de Steven Pressfield, la trilogía Alexandrós de Valerio Massimo Manfredi, Alejandro y las águilas de Roma de Javier Negrete, incluso el anónimo Libro de Alexandre; y en ensayo también se han comentado títulos, aunque no tantos: Alejandro Magno. Conquistador del mundo, de Robin Lane Fox, Alejandro Magno de Roger Caratini o El genio de Alejandro Magno, de N.G.L. Hammond. Bien, pues aquí viene uno más de este último autor, Hammond, sobre cuya vida y obra ya se dijeron algunas cosas en aquella reseña.
Difícil sería encontrar en las librerías este Alejandro Magno. Rey, general y estadista, de N.G.L. Hammond, que Alianza Editorial publicó hace casi 20 años y que está descatalogado desde hace también mucho tiempo. Sí es más localizable, por ser más reciente, El genio de Alejandro Magno, escrito bastantes años después del anterior y con el que Hammond pretendió hacer un libro más cercano al lector medio (y ello no quiere decir que el primero sea especialmente complicado de leer, porque no lo es) y aprovecharlo para redondear algunos aspectos que en aquel habían quedado abiertos.
El principal argumento de Hammond en este libro, que debería serlo en cualquier ensayo de estas características, es que para escribir sobre Historia Antigua en general y sobre Alejandro en particular hay que usar las fuentes y usarlas bien. Es decir: hay que tratar de tener al alcance todo lo que hay sobre el tema, valorarlo con criterio sano y libre de prejuicios, ver cómo se interrelaciona entre sí, investigar cómo ha llegado a nosotros, y en base a ello sacar conclusiones si se puede o, si las conclusiones no son posibles, conformarse con la exposición del asunto. Reproduzco un párrafo de un libro reciente, casualmente también dedicado a Alejandro Magno, que define perfectamente la labor del investigador histórico a la que se refiere Hammond:
«La buena crítica de las fuentes constituye, pues, una labor detectivesca. Se recopilan las pruebas relatadas y, luego, se procede a valorar la credibilidad del testigo. Todo lo que pueda determinarse sobre la fuente (vida, origen social y político, sesgos y tendencias, etc.) puede ayudar a calibrar si el testigo en cuestión está explicando la verdad o la está tergiversando. Por otra parte, tampoco hay que olvidar la pregunta obvia sobre si quien nos proporciona la narración es un testigo presencial o se trata de alguien que la obtuvo de segunda (o incluso tercera) mano, o si su relato se ha podido ver sometido a algún tipo de censura. ¿El autor original era libre de decir la verdad? ¿Recibió presiones para callar ciertas cosas o, incluso, para mentir? A estas consideraciones hay que añadir el hecho de que, dado que la información no procede directamente del testigo (ni por testimonio oral ni por haber sido escrita de su propio puño y letra), existe el riesgo de que se hayan producido errores en el proceso de transmisión, especialmente cuando dicho proceso abarca siglos y milenios. ¿Qué error es textual (es decir, debido a la transmisión escrita) y cuál es atribuible al propio autor? A veces, los comentarios aclaratorios (glosas) que se habían anotado inicialmente en los márgenes de los manuscritos acaban incorporados al texto principal por la intervención de un copista posterior, quien tal vez creyera que aquella nota al margen representaba una parte del texto original que había sido omitida por accidente. Otras veces, el editor de turno creyó simplemente que sabía más que el autor y cambió lo que consideraba que era un error, con lo que vino a arrojar más confusión sobre los detalles iniciales. Llegado el momento, el buen detective compara las versiones de diversos testigos (si tal cosa es posible). De todos modos, al final, el crítico de fuentes (si de verdad se propone escribir historia) debe presentar las pruebas ante el tribunal de la opinión académica, con lo que se transforma en un abogado que intenta exponer los datos (y su argumento) de la forma más convincente posible. Puede que se trate de un enfoque anticuado, no lo vamos a negar, pero en modo alguno desdeñable.»
Waldemar Heckel, Las conquistas de Alejandro Magno. Gredos, 2010
El texto de Hammond se apoya continuamente en las fuentes conservadas sobre Alejandro, indicando cuáles son estas tan a menudo como lo considera necesario. En un paso previo ha hecho un análisis de las mismas, que en el caso de Alejandro Magno no son pocas (aunque en términos generales siempre serán insuficientes, por desgracia); como fruto de ese análisis Hammond concede mayor credibilidad a unas que a otras y coloca en cabeza y a distancia de los demás los textos del historiador griego Arriano, que vivió más de 400 años después que Alejandro. Esta fuente será el báculo con el que camine el estudio de Hammond, sin renunciar por ello a otros autores (Clitarco, Diodoro, Plutarco…) pero dándoles un menor margen de confianza. Y es precisamente este espíritu crítico no ya sobre la figura de Alejandro sino sobre los que dijeron cosas de él, sobre las fuentes, lo que Hammond considera imprescindible para poder hablar de una manera seria sobre el macedonio. En referencia a una obra «de peso» en el panorama bibliográfico reciente sobre Alejandro, la antes citada Alejandro Magno. Conquistador del mundo, de Robin Lane Fox, escrita unos años antes que la de Hammond, dice este lo siguiente:
«Tales análisis [de las fuentes] son, en mi opinión, fundamentales. Las obras que carecen de los mismos (sobre todo R. Lane Fox, Alexander the Great, Londres, 1973) […] tienden a ser interpretaciones subjetivas con poca base en el método histórico».
Y también en alusión a otro de los más destacados y recientes ensayos dedicados al Magno, el Alejandro Magno de A. B. Bosworth, comenta Hammond:
«Ambos coincidimos en muchos puntos, por ejemplo en los últimos planes de Alejandro. Pero las diferencias son radicales. Bosworth no pretende ni trata de que el lector distinga entre las fuentes de información […] Él elige todo aquello que ilustre su propia concepción de Alejandro […] Bosworth hace lo que en mi opinión son juicios arbitrarios, e infravalora o no toma en consideración a Arriano y a las fuentes fiables en las que éste se basa».
El nivel de exigencia de Hammond en la investigación histórica es, como se puede ver, altísimo.
Son también de destacar en este ensayo otros aspectos. Así, Hammond tiene especial predilección por los recuentos de efectivos. En todo momento está el lector informado de con cuántos hombres cuenta Alejandro, cuántos ha enviado aquí o allá, con cuántos va a enfrentarse al enemigo, cuántos son esos enemigos, cuántas bajas ha causado tal o cual enfrentamiento, cuántos refuerzos ha recibido, cuántos efectivos han sido destinados a este o aquel sitio… Este afán por actualizar tan escrupulosamente esos datos puede justificarse fácilmente: por un lado, son números que despiertan un gran interés en muchos lectores; por otro, las propias fuentes también informan de ello y, como se ha dicho, Hammond las sigue a pies juntillas; en tercer lugar, son números que, salvando las distancias y teniendo en cuenta que la mayoría de los lectores no habrá participado en hechos bélicos ni campañas similares, permiten valorar y dimensionar de manera más ajustada las acciones de Alejandro Magno. Este último objetivo también puede lograrse utilizando otro tipo de cálculos numéricos, como los de las distancias recorridas y el tiempo empleado en ello; Hammond hace en ocasiones alusión a eso pero no lo maneja con la asiduidad con que sí utiliza los recuentos de personas. Así por ejemplo, el repaso de los efectivos del ejército macedonio en el momento del ascenso de Alejandro es minucioso hasta el punto de distinguir el número, tipo, origen y habilidades de cada uno de los escuadrones de infantería o caballería que lo componen.
Casi siempre fiel a Arriano y guardando prudencial distancia con las fuentes que constituyen lo que se conoce como la «Vulgata de Alejandro» (Clitarco, Curcio, Diodoro), Hammond elabora un texto desmitificador del macedonio, en lo bueno y en lo malo, desmontando algunos elementos que forman parte del imaginario alejandrino pero que no resisten un análisis crítico serio. Según el autor, no es verídico el enfrentamiento entre Atalo y Alejandro, o el enfado de éste por la boda de su hermano, o la participación (de él o de su madre Olimpíade) en la muerte de Filipo. Con el mismo sentido crítico se analizan las actuaciones de Alejandro ante las varias conspiraciones para poner fin a su vida (incluyendo la muerte de Parmenión), o la decisión de arrasar Tebas, o el incendio del palacio de Persépolis, o la gestión de los motines de su tropa reticente a avanzar hacia el este. En todos esos sucesos Hammond razona y concluye en Alejandro un comportamiento correcto y acorde con cada situación. Deviene así el ensayo una obra casi laudatoria, aunque en ningún momento cae en el elogio gratuito. El proceder de Alejandro es en todo momento el que ha de ser, y solo en contadas ocasiones destila Hammond algo de subjetividad cuando habla de la generosidad o de la benevolencia del rey. Pero en general el ensayo rehúye siempre entrar en valoraciones de tipo psicológico, en análisis de personalidad o cosas parecidas, lo cual no todos los estudios sobre Alejandro hacen. ¿Fue Alejandro un borracho? Nada (ningún dato serio, se entiende) indica que bebiera más de lo que era habitual en aquel contexto histórico. ¿Odiaba a su padre, estaba sometido a la voluntad de su madre, tenía accesos de ira, era homosexual? De nuevo, la respuesta a esas preguntas no son más que interpretaciones de datos poco fiables, de noticias sobre la «leyenda de Alejandro» que en muchos aspectos poco tiene que ver con la realidad que revelan las fuentes.
