EL CABALLO AMARILLO – Borís Sávinkov
A comienzos del siglo XX, el terrorismo ya era uno de los signos característicos de la política rusa, o, por mejor decir, una de sus peores lacras. Había en ello una cierta lógica perversa. El país de la autocracia más retrógrada y esclerotizada era también el país de Sergei Nechaev, el revolucionario cuyo extremismo hizo retroceder al mismísimo Mijaíl Bakunin, radical de radicales; el país de Los demonios, de Dostoievski, la gran novela del extremismo en ciernes; el de Padres e hijos, de Turguéniev, la novela que bautizó el moderno fenómeno nihilista; el del asesinato del zar Alejandro II en 1881, uno de los más sonados magnicidios de la historia; el de los populistas (“naródniki”), que de su filosofía y práctica de “ir al pueblo” transitaron al terrorismo; el de subversivas emblemáticas como Vera Zasulich, Sofía Perovskaia y Vera Figner… El terrorismo ruso del cambio de siglo se preciaba de ser no sólo la respuesta extrema a un problema terminal –el régimen zarista- sino la vanguardia del movimiento revolucionario: si el futuro pertenecía a las masas, los terroristas les mostraban el camino. El régimen no se quedaba corto en retorcimiento, y contraatacaba con las medidas más severas; la Ojrana (policía secreta), la fortaleza de Pedro y Pablo en San Petersburgo y las deportaciones a Siberia fungían como símbolos de la represión estatal. El radicalismo inspiró a escritores de alto vuelo y alimentó a panfletistas y libelistas, justamente olvidados en su mayoría. En cierto sentido, Borís Sávinkov representa la culminación de un proceso: nadie como él aunó al terrorista y al hombre de letras. Él mismo parece un personaje de novela, pero de alguna novela muy rusa. Quizá Dostoievski hubiese podido imaginar un individuo y una trayectoria semejantes.
La biografía de Sávinkov (1879-1925) está llena de vericuetos y es difícil de compendiar en el espacio de una reseña. Para empezar, cabe señalar que, como muchos de los más señalados revolucionarios rusos, era vástago de una familia acomodada; que desde la juventud adhirió a diversos grupos subversivos; que ninguna ideología, facción u organización se impuso a su inquebrantable voluntad de independencia; y que fue un elemento crucial del terrorismo de su tiempo, organizador de dos de los golpes más duros sufridos por el zarismo: el asesinato en 1904 de Viacheslav von Plehve, Ministro del Interior, y el del Gran Duque Sergei Alexandrovich Romanov, gobernador general de Moscú y tío del zar Nicolás II, en 1905. Huyó de la prisión –y de la condena a muerte- en 1906 y se refugió en Francia, en donde se abocó a una existencia de gran mujeriego y vividor y donde se codeó con artistas de renombre. (Siempre cultivó las maneras de un dandy, lo que al parecer le ayudó a despistar a los agentes de la Ojrana.) Interrumpió una breve carrera literaria para retornar a la Rusia revolucionaria, incorporándose al gobierno de su correligionario Aleksandr Kerénski en calidad de viceministro de Guerra. Como militante veterano del Partido Social-Revolucionario (los “eseristas”), Sávinkov profesaba honda repulsión a los bolcheviques, quienes le respondían de la misma manera. (Los eseristas fueron los triunfadores en las elecciones a la Asamblea Constituyente de enero de 1918, disuelta tras una única sesión por orden de Lenin; definitivamente instaurada la dictadura bolchevique, los eseristas fueron perseguidos con especial saña.) Durante la guerra civil secundó el bando del almirante Kolchak, al que suministró armas desde Francia (en donde integró un inverosímil gobierno en el exilio), y organizó en Polonia una fuerza armada que combatiría sin éxito al régimen soviético. En 1924 cayó preso de los bolcheviques, cuya policía secreta lo había incitado a regresar a Rusia bajo engaño; la subsecuente pena de muerte le fue conmutada por una condena a diez años de prisión. Al año siguiente murió al arrojarse –supuestamente- desde una ventana de la Lubianka, la célebre cárcel moscovita.
En 1909 había publicado bajo el seudónimo de Viktor Ropshin la novela El caballo amarillo, basada en buena medida en su experiencia como terrorista. La obra, escrita en forma de diario, tiene por núcleo narrativo el atentado mortífero contra el gobernador de Moscú, perpetrado en 1905 por una célula insurgente cuyos integrantes presumiblemente reproducen -a grandes rasgos- los tipos humanos conocidos por Sávinkov en su carrera criminal. No hay que ver en el narrador/autor del diario un trasunto exacto del propio Sávinkov, sino más bien un cierto representante del ambiente revolucionario ruso. Es en la captación de una determinada atmósfera espiritual y moral donde reside el interés mayor del libro, lo que justifica preferentemente su lectura en la actualidad. Dice bastante del batiburrillo de ideas que circulaban entre los extremistas rusos la mezcla heteróclita de citas bíblicas y de referencias a Nietzsche y Dostoievski: la idea del superhombre y referencias a Así habló Zaratustra, así como unas alusiones a Los hermanos Karamázov y a su personaje Smérdiakov, son ingredientes que salpimentan los diálogos entre los personajes –junto, como es de esperar, con las divagaciones en torno al terrorismo y la revolución. Pero no es esta novela una obra de tesis, ni un manifiesto subversivo, ni una escenificación de las motivaciones y contradicciones del movimiento revolucionario. Para fortuna del lector, en nada se parece El caballo amarillo a un mal engendro como ¿Qué hacer?, la famosa novela panfletaria de Nikolái Chernichevski (1863). Si no supiéramos que fue escrita por un revolucionario cabal, podríamos muy bien atribuirla a un genuino hombre de letras, y no de los políticamente activos.
Es sobre todo en el protagonista que se concentra el quid de la novela. No lo conocemos sino por sus alias, especialmente el de George O’Brien, un supuesto turista británico. (También se ocultó Sávinkov tras una falsa identidad británica cuando preparaba sus atentados de 1904-1905.) Es individuo de la prosapia de los nihilistas, neurálgica en la literatura rusa clásica. Por su vacuidad moral y su tedio vital, también por la nota entre melancólica y caprichosa de su conducta, recuerda a los grandes descarriados de Dostoievski (Stavrógin, Raskólnikov, Iván Karamázov) y a los vacilantes de Turguéniev (Bazárov, Rudin, Nezdhánov); en otro tiempo y otras circunstancias, habría sido un alma gemela de Pechorin, el personaje icónico de Lérmontov. Es un descreído total, todo lo aburre hasta la saciedad, tanto las ideas como la actividad y las gentes, y si encaja en el movimiento revolucionario es sólo porque aun en su vaciedad conserva un resquicio de conciencia moral, a tal punto distorsionada que atribuye al asesinