CUATRO DÍAS DE ENERO – Jordi Sierra i Fabra

En el capítulo seis de esta novela se lee la siguiente frase: “Barcelona era una mujer solitaria y perdida, abandonada, a punto de ser violada.” Una frase rotunda, que, por lo menos para mí, resume este libro a caballo entre el mundo detectivesco y el histórico, pues tras la derrota republicana en la Batalla del Ebro (1938), toda Cataluña y por ende Barcelona se abría ante los rebeldes nacionalistas como fruta madura a punto de caer del árbol. Solo era cuestión de tiempo que la ciudad que dos años antes era una fiesta revolucionaria fuera engullida por el paso ominoso de las botas militares. Y allí, en aquella città aperta, nos encontramos con un hombre solitario que camina perdido entre los restos de una comisaria ya abandonada, andando entre sonidos de cristales rotos y ficheros saqueados, sin saber muy bien qué hacer y cuál es su destino en aquel lugar en el que ya no existe la ley ni a quien aplicarla. Se trata del inspector Miquel Mascarell, el protagonista de nuestra novela, Cuatro días de enero, escrita por el prolífico Jordi Serra i Fabra, quien nos introducirá en aquella Ciudad Condal, fría y solitaria, en la que como lobos hambrientos están a punto de entrar las tropas del general Francisco Franco.

Esta novela inaugura la saga de aventuras detectivescas de este inspector de mirada triste, algo taciturno y que ante la caída de la República no confía en tener un futuro más allá de ser detenido o ser fusilado por haber sido fiel al gobierno legítimamente elegido en la urnas. Barcelona es una ciudad abandonada y en ella se le plantea el que puede ser el último caso de su carrera, el de una mujer, una antigua prostituta que busca desesperadamente a su hija la cual hace días que no aparece por casa. Pero lo que promete ser una simple pesquisa en un mundo en el que ya nada tiene sentido se convierte poco a poco en un asunto personal, de conciencia propia y laboral, que le llevará a los más oscuros recovecos morales de una Barcelona en descomposición en donde los antiguos halcones del nuevo régimen que llegará empiezan a volver a sus nidos y a afilar sus picos sedientos de futuras riquezas y venganzas cocinadas a fuego lento durante los tres años que tuvieron que abandonar sus mansiones y recargadas fábricas.

Junto con los personajes que van apareciendo en esta novela, hay uno, junto con Miquel Mascarell que se perfila también como protagonista indiscutible del texto. Es sin lugar a dudas la propia Barcelona. Nos encontramos con una ciudad abandonada por todos, por las fuerzas de la ley, por los poderes públicos, sus soldados, y por aquellos que han optado por irse al exilio por miedo a las represalias futuras del ejército nacional, bien yéndose en dirección a la frontera francesa, con la esperanza de que esté abierta, o bien hacia el sureste, hacia Levante. Nadie se quiere quedar en esa ratonera. Es por tanto una vacía, que contiene el aliento esperando que se acabe la guerra, como sea, muerta de hambre y en la que uno, cuando lee Cuatro días de Enero tiene la sensación de viajar, junto con Mascarrell, cual Virgilio barcelonés, por calles llenas de cascotes y hoyos provocados por las bombas facciosas pero vacía de gente. Ya nadie quiere salir a sus aceras y los pocos que lo hacen son como zombis en un mundo irreal. Avenidas vacías, corazones muertos.

Y como el Virgilio dantesco Mascarell  nos va enseñando los últimos momentos de aquella ciudad, los destrozos de la guerra, los momentos principales de ésta durante la guerra y el estado de ánimo de los pocos que quedan en ella esperando la entrada inminente del enemigo, el cual hizo su aparición el 26 de Enero sin encontrar ninguna resistencia. Es una Barcelona exhausta que en nada podía emular al Madrid del No Pasarán. Penetraron por Montjuïc, Vallvidrera, el Tibidabo y la carretera de la Arrabassada y se desparramaron por los lugares emblemáticos de la ciudad saludados con el brazo en alto por sus leales quintacolumnistas o por aquellos que solo quieren ver que la guerra ha terminado y volver a llevarse al estomago algo de comida. Tras esto se podría decir que la guerra estaba ya casi acabada pues desde Barcelona hasta la frontera francesa solo quedaban pocas fuerzas leales a la República dispuestas de manera aleatoria y aislada. Pero mientras tanto en la Ciudad Condal nos queda nuestro inspector intentando averiguar un asesinato en un universo que ya rige en sus coordenadas previstas… en un mundo que se desvanece poco a poco.

Jordi Sierra i Fabra, Cuatro días de enero. Madrid, DeBolsillo, 2017, 288 pp.

     

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