Pero el gran valor de este ensayo radica en lo que apunta su subtítulo. En palabras de Hammond:
«El propósito de este libro es mostrar la mayor parte de los testimonios e introducir al lector en el proceso de su evaluación; establecer del modo más aproximado posible lo que Alejandro y sus macedonios hicieron realmente y hacer una valoración de Alejandro en su vida pública como rey, general y estadista».
La obra no es una biografía de Alejandro, no es un recorrido por sus hechos, no es un análisis de sus acciones bélicas (aunque inevitablemente sí sea todo eso). Hammond no trata de encumbrar a Alejandro como militar, aunque el análisis de la campaña en el norte de Macedonia, de las grandes batallas en Asia o de su campaña en la India, dejan poco lugar a las dudas. Lo que esta obra busca es, por un lado, presentar al rey de los macedonios precisamente como tal, es decir, ejerciendo como rey, teniendo siempre presente lo que eso significa, como también lo que significa ser el hegemon, el líder de los griegos. Y por otro lado, lo que este ensayo logra es deshacer la imagen de Alejandro como mero conquistador de territorios, como simple acaparador de tierras, y atribuirle el valor que realmente le corresponde como organizador, como administrador, como estadista. Con el apoyo constante en las fuentes y el análisis crítico de lo que estas dicen, Hammond presenta un Alejandro que no se limita a «tomar por la lanza» el imperio persa sino que más bien eso, el tener que empuñar las armas para desposeer a los persas de su imperio, es un trámite necesario para su auténtico objetivo, un objetivo que va más allá de lo que un simple militar, por muchas excelencias que reuniera, sería capaz de llevar a término. Al decir de Hammond, Alejandro pretendía establecer una estabilidad en la comunión entre griegos y asiáticos, una unidad integradora de las diferencias entre unos y otros, una convivencia pacífica y ordenada que va más allá del puro afán de conquista, de la simple constitución de un imperio, del mero cobro de un tributo. Esa pretensión requería de una administración eficaz, de unas comunicaciones fiables, de una economía estable, de una integración social en régimen de igualdad. Y esa pretensión tomó cuerpo durante los años que vivió Alejandro, si bien sus sucesores no supieron o no quisieron conservarla.
El libro de N.G.L. Hammond, pese a lo que pueda parecer, está dirigido al público en general. El relato de los hechos de Alejandro es fluido y solo se ve entorpecido, si es que eso es un obstáculo y no una riqueza, por la profusión de datos, nombres de lugares y cifras. Al lector casual (no al realmente interesado) quizá le pareciera algo pesado pero no es desde luego un texto erudito, aunque si se lo compara con su «continuación», el ya mencionado El genio de Alejandro Magno, o el de Lane Fox, u otros muchos que existen en el mercado, sí lo pueda parecer. En cuanto a la edición, Alianza Editorial publicó este libro en 1992 (ya sería hora de una reedición) con una evidente falta de tacto en la impresión de los mapas, que no son todo lo claros e intuitivos que cabría esperar. Sin embargo, ese es un pequeño pero a un libro que destaca por méritos propios entre la inmensa bibliografía existente sobre Alejandro Magno.
[tags]Alejandro, Magno, rey, general, estadista, N. G. L. Hammond[/tags]
“Este es el motivo verdadero por el que merece ser llamado «Alejandro el Grande»”.
Cuando existe tal proliferación de ensayos sobre Alejandro Magno en las librerías, cuando durante décadas (¿he dicho décadas?; mejor durante siglos) no han dejado de aparecer títulos sobre la vida, obra, milagros, defectos, virtudes, vicios, conquistas, flaquezas y pasiones del penúltimo rey de Macedonia, el lector que busca saber “quién fue” ese individuo, más que “quién dicen que fue”, lo tiene crudo para separar el grano de la paja y decidirse por alguna lectura. Si por casualidad ese lector se cruzara con este libro que ahora comento podría dar en gran medida por cumplida esa misión y felicitarse por tener entre manos uno de los mejores ensayos que se han escrito sobre el macedonio, si no el mejor.
Estas páginas de Hislibris han abordado con bastante frecuencia al rey Alejandro dando así fe de que, más que protagonista de alguna que otra monografía, el macedonio constituye una auténtica categoría temática en las estanterías de cualquier biblioteca. Así, en cuanto a la ficción, se ha hablado por aquí de Alejandro Magno de Gilbert Haefs, El maestro de Alejandro de Annabel Lyon, Alejandro Magno, imperio de ceniza de Nicholas Nicastro, El secreto del oráculo de José Ángel Mañas, La campaña afgana y La conquista de Alejandro Magno, ambos de Steven Pressfield, la trilogía Alexandrós de Valerio Massimo Manfredi, Alejandro y las águilas de Roma de Javier Negrete, incluso el anónimo Libro de Alexandre; y en ensayo también se han comentado títulos, aunque no tantos: Alejandro Magno. Conquistador del mundo, de Robin Lane Fox, Alejandro Magno de Roger Caratini o El genio de Alejandro Magno, de N.G.L. Hammond. Bien, pues aquí viene uno más de este último autor, Hammond, sobre cuya vida y obra ya se dijeron algunas cosas en aquella reseña.
Difícil sería encontrar en las librerías este Alejandro Magno. Rey, general y estadista, de N.G.L. Hammond, que Alianza Editorial publicó hace casi 20 años y que está descatalogado desde hace también mucho tiempo. Sí es más localizable, por ser más reciente, El genio de Alejandro Magno, escrito bastantes años después del anterior y con el que Hammond pretendió hacer un libro más cercano al lector medio (y ello no quiere decir que el primero sea especialmente complicado de leer, porque no lo es) y aprovecharlo para redondear algunos aspectos que en aquel habían quedado abiertos.
El principal argumento de Hammond en este libro, que debería serlo en cualquier ensayo de estas características, es que para escribir sobre Historia Antigua en general y sobre Alejandro en particular hay que usar las fuentes y usarlas bien. Es decir: hay que tratar de tener al alcance todo lo que hay sobre el tema, valorarlo con criterio sano y libre de prejuicios, ver cómo se interrelaciona entre sí, investigar cómo ha llegado a nosotros, y en base a ello sacar conclusiones si se puede o, si las conclusiones no son posibles, conformarse con la exposición del asunto. Reproduzco un párrafo de un libro reciente, casualmente también dedicado a Alejandro Magno, que define perfectamente la labor del investigador histórico a la que se refiere Hammond:
“La buena crítica de las fuentes constituye, pues, una labor detectivesca. Se recopilan las pruebas relatadas y, luego, se procede a valorar la credibilidad del testigo. Todo lo que pueda determinarse sobre la fuente (vida, origen social y político, sesgos y tendencias, etc.) puede ayudar a calibrar si el testigo en cuestión está explicando la verdad o la está tergiversando. Por otra parte, tampoco hay que olvidar la pregunta obvia sobre si quien nos proporciona la narración es un testigo presencial o se trata de alguien que la obtuvo de segunda (o incluso tercera) mano, o si su relato se ha podido ver sometido a algún tipo de censura. ¿El autor original era libre de decir la verdad? ¿Recibió presiones para callar ciertas cosas o, incluso, para mentir? A estas consideraciones hay que añadir el hecho de que, dado que la información no procede directamente del testigo (ni por testimonio oral ni por haber sido escrita de su propio puño y letra), existe el riesgo de que se hayan producido errores en el proceso de transmisión, especialmente cuando dicho proceso abarca siglos y milenios. ¿Qué error es textual (es decir, debido a la transmisión escrita) y cuál es atribuible al propio autor? A veces, los comentarios aclaratorios (glosas) que se habían anotado inicialmente en los márgenes de los manuscritos acaban incorporados al texto principal por la intervención de un copista posterior, quien tal vez creyera que aquella nota al margen representaba una parte del texto original que había sido omitida por accidente. Otras veces, el editor de turno creyó simplemente que sabía más que el autor y cambió lo que consideraba que era un error, con lo que vino a arrojar más confusión sobre los detalles iniciales. Llegado el momento, el buen detective compara las versiones de diversos testigos (si tal cosa es posible). De todos modos, al final, el crítico de fuentes (si de verdad se propone escribir historia) debe presentar las pruebas ante el tribunal de la opinión académica, con lo que se transforma en un abogado que intenta exponer los datos (y su argumento) de la forma más convincente posible. Puede que se trate de un enfoque anticuado, no lo vamos a negar, pero en modo alguno desdeñable.”
Waldemar Heckel, Las conquistas de Alejandro Magno. Gredos, 2010
El texto de Hammond se apoya continuamente en las fuentes conservadas sobre Alejandro, indicando cuáles son estas tan a menudo como lo considera necesario. En un paso previo ha hecho un análisis de las mismas, que en el caso de Alejandro Magno no son pocas (aunque en términos generales siempre serán insuficientes, por desgracia); como fruto de ese análisis Hammond concede mayor credibilidad a unas que a otras y coloca en cabeza y a distancia de los demás los textos del historiador griego Arriano, que vivió más de 400 años después que Alejandro. Esta fuente será el báculo con el que camine el estudio de Hammond, sin renunciar por ello a otros autores (Clitarco, Diodoro, Plutarco…) pero dándoles un menor margen de confianza. Y es precisamente este espíritu crítico no ya sobre la figura de Alejandro sino sobre los que dijeron cosas de él, sobre las fuentes, lo que Hammond considera imprescindible para poder hablar de una manera seria sobre el macedonio. En referencia a una obra “de peso” en el panorama bibliográfico reciente sobre Alejandro, la antes citada Alejandro Magno. Conquistador del mundo, de Robin Lane Fox, escrita unos años antes que la de Hammond, dice este lo siguiente: “Tales análisis [de las fuentes] son, en mi opinión, fundamentales. Las obras que carecen de los mismos (sobre todo R. Lane Fox, Alexander the Great, Londres, 1973) […] tienden a ser interpretaciones subjetivas con poca base en el método histórico”. Y también en alusión a otro de los más destacados y recientes ensayos dedicados al Magno, el Alejandro Magno de A. B. Bosworth, comenta Hammond que “ambos coincidimos en muchos puntos, por ejemplo en los últimos planes de Alejandro. Pero las diferencias son radicales. Bosworth no pretende ni trata de que el lector distinga entre las fuentes de información […] Él elige todo aquello que ilustre su propia concepción de Alejandro […] Bosworth hace lo que en mi opinión son juicios arbitrarios, e infravalora o no toma en consideración a Arriano y a las fuentes fiables en las que éste se basa”. El nivel de exigencia de Hammond en la investigación histórica es, como se puede ver, altísimo.
Son también de destacar en este ensayo otros aspectos. Así, Hammond tiene especial predilección por los recuentos de efectivos. En todo momento está el lector informado de con cuántos hombres cuenta Alejandro, cuántos ha enviado aquí o allá, con cuántos va a enfrentarse al enemigo, cuántos son esos enemigos, cuántas bajas ha causado tal o cual enfrentamiento, cuántos refuerzos ha recibido, cuántos efectivos han sido destinados a este o aquel sitio… Este afán por actualizar tan escrupulosamente esos datos puede justificarse fácilmente: por un lado, son números que despiertan un gran interés en muchos lectores; por otro, las propias fuentes también informan de ello y, como se ha dicho, Hammond las sigue a pies juntillas; en tercer lugar, son números que, salvando las distancias y teniendo en cuenta que la mayoría de los lectores no habrá participado en hechos bélicos ni campañas similares, permiten valorar y dimensionar de manera más ajustada las acciones de Alejandro Magno. Este último objetivo también puede lograrse utilizando otro tipo de cálculos numéricos, como los de las distancias recorridas y el tiempo empleado en ello; Hammond hace en ocasiones alusión a eso pero no lo maneja con la asiduidad con que sí utiliza los recuentos de personas. Así por ejemplo, el repaso de los efectivos del ejército macedonio en el momento del ascenso de Alejandro es minucioso hasta el punto de distinguir el número, tipo, origen y habilidades de cada uno de los escuadrones de infantería o caballería que lo componen.
Casi siempre fiel a Arriano y guardando prudencial distancia con las fuentes que constituyen lo que se conoce como la “Vulgata de Alejandro” (Clitarco, Curcio, Diodoro), Hammond elabora un texto desmitificador del macedonio, en lo bueno y en lo malo, desmontando algunos elementos que forman parte del imaginario alejandrino pero que no resisten un análisis crítico serio. Según el autor, no es verídico el enfrentamiento entre Atalo y Alejandro, o el enfado de éste por la boda de su hermano, o la participación (de él o de su madre Olimpíade) en la muerte de Filipo. Con el mismo sentido crítico se analizan las actuaciones de Alejandro ante las varias conspiraciones para poner fin a su vida (incluyendo la muerte de Parmenión), o la decisión de arrasar Tebas, o el incendio del palacio de Persépolis, o la gestión de los motines de su tropa reticente a avanzar hacia el este. En todos esos sucesos Hammond razona y concluye en Alejandro un comportamiento correcto y acorde con cada situación. Deviene así el ensayo una obra casi laudatoria, aunque en ningún momento cae en el elogio gratuito. El proceder de Alejandro es en todo momento el que ha de ser, y solo en contadas ocasiones destila Hammond algo de subjetividad cuando habla de la generosidad o de la benevolencia del rey. Pero en general el ensayo rehúye siempre entrar en valoraciones de tipo psicológico, en análisis de personalidad o cosas parecidas, lo cual no todos los estudios sobre Alejandro hacen. ¿Fue Alejandro un borracho? Nada (ningún dato serio, se entiende) indica que bebiera más de lo que era habitual en aquel contexto histórico. ¿Odiaba a su padre, estaba sometido a la voluntad de su madre, tenía accesos de ira, era homosexual? De nuevo, la respuesta a esas preguntas no son más que interpretaciones de datos poco fiables, de noticias sobre la “leyenda de Alejandro” que en muchos aspectos poco tiene que ver con la realidad que revelan las fuentes.
Pero el gran valor de este ensayo radica en lo que apunta su subtítulo. En palabras de Hammond, “el propósito de este libro es mostrar la mayor parte de los testimonios e introducir al lector en el proceso de su evaluación; establecer del modo más aproximado posible lo que Alejandro y sus macedonios hicieron realmente y hacer una valoración de Alejandro en su vida pública como rey, general y estadista”. La obra no es una biografía de Alejandro, no es un recorrido por sus hechos, no es un análisis de sus acciones bélicas (aunque inevitablemente sí sea todo eso). Hammond no trata de encumbrar a Alejandro como militar, aunque el análisis de la campaña en el norte de Macedonia, de las grandes batallas en Asia o de su campaña en la India, dejan poco lugar a las dudas. Lo que esta obra busca es, por un lado, presentar al rey de los macedonios precisamente como tal, es decir, ejerciendo como rey, teniendo siempre presente lo que eso significa, como también lo que significa ser el hegemon, el líder de los griegos. Y por otro lado, lo que este ensayo logra es deshacer la imagen de Alejandro como mero conquistador de territorios, como simple acaparador de tierras, y atribuirle el valor que realmente le corresponde como organizador, como administrador, como estadista. Con el apoyo constante en las fuentes y el análisis crítico de lo que estas dicen, Hammond presenta un Alejandro que no se limita a “tomar por la lanza” el imperio persa sino que más bien eso, el tener que empuñar las armas para desposeer a los persas de su imperio, es un trámite necesario para su auténtico objetivo, un objetivo que va más allá de lo que un simple militar, por muchas excelencias que reuniera, sería capaz de llevar a término. Al decir de Hammond, Alejandro pretendía establecer una estabilidad en la comunión entre griegos y asiáticos, una unidad integradora de las diferencias entre unos y otros, una convivencia pacífica y ordenada que va más allá del puro afán de conquista, de la simple constitución de un imperio, del mero cobro de un tributo. Esa pretensión requería de una administración eficaz, de unas comunicaciones fiables, de una economía estable, de una integración social en régimen de igualdad. Y esa pretensión tomó cuerpo durante los años que vivió Alejandro, si bien sus sucesores no supieron o no quisieron conservarla.
El libro de N.G.L. Hammond, pese a lo que pueda parecer, está dirigido al público en general. El relato de los hechos de Alejandro es fluido y solo se ve entorpecido, si es que eso es un obstáculo y no una riqueza, por la profusión de datos, nombres de lugares y cifras. Al lector casual (no al realmente interesado) quizá le pareciera algo pesado pero no es desde luego un texto erudito, aunque si se lo compara con su “continuación”, el ya mencionado El genio de Alejandro Magno, o el de Lane Fox, u otros muchos que existen en el mercado, sí lo pueda parecer. En cuanto a la edición, Alianza Editorial publicó este libro en 1992 (ya sería hora de una reedición) con una evidente falta de tacto en la impresión de los mapas, que no son todo lo claros e intuitivos que cabría esperar. Sin embargo, ese es un pequeño pero a un libro que destaca por méritos propios entre la inmensa bibliografía existente sobre Alejandro Magno.
Esta entrada fue enviada el martes, 10 dEurope/Madrid mayo dEurope/Madrid 2011 a las 12:03 y está archivada bajo Varios. Puedes seguir las respuestas a esta entrada a través de la fuente RSS 2.0.
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Por lo que mencionas, cavilius, este ensayo de Alejandro es uno de los mejores que se puede encontrar en la oferta «alejandrina» de las librerías, a pesar de que no sea una biografía centrada en el personaje.
«En estas páginas de Hislibris se ha tratado con bastante frecuencia del rey Alejandro dando así fe de que, más que protagonista de alguna que otra monografía, el macedonio constituye una auténtica categoría temática en las estanterías de cualquier biblioteca.»
Y estoy de acuerdo con esa frase; el personaje de Alejandro (uno de los más grandes, al menos de la Antigüedad, y uno de mis favoritos) merece una categoría literaria aparte y para él sólo. Lástima lo que mencionas de los mapas, pero si es una reedición es algo normal que no se ponga tanto cuidado, por desgracia es una constante en las editoriales.
Felicidades por la reseña…sobre todo porque el tema de Alejandro me fascina y me encanta; como a muchos supongo.
El libro de Hammond es de lo mejorcito en ensayo sobre Alejandro. A pesar de sus críticas, lo pongo a la misma altura que el libro de Lane Fox (que también tiene un numeroso aparato de fuentes y realiza su particular crítica textual) y el de Bosworth. Son, en cierto modo, la trilogía básica sobre el rey macedonio. Lástima que Alianza no haya reeditado (aún, quizá están en ello) el libro de Hammond.
Concuerdo en prácticamente todo lo que comentas, Cavilius, con tu magnífica reseña. No me parece el libro de Hammond duro, más bien al contrario; los primeros capítulos, sobre Macedonia, son excepcionales (no en balde Hammond era especialista en esta temática). Incluso capítulos que pudieran parecer más complejos, como las campañas en Sogdiana y la India, son asequibles para lectores que ya estén algo avezados en la materia alejandrina. Los análisis de las principales batallas (Gránico e Issos, especialmente) son soberbios. El libro es de 1980, creo recordar, y se mantiene muy vigente en muchos de sus planteamientos.
¡Por fin! ¡Por fin! ¡Lo hallé! ¡Eureka! Una reseña (¿reseña?) publicada en el último año de un libro ¡que me he leído!
Ahora, a sacar algo de tiempo para comentar con enjundia tan afortunada casualidad.
No es una reedición, Antígono, ojalá lo fuera; encontré el libro hace unos años en una feria de libros de ocasión.
Cierto, farsalia, el libro desmenuza espléndidamente las campañas en Asia Menor, en Mesopotamia, en las tierras del Este del imperio… Y precisamente por lo bien que analiza las batallas es por lo que habrían ido bien gráficos o mapas sobre los movimientos de tropas, que los hay pero muuuy deficientes.
Sigo sin haber leído a Lane Fox (que escribió su libro algunos años antes que Hammond el suyo) y a Bosworth (este lo empecé pero tuve que dejarlo por diversas razones), pero muy buenos han de ser para estar a la altura de este libro. A ver si antes de acabar este año puedo con alguno de ellos. En lo que te doy la razón es en lo que dices de las fuentes: un análisis de estas no garantiza la univocidad de criterio en diferentes autores, pues ese análisis es tan subjetivo como el hablar de Alejandro prescindiendo del mismo. Ahora estoy leyendo otro ensayo sobre Alejandro que también está sólidamente apoyado en los textos clásicos, y que sin embargo da una visión del macedonio diametralmente opuesta a la de Hammond. Y es que aunque todos coincidan en que hace sol, a unos les gusta y a otros no…
Javi, que esta casualidad sea causalidad para un comentario enjundioso, voto a Zeus y sus barbas celestes…
Son tres libros diferentes, aunque traten lo mismo. El de Bosworth, por ejemplo, tiene la doble vertiente cronológica en una primera parte y temática en una segunda. lane Fox es más narrativa y la pega de que las notas (que son sobre todo de fuentes) estén al final no permite ver a primera vista la cuestión de la crítica textual.
Los tres me parecen magníficos, cada uno a su manera (añadiría el de Haeckel para la cuestión militar y la desmitificación del personaje), pero si por fuerza (digamos que mi brazo es el nudo gordiano y con una espada me lo cortan) tuviera que elegir uno, sería Hammond. Pero sólo por fuerza…
Interesante y valiosa reseña sobre un tema que tengo entre ceja y ceja desde hace tiempo. Si no lo he abordado aun, es por no haberme decidido por el libro adecuado.
Esta claro que es este. O quizá para mi nivel sea mejor «El genio de Alejandro Magno».
Gracias una vez mas Cavilius.
Si encuentras este libro, Hagakure, no se te ocurra hacerle ascos. Es tan difícil de encontrar como bueno su contenido.
A ese me refería yo, farsalia, al de Heckel. Si Hammond era un especialista en Macedonia y en Alejandro, Heckel no se queda corto, especialmente en los asuntos militares. Y si Hammond no pedía la beatifición de Alejandro pero casi, Heckel prácticamente lo manda al purgatorio de las ánimas malvadas.
A los indecisos: si veis este libro, como bien dice Cavi, ni lo dudéis.
A los que aún no se hayan adentrado en la figura de Alejandro: si veis este libro, tampoco lo dudéis.
A los que ya sean iniciados, pero no leídos en Hammond: ni se os ocurra, viéndolo, no adquirirlo.
Cavi, el comentario enjundioso tendrá que esperar, pero avanzo que este libro es, a mi juicio, el mejor sobre Alejandro. No solo por lo que comentas, sino, y sobre todo, por la pasión del autor, su elocuencia y su estilo. Cada una de sus elecciones está reflexionada (cuando no por las fuentes y otros estudios, por su maravillosa intuición) y eficientemente expuesta. Pese a que hay cosas en sus planteamientos y, sobre todo, conclusiones que me chocan, no dejo de pensar el grandísimo libro que es este, que junto con El genio de Alejandro Magno, del mismo autor, es de lo mejorcito.
Lo más curioso de comprobar, por cierto, es a lo que haces referencia: a cómo se entiende, como figura humana, Alejandro Magno por los distintos autores. Aquí, los choques son tremendos, y las críticas de Hammond a otros especialistas son a veces hilarantes.
Cavilius, si me permites una pregunta: ¿El autor, nos habla de Alejandro que «hasta en la Biblia» también se menciona su reinado, o por lo contrario lo rechaza o ignora el detalle?. Menciona fuentes, obras y autores, ¿no es así…?. Como digo, aunque la Biblia no nos menciona a Alejandro por nombre, si que se menciona proféticamente su reinado.
Un saludo.
Creo recordar que en el libro de los macabeos se menciona su reinado, de forma muy resumida.
Chicos, creo que estáis con daños colaterales ;o)
Sí, efectivamente. No es nada profetico, sino que al principio del libro de los Macabeos se menciona el reinado de Alejandro Magno.
Llevaba un par de días buscando una buena obra sobre Alejandro, tratando de evitar biografías noveladas y mitificaciones del personaje, y me resultaba muy difícl escoger ya que soy profano en el tema y la variedad de opciones es apabullante. Tu efusiva, elogiosa y detallada reseña me ha animado. Por lo que comentas creo que es lo que estaba buscando. Gracias por tu aporte. Le echaré al menos dos ojos.
Si me lo encuentro por ahí, me lo compro fijo. Ojalá lo reediten porque vaya si tengo ganas de leerlo. El de R. L. Fox y el de Bosworth hace tiempo que pensé en comprarlos pero los fui dejando y… después de leer esta magnífica reseña y siendo Alejandro un personaje tan complejo y fascinante creo que no dudaré más.
Felicitaciones, Cavi. Por la reseña, como es habitual, que da gusto. Por tener el libro, un tesoro de librería de viejo, y sobre todo porque de pasada me recuerdas la exigencia que le es requerible a un ensayo histórico, para que no me deje engatusar por cualquiera con un barniz académico y para que no caiga en la tentación de creerme todo lo que leo y sentar cátedra con lo poco que sé. Me ha gustado mucho el párrafo en el que se compara al historiador con la labor detectivesca.
Enhorabuena a tí también Javi. Ya ves, éste lo has leído, y yo … ni olerlo.
Cavilius, Javi, OK
Creo recordar que Hammond no cita la Biblia, lo cual es lógico porque no aporta nada sobre Alejandro (capítulo I del Primer libro de Macabeos):
Estaría bien buscar algún episodio de la campaña de Alejandro, cualquiera (una batalla, un asedio, un recorrido por un territorio, un comportamiento ante alguna situación…) en los libros de diferentes autores, y ver cómo cada uno de ellos lo enfoca de una manera peculiar. Por casa tengo como 6 ó 7 «Alejandros» (Hammond, Lane Fox, Bosworth, Heckel, Cartledge, Mosse, Caratini, Renault; también tengo alguna cosa en inglés, vaya); si tuviera tiempo intentaría montar algún jueguecillo con ellos…
En primer lugar felicidades por la fantástica reseña, que pone de manifesto el amor a la Grecia Clásica del reseñador. Lo malo es que el libro apenas se puede encontar en librerias de viejo. Sin pretender crear polémica sobre cual es la mejor biografía sobre Alejandro Magno, decir que Paul Gartledge en su libro «Alejandro Magno, la busqueda de un pasado desconocido» comenta la bibliografía existente sobre el macedonio, y señala que por lo común se considera a Bosworth el estudioso más autorizado de cuantos se decidan en nuestros días a la investigación sobre Alejandro. Y no estoy de acuerdo con la opinión de L Hammond, mencionada por el reseñador, de que Bosworth no tome en consideración a Arriano, pues no en vano se puede considerar al autor australiano como la máxima autoridad en dicho autor clásico, como asi lo demuestra el extenso comentario que ha realizado sobre su obra. Eso si la biografía de Bosworth que en España ha publicado Akal es de corte académico y sobre todo sumamente crítica con Alejandro, por lo cual deben abstenerse de su lectura los fans de Alejandro. Respecto a la biografía de L. Hammond, Cartledge le reprocha de pecar de hagiográfico, siendo mucho más critico con la biografía de Lane Fox, a la que acusa de ser una especie de novela histórica. Bueno no es mi oponión, sino la de uno de los helenistas de más renombre en la actualidad. No he leido la biografía reseñada, pero si estoy de acuerdo con consdierar a la de Lane Fox como muy subjetiva y en exceso favorable al macedonio, eso si, está muy bien escrita y tiene mucho material de relleno que permite conocer sobre la civilización clásica. Y por último, si mal no recuerdo Fernando Quesada – «Thersites»- escribió una amplia reseña en la Revista de Libros sobre la bibliografía alejandrina, y consideraba la mejor biografía la de Bosworth, pero que en todo caso la mejor opción es leeer los clasicos ,Arriano, Quinto Curcio, Plutarco y Diodoro Sículo, todos traducidoss al español, y sacar nuestras propias conclusiones. Por lo demás ojalá que Alianza reedite el libro reseñaldo, pues encontralo en librerias de viejo es sumamente dificil. Garcias y perdonar por el rollo.
Bueno eso de que no aporta nada es también discutible (hay tantas cosas discutibles en este mundo…)
Mecionáis los Macabeos, bueno (libro apócrifo para algunos muchos) pero se os olvida o a lo mejor no lo sabíais que la Biblia nos habla de una profecía (cosa detestable para algunos como todo o que huela a Biblia) en Daniel 8: 5-7, 20,21. Os apunto los versiculos 20 y 21.
«El carnero que tú viste que poseía los dos cuernos [representa] a los reyes de Media y Persia. Y el macho cabrío [represnta] al rey de Grecia*, y en cuanto al gran cuerno que estaba entre sus ojos, [representa] al primer rey.»
* «Grecia.» Hebreo: Yawán, «Javán»; griego: Hellénon, «los helenos (griego)»; Latín: Graecórum, «de los griegos».
Saludos.
«Por casa tengo como 6 ó 7 “Alejandros” (Hammond, Lane Fox, Bosworth, Heckel, Cartledge, Mosse, Caratini, Renault; también tengo alguna cosa en inglés, vaya)»
Jejejeje, ya somos dos. Ya sólo te falta el reciente Gómez-Espelosín sobre mito, hirtoriografía y propaganda. ;-)
Hammond habla del libro de Bosworth prácticamente en la última página del suyo, dice algo así como que acaba de salir publicado y por ello no lo ha mencionado antes. Pero en efecto, no se muerde la lengua sobre él, ni sobre Lane Fox tampoco. Por lo demás, completamente de acuerdo con tu comentario, José Ignacio.
JF, tienes razón: es discutible lo de que la Biblia no aporta nada; por eso he reproducido el fragmento del libro de Macabeos donde se menciona a Alejandro, para que todo el mundo pueda juzgar por sí mismo. La profecía de Daniel no la conocía pero ya que das la referencia aprovecho para poner el fragmento entero. Libro de Daniel, capítulo 8:
Hay que decir que el profeta Daniel vivió dos siglos antes que Alejandro. De modo que el carnero sería Alejandro y los cuatro cuernos posteriores los generales que se repartieron las tierras conquistadas tras su muerte. Hum, interesante…
Farsalia, pues me he descuidado alguna que otra rareza; un libro de un militar español, viejo viejo (el libro; el militar supongo que aún más), que compara a Alejandro con Epaminondas. Y otro de los años 40 de un italiano que analiza la figura de Alejandro desde el punto de vista médico. Cosas veredes… Pero de Espelosín no tengo nada, me temo. Claro que, en mi caso, una cosa es tener todo eso y otra muy distinta disponer de tiempo para leerlo…
El fragmento del Libro de los Macabeos que habla de Alejandro es corto; entre otras cosas porque los hechos que relata el libro se centran en las épocas posteriores, durante los reinos helenísticos…de toda forma es un buen prólogo sobre Alejandro, tiene la suficiente épica y drama para atraer.
La profecía de Daniel habría que saber en que época se escribió, en mi Biblia, dicen en los comentarios que se cree fue escrita en el reinado de Antíoco Epífanes (Antíoco IV) ya que se relatan acontecimientos de su reinado con gran lujo de detalles. No se si en otras Biblias recogen comentarios similares.
Gracias por poner el fragmento.
El carnero representó a los reyes de Media y Persia. El macho cabrío representó a Grecia. Daniel vio un macho cabrío que «venía del poniente [el oeste] sobre la superficie de toda la tierra», moviéndose con tanta velocidad que no tocaba la tierra». Llegó hasta el mismo carnero de dos cuernos «procedió a derribar al carnero», y a quebrar sus dos cuernos. A Daniel se le dijo: «El macho cabrío peludo representa al rey de Grecia». Si, a la muerte prematura de Alejandro, cuatro de sus generales acabarían sucediéndole en las distintas secciones de su imperio. Seleuco se quedó con Babilonia, Media, Persia, Siria y las provincias orientales hasta el río Indo; Tolomeo dominó Egipto, Libia y Palestina; Lisímaco gobernó sobre Asia Menor y la Tracia europea y Casandro sobre Macedonia y Grecia.
Interesante la vida de Alejandro… hasta las propias Escrituras muestran una profecía de Alejandro, y muy posiblemente muchos ignoraban.
El escritor del libro apócrifo, aunque histórico, de Primero de los Macabeos (2:59, 60) apoya el hecho de que en aquella época (la de Daniel) este libro se reconocía como canónico, pues hizo referencia a la liberación de Daniel del foso de los leones y a la de los tres hebreos del horno ardiente. El historiador judío Josefo, declara que Alejandro Magno se le mostraron las profecías de Daniel cuando entró en Jesusalén, eso ocurrió como mínimo 150 años antes del período macabeo. Josefo dice:
«Le enseñaron el libro de Daniel, en el cual se anuncia que el imperio de los griegos destruirá al de los persas; creyendo que se refería a él».
(Antiguedades Judías, Libro XI, cap. VIII, sec. 5).
En las cuevas del mar Muerto se encontraron manuscritos que contenían partes del libro de Daniel. El más antiguo data del siglo I antes de Cristo, pero hay que decir que para ese tiempo se aceptaba el libro de Daniel como parte de las Escrituras y era conocido entre los judíos. Algunos críticos con el libro de Daniel adoptan la posición de Porfirio, filósofo del siglo III y enemigo del cristianismo, quien argumentó que el libro de Daniel era una falsificación realizada por algún judío en tiempo de Antíoco Epífanes, sin embargo, no se vuelve a poner en duda la autenticidad del libro de Daniel hasta el siglo XVIII. De todos modos el que Jesús aceptase la profecía de Daniel es una prueba de su autenticidad (aunque no les guste a algunos), más significativa que los comentarios de Porfírio. (Mateo 24:15; Daniel 11:31).
Bueno, es una pena que algunos autores y todos sus lectores (no quiero generalizar) no sepan apreciar aunque sea un poquito el potencial que hay en la Biblia, sobre todo en el aspecto histórico…, que simplemente rechazan la Biblia viendola como un libro aburrido, de leyendas, tradiciones , cuentos…, craso error.
Un saludo.
Muy interesante, JF.
Sobre tu último párrafo: el hecho de que Hammond no mencione a la Biblia en su libro no lo sitúa en ese saco que has descrito, creo que esto salta a la vista. Y sobre los lectores, ¿has detectado en este hilo a alguien de esas características? Porque yo no…
Gracias Cavilius. En mi último párrafo comento que «no quiero generalizar» creo que queda claro. Yo, lo único que apunto, y eso es contrastado, además de ser verdad: que cuando se menciona a la Biblia (una mayoría) la menosprecia, o la ve o se ve como un libro de tercera que no te va ha enseñar nada. Hay autores (como lectores) que cuando se saca el tema «Biblia», lo único que hacen es cuestionar y cuestionar y muchas veces sin conocimiento de causa, sólo por que hay unos prejuicios que se arrastran de muy atras… Pocos autores y lectores valoran y aprecian el potencial, que como dije antes tiene la Biblia, sobre todo, en el aspecto histórico (que muchos cuestionan). En mis intervenciones en Hislibris (pocas como sabrás) si que he comprobado -no aquí- esto que digo de la Biblia, y el cuestionarla muchas veces sin conocimiento es lo que abunda… Con respecto a tu reseña: es correctísima, muy interesante. Mi interés ha sido traer al tema de «Alejandro» el aspecto bíblico, un matiz muy interesante que muchos ignoran (incluido autores) y al mismo tiempo demostrar o aportar un «granito de arena» hacía la Biblia como libro histórico que muchos no lo ven como tal y menosprecian por prejuicios o complejos.
Un saludo.
Pues hacen mal en menospreciar la Biblia, es un documento histórico del Próximo Oriente, y una fuente que completa a otras…además de dar una visión de los acontecimientos históricos distinta a otras fuentes. Además si se utiliza la Ilíada para hacer arqueología o los textos sagrados egipcios para saber más de la historia del Antiguo Egipto, es absurdo no hacerlo con la Biblia.
Quizá tengas razón, JF; la verdad es que Hislibris es el sitio donde menos sospecharía que hubiera gente tan cargada de prejuicios contra un libro como tú dices, pero todo puede ser. En todo caso, y como dice One Eyed Antígono, es del todo absurdo renunciar a los valores históricos de la Biblia. Quien lo haga, él se lo pierde.
Anoche me entretuve en esta tontería que probablemente no despertará ningún interés: elegir un episodio al azar de la vida de Alejandro y ver cómo lo abordan diferentes autores. El episodio es conocido por todos: recién asesinado Filipo, Alejandro se hace cargo del reinado de Macedonia. Aplaca las revueltas del norte que la muerte de Filipo han originado y mientras, en el sur, en Tebas, se difunde el rumor de que Alejandro ha muerto en esa campaña. Tebas aprovecha para rebelarse contra el poder macedonio y Alejandro, en un tiempo récord, se presenta a las puertas de Tebas y la vence de manera fulgurante y espectacular. El siguiente paso es decidir el destino de la ciudad. Corre el año 335 a.C.
Reproduzco ahora los fragmentos y más abajo los títulos de los libros de donde han salido, a ver quién acierta la quiniela de enlazar correctamente cada fragmento con su autor y libro. El vencedor ganará como premio una travesía por el desierto de Gedrosia y una cantimplora.
Y he aquí los candidatos:
A jugarrrrrrrrrrrr…
Uf, vaya, me pillas sin bibliografía. El caso es que hay una frase que no se me puede olvidar, y es la de «el poderío no otorga la razón ni confiere legalidad a un acto», de Paul Cartledge en su Alejandro Magno. La búsqueda de un pasado desconocido.
Y, arriesgándome, el dos y el cinco me suenan a Hammond.
Pues sí que va a ser rápido esto…
Siguiendo tu idea de lo último que apuntas, si me permites una licencia enriquecer más la reseña, los comentarios…
Alejandro, los griegos, a la cuidad la denominaron Tebas; sin embargo Tebas era la bíblica ¿…? Ahí dejo la interrogación, seguro que se acierta fácilmente. La Biblia muestra una profecía que tenía que cumplirse acerca de Tebas. ¿Cuál fue? ¿Se cumplió?
Saludos.
No has dicho cuál es el premio…
Last but not least! Finalmente he conseguido leerme la reseña entera (otro dia acabaré de leerme los comentarios, que van a llevarme casi una semana,por lo que veo.
Cavi: ¡Excelente! excelente cum laude. No es novedad en ti, pero no está de más decírtelo. Bravo.
Y por lo que dices del libro y el autor y el tema de las fuentes, creo que, en otro registro, claro, el de la ficción, Mary Renault también lo presenta más, más como descubridor, y posterior estadista que como conquistador. Y Mary Renault también se apoya en Arriano, echando pestes de Curcio por fantasioso, si mal no recuerdo.
«los griegos, a la cuidad la denominaron Tebas; sin embargo Tebas era la bíblica ¿…? Ahí dejo la interrogación, seguro que se acierta fácilmente.»
La Tebas auténtica era la griega, ya que la Tebas bíblica es la ciudad egipcia cuyo nombre auténtico era Onu u Ona, o algo parecido; pero los griegos la llamaron Tebas.
De todas formas, Cavi, aún sigo leyendo los nueve fragmentos que has puesto. Es un ejercicio maravilloso el que has hecho y el esfuerzo, enorme. Para mí, todo un lujo que te agradezco mucho.
Es magnífico poder leer y releer los diversos enfoques de cada uno de los autores, así como intuir el respeto que tienen por tal o cual fuente o la ausencia del mismo, por la figura protagonista o por su mito, por el poder de las palabras y la acción o por el clasicismo.
No quiero mirar referencias explícitas y sigo dándole vueltas. Creo que hay tres más que tengo atribuidas, pero dudo.
Con esto y el Mesenio estoy pasándomelo muy bien, Cavi ;o)
Yo aún no he superado que cavi se haya leído al menos nueve ensayos sobre Alejandro magno…
Yo tampoco, estoy impresionado…eso puede provocar «alejandritis» aguda; me lo imagino andando por los pasillos como un zombi musitando: «Alejandro, Alejandro, Alejandro»…algo así como Lady Gaga pero en cavi ;-)
Y yo tampoco he superado que no te hayas leído los comentarios, Pamplinas: tengo aún pendientes más o menos la mitad de esos ensayos, aunque ojeados sí están todos.
La idea, Javi, de las comparaciones entre autores viene de tiempo ha: tengo en mente un proyecto, inabarcable dadas mis circunstancias, de comparar las obras de Bosworth, Lane Fox y Hammond. Pero claro, una cosa es lo que uno tiene en mente y otra lo que la mente da de sí…
Ah, el mesenio… Estará hecho ya un tiarrón de cuidado, el muchacho.
Lo de Tebas: pues estoy en la inopia, no sé si JF ha confundido la Tebas egipcia con la griega, la cual tampoco sé si sale en la Biblia. Espero que alguien nos saque de dudas.
Ariodante, Renault es especialmente laudatoria con la figura de Alejandro, tanto en su trilogía novelera como en su biografía. Y sí, Curcio Rufo, así como el PseudoCalístenes, tienen una imaginación que ya la quisiéramos tener otros…
Cavillius, lo del premio lo dejo para ti, tú eres el «anfitrión», el «promotor» de la reseña…
Pido disculpas si he podido confundir, sino me he expresado bien… (mi intención no era esa) sino solo un «juego» con la expresión Tebas. Con Tebas no confundo nada, únicamente indico (pregunto) siguiendo tu «juego»… he visto oportuno plantear una simple cuestión o pregunta bíblica (dentro de mis preferencias sobre la historia: la bíblica es una de ellas) a modo de «adivinanza» . A Tebas (la llamada así por los griegos en Egipto) y a su dios Amón le sobrevinieron varias adversidades, dos de ellas mencionadas en las Escrituras. En el siglo VII a. C., Asiria bajo mando de Asurbanipal arrasó Tebas. El profeta Nahún empleó el acontecimiento como ilustración de lo que ocurriría en Nínive (Nahún 3: 7,8). Tebas se recuperaría momentaneamente y por poco tiempo, pues Jeremías, Ezequiel predijeron juicio por parte de Yavéh o Jehová contra la ciudad que portaba el nombre principal de uno de los dioses egipcios, asi como contra otros dioses y contra el propio Faraón. El juicio (destrucción) llegaría por mano del rey babilónico Nabucodonosor. La Biblia registra el relato en Jeremías 46: 25,26 y Ezequiel 30: 10, 14,15. La ciudad denominada en la Biblia «No» (hebreo) procedente a su vez del egipcio «No- Amón» (morada de Amón) dios egipcio. Sí, la Tebas llamada por los griegos… pero es más, si queremos podemos ver la etimología con más detalle de Tebas, posiblemente tanto la Tebas griega como la Tebas egipcia puedan tener algo en común.
Un saludo.
Los griegos la llamaban también Diospolis, por la identificación Amón-Zeus. No obstante, y lo tendría que revisar, tengo en la cabeza que se la llamó Tebas debido a la multitud de puertas que tenía la ciudad (ojo, que el topónimo de Tebas aparece en las tablillas micénicas) o a Tebe.
Cavi, ¡qué gran idea! ¿Quieres que te ayude aunque sea dándote ánimos?
Bueno Javi, la Tebas egipcia, el nombre que conocemos es empleado en las fuentes greco-latina «thebae» procedente de un nombre egipcio cuyo radical semítico-camítico es «teba» (cofre)… si es así nos vamos muy atras. En Egipcio la ciudad tenía varios nombres uno de ellos es el que apunta la Biblia «No-Amón»
Los griegos la llamaron ‘ciudad de Zeus’ (los griegos emparentado a sus dioses…). El «Dictionnaire étymologique des noms géographiques» de A. Cherpillod, nos lo recoge por poner un ejemplo. Por ahí, hay entendidos en la materia que la Tebas egipcia la quieren emparentar con la Tebas de Beocia, la griega pero buscando un orige sorprendente… aquí ya entramos en más «profundidades»…
Saludos.
Hum… No lo sé, no puedo asegurarte ahora mismo la etimología, JF, pero si estuvieramos en otra parte de Grecia podría pensar en un origen semítico, pero en Beocia… lo dudo mucho. Tebas tiene toda la pinta de ser una palabra indoeuropea. Pero ya te digo, lo tendría que revisar.
En cuanto a los orígenes a los que te refieres, estoy informado de ellos. Pero los que tienen alguna fuerza son los que emparentan a los dánaos con los hicsos (la historia de Dánao y Egipto), pero no a los beocios. Estos son anteriores a ellos (a los hicsos) a todas luces.
Pido disculpas si digo alguna barbaridad, porque hablo de memoria.
(Cuando hablo de los hicsos, me refiero a su derrota y posterior partida desde Egipto).
Por cierto, JF, ahora que te releo no sé si habrás querido decir que los griegos llamaron «Tebas» a la ciudad egipcia debido a esa otra palabra a la que haces referencia, pero a mí me parecería muy rebuscado por su parte. La llamaron así, imagino, como decía en otra intervención, o por Tebe (la otra Tebe hija de Épafo, no la esposa de Zeto) o porque les recoraba, por aquello de las puertas, a la ciudad beocia.
El nombre egipcio de Tebas era Nuwa o No-Amón, acabo de mirarlo en mi libro sobre el Antiguo Egipto; y fue denominada por los griegos como Diospolis Magna (Gran Ciudad de los Dioses), el nombre de Tebas se lo dieron los helenos posteriormente debido a que un barrio de la ciudad tenía un nombre parecido.
Dudo que entre ambas Tebas haya relación alguna.
La ciudad fue arrasada por los asirios, y posteriormente por los Ptolomeos.
Gracias, Antígono. Tiene sentido lo que aportas, sí.
Ah, una pequeña puntualización a tu traducción de «Diospolis»: creo que no es «Ciudad de los dioses» sino «Ciudad de Zeus».
Gracias, Javi, aunque ánimos tengo muchos. Lo que no tengo son horas ni salud mental.
Cierto, la traducción correcta es «Gran Ciudad de Zeus»; el término «dios» procede del griego «Zeus».
¿Y cuanto tiempo tenemos para la quiniela, digo, para enlazar fragmentos y autores? Es que yo acabo de caer por aquí…
Ah, bueno, tranquila Valeria. Hay de tiempo hasta que el cielo caiga sobre nuestras cabezas.
Bueno, pues hablando de «quinielas» de los étimos. La ciudad (la griega) sería fundada por el fenicio Cadmo, hijo del rey Agenor, y debía término a la mitológica Teba, hija de Zeus esposa de Zeto. Si esto es así… la Tebas de Beocia también sería fundada por los fenicios (mucho antes que los griegos). El étimo semítico de «teba» cuadraría con la Tebas egipcia con su étimo…
En cuanto al nombre de Tebas en egipcio: otro sería el denominado «Niut».
Salud.
JF, Cadmo fundó, en todo caso, Cadmea, según el mito (Cadmo, efectivamente, es un nombre semítico, posiblemente un recuerdo de la introducción y el comercio de los primeros metales con el Próximo Oriente, pero curiosamente no así su padre, Agenor, indoeuropeo). Tebas fue posterior según el propio mito (las tres generaciones míticas que transcurren son muchas en ese reloj especial que tienen los mitos), y esa Tebas y toda la región estaba conformada por elementos étnicos autóctonos (ectenios, hiantes) e indoeuropeos (los aones, los beocios), ni uno solo semítico (los spartoi, por ejemplo, son parecidos a los héroes de otras regiones de Grecia que decían descender de elementos autóctonos, como Atenas, héroes «surgidos» de la tierra). Y la palabra Tebas, insisto, no es semítica. Las quinielas están bien, pero ya te comenté que el topónimo aparece en una tablilla micénica y su raíz es claramente indoeuropea.
Saludos.
Puede que tengas razón… pero permíteme algo más.
En cuanto a la etimología de Tebas, te digo que hay «quinielas…» Hay autores que nos dicen que no se conoce su etimología y se ignora si puede estar relacionada la Tebas griega con la egipcia, sin embargo otros si que ven conexión. Lo que esta claro que las dos tienen el mismo nombre, término. Personalmente no creo que sea un homófono. La Tebas egipcia (su término) como dije antes es empleado en fuentes greco-latinas. El latinizado «Thebae» es una adaptación de una expresión egipcia que derive de un radical (como dije en otra intervención) «camítico-semítico» y no únicamente de procedencia semítica. En el radical camítico-semítico la expresión «teba» significa: cofre, caja. En hebreo se encuentra «tevah» para: arca, caja. En egipcio tenemos «tebt» para: caja. En griego la expresión sería «kibótós» para: caja, arca. Visto esto, un servidor apuesta más en la «quiniela» por el origen camítico-semítico para Tebas. Lo que apunte anteriormente (en otra nueva intervención) es lo que nos dicen autores, donde también se mezcla o mezclan mucho lo mitológico, bien, puede ser cierto o no, pero lo que si es cierto o puede ser ¿por qué no? es que Tebas fuera fundada por fenicios. Durante muchos años Sidón fue la capital de Fenicia y los fenicios en el mundo antiguo crearon colonias, además los griegos, creo que fueron ellos los que emplearon la expresión «fenicio» para referirse a este pueblo… ¿pudo ser Tebas una de elllas…? En mi «quiniela particular» apuesto por el origen camítico-semítico del nombre y topónimo: Tebas. Procedente de la rama camítica del lenguaje afroasiático.
De todos modos, todo lo apuntado demuestra que los entendidos en la materia tienen sus dudas en cuanto al origen (como ocurre en muchísimas palabras), pero también es cierto que pueda apuntar mas hacia un lado que otro en el origen de la palabra en cuestión. La cuestión que algunos etimólogos «no quieren pillarse los dedos».
Un saludo.
Pero JF, ¿no crees que si Tebas hubiera sido lo que dices se nos hubieran conservado elementos, tanto materiales como lingüísticos, que apuntaran a esa dirección? Te agradecería que me señalaras algún micenólogo (o algún otro experto y su especialidad) que aceptara tu «quiniela particular», su teoría y sus razones, y a partir de ahí podríamos hablar de manera razonable.
Volviendo a la estirpe mítica: tanto Beoto (epónimo de los beocios) como Tebe (su sobrina y epónima de Tebas) son anteriores en el tiempo mítico a Cadmo. Lo cual nos indica bastantes cosas. Pero no solo eso: ya te comenté que Agenor, padre de Cadmo, era griego (obviamente, también Telefasa). Podríamos decir, a lo sumo, que según la mitología Cadmo era una rama fenicia de la estirpe argiva (descendientes de Io).
En cuanto a tus premisas filológicas, la verdad es que no me quedan nada claras. ¿Kibotós? Perdona, JF, pero me tienes que explicar qué te hace pensar que tiene alguna relacción con la Te-ka micénica (debes de empezar por ahí, no por Thebae). Podrías, incluso, haber puesto el caso de Kubikós, «cubo», «cuadrado». Es que intento aplicar cualquier regla fonética y no me salen las cuentas por ningún lado, pero tampoco soy un experto y tengo la mayoría de ellas olvidadas.
Un saludo
Javi, tal despliegue de explicaciones te puede sentar mal. Cielos, hacía tiempo que no te leía tanto seguido. Cómo se nota que estás en tu salsa, ¿eh? y que disfrutas. En fin, yo me pierdo un poco con las disquisiciones tebanas, pero me encanta que lo paséis tan bien. Me ha gustado mucho la cita de Cavi del texto de Hammond sobre las fuentes y lo que todo buen historiador debe procurar para buscar la verdad de los hechos -si es que esto fuera posible.
Bueno Javi, esto último que apunto del latinizado «Thebae» la cual es una adaptación de un nombre egipcio que deriva de un radical camítico-semítico «teba» lo ven apropiado autores. En cuanto a la Tebas griega, sí, la que llegó a ser la más importante de la confederación beocia, pues apunta en la misma dirección: topónimo latinizado «Thebae» idéntico a la Tebas de Egipto. Lo que si creo que está claro del topónimo, mejor dicho los topónimos, es el hecho de que son absolutamente idénticos… ¿Cómo fue posible que unos topónimos separados por tantos kilómetros de distancia tengan el mismo nombre o la misma palabra? Bueno, pues creo que hay dos explicaciones que se ven claramente:
1) Que tengan el mismo origen etimológico (sigo apuntando por el camítico-semítico)
2) Que los geógrafos a la hora de transcribir el nombre egipcio se dejaran influir por lo griego.
Hablas en tus comentarios de «una rama fenicia», es posible que coincidamos en algo después de todo…, aunque hayas apuntado por otros orígenes. Un servidor ve el origen del topónimo en lo camítico-semítico o para dejarlo más claro: fenicio. Ya que hablas de Cadmo, el fundador de Tebas, de este personaje también hay «radiografía etimológica» que nos apunta de un latinizado Cadmus, que procederia de una grafía griega para el nombre del mitológico fundador de Tebas, el cual era hijo de Agenor (expresión latinizada) -de Agenor, el rey fenicio mitológico- (habría que diferenciarlo del principe troyano Agenor y rival de Aquiles que sería muerto por Pirro, sí, los que aparecen el la «Ilíada»). Los etimológos nos dicen que su étimo es incierto, pero también nos dicen que probablemente sea fenicio, otra vez, lo fenicio suena… también hay autores que dicen que se ha querido relacionar con voces griegas. Hablas de premisa filológicas… en mi anterior comentario pongo la expresión griega «kibótós» para (caja, arca), pero lo hago para diferenciar de la camítica-semítica «teba», la hebrea o la egipcia. De todo lo que comento (no digo nada nuevo), creo que el investigador profesional (incluido todos aquellos aficionados) debe de agotar todas las posibilidades a su alcance y examinar todas las explicaciones aparentes. El mundo de los étimos de las palabras es impresionante, misterioso algunas veces en su origen…
Un saludo.
JF, hablas de especialistas y de autores. Por favor, ¿me podrías dar referencias de los mismos? ¿Explican entonces el porqué del topónimo micénico Te-ka?
Si Javi, con mucho gusto. Por ejemplo. Roberto Faure Sabater en su obras apunta sobre todo por el origen fenicio para Tebas, Cadmo, Agenor, etc., pero también nos dice que: «si es cierto que Tebas de Beocia fue fundada por los fenicios» entonces valdría la etimología camítica- semítica de «teba» (caja, cofre) El topónimo de «Te-ka» no da explicación. Lo que decía en otro comentario: muchos filólogos » no quieren pillarse los dedos», no quieren emitir un juicio al 100% en muchas palabras, eso es comprensivo en algunas entiendo, al haber una duda razonable pero en otras no y las hipótesis estan ahí… Espero haber servido de algo de ayuda… el tema de los «étimos» la historia de las palabras, es una faceta que me apasiona hace ya unos años…
Saludos.
Te agradezco la referencia, JF. No parece muy argumentado, pero desconozco su fondo y en lo que se basa para tales afirmaciones.
Un saludo.
Es una gran reseña y una gran obra,sin duda.Alejandro es el personaje más atractivo sobre el que he leído.De entre las numerosas novelas y biografías que han pasado por mis manos me quedaría,sin embargo,y sin despreciar esta de Hammond,con la breve pero magistral obra de Mary Renault.Esta escritora realizó un profundo estudio del rey macedonio para elaborar la que es,probablemente,la mejor trilogía novelada que podemos encontrar hoy en día (por cierto,reeditada hace unos días en un formato precioso).Pero aparte de esta obra maestra,también es propiedad de Renault una biografía «seria» que no suele ser muy reconocida,pero que goza de un interés y calidad fuera de toda duda.En fin,que para escoger sobran títulos,por suerte.
Sí, Crátero, estoy por jurar que Alejandro es el personaje de la Antigüedad sobre quien se han escrito y se siguen escribiendo más libros.
Con el «jueguecito» de más arriba pretendía que quedara patente cómo en diferentes autores las mismas fuentes hablando sobre un mismo suceso dan lugar a lecturas distintas. Sin duda todos los autores citados (Cartledge, Hammond, Mossé, etc.) conocen los textos que mencionan la debacle de Tebas, pero cada uno pone el acento en el lugar que le interesa para fortalecer su particular interpretación de Alejandro. Algunos dan toda la culpa del castigo sobre Tebas a Alejandro sin mencionar siquiera a la Liga Griega, otros la reparten al 50%, hay quien dice que Alejandro en el fondo no era partidario de tan grande castigo, algún otro contemporiza sobre el suceso… Y cada interpretación sobre el destino de Tebas es en realidad una interpretación sobre la propia personalidad de Alejandro, sobre su tendencia a la crueldad o a la benevolencia, sobre su sentido de la justicia. Y es al entrar en ese terreno cuando se empiezan a construir castillos en el aire, y a unos les gustarán que estos sean como los de Walt Disney y a otros como los de El Señor de los Anillos…
Me quedo sin duda con los de «El Señor de los Anillos», donde vamos a parar.
En cuanto a los libros sobre Alejandro y la interpretación de las fuentes Cavi tiene más razón que un santo. Por suerte, mientras tengan cierto fundamento darán lugar a otros libros que profundicen en ella so las contradigan y que se siga investigando y escribiendo.
Cavilius, tengo tanta intriga por leer el Libro de Alejandro que he buscado en varias librerias en Chile y nada de nada sobre:
ALEJANDRO MAGNO. REY, GENERAL Y ESTADISTA – N. G. L. Hammond.
Si dices que es la mejor biografia de Alejandro, como puedo encontrarla para leerla? sabes de alguna parte que la vendan? te dejo mi correo danielvanni@hotmail.com. gracias.
El libro es muy difícil de localizar, Daniel. No tengo ni idea de dónde puedes encontrarlo, yo tuve suertey lo vi en una feria del libros de ocasión hace unos años.
Es cuestión de confiar en la divina providencia…
Gracias Cavilius! o por ultimo cual me aconsejas leer que tenga similitudes historicas que concuerden? Por lo que vi el de Lane Fox?
Saludos!
Hombre, que tenga similitudes históricas sin duda es la «revisión» en clave más divulgativa que hizo el propio Hammond de su obra sobre el macedonio: En genio de Alejandro Magno. El de Lane Fox, que con suerte leeré un año de estos, no sé yo si se ajusta mucho al ritmo que marca Hammond a juzgar por lo que éste dice de aquél.
Saludos.
Se que no es muy ortodoxo pero, puesto que parece ser que no piensan reeditarlo ¿Nadie sabe de donde se puede descargar en PDF o algo asi
En Amazon.
Komoyeho también han salido nuevas biografías de Alejandro al mercado; sin ir más lejos la de Barceló aún esta en venta en algunas librerías.
Es que, Antigono, yo el que buscaba es éste de Nicholas Hammond Rey, General y Estadista. Y,Horacio, en Amazon tampoco lo tienen.
Acabo de comprar el libro a una libreria de Argentina en Cordoba, que estaba mucho mas barato que en Amazon. me costo USD 80, en Amazon estaba en USD 150. Pero al parecer paque un precio mayor porque 10 paginas venian con hoyos! en conclusion nunca mas le compro a los Argentinos son todos unos sin verguenza!! Prefiero pagar mas y tener la seguridad que los americanos entregan las cosas en buenas condiciones!
Ademas vi hace poco la pagina en Amazon y ya no esta disponible. Me tendre que conformar con la copia rota maltraer Argentina!
Buenas chicos, yo tengo dos copias del mismo. Si alguno le interesa puede ponerse en contacto conmigo. Un saludo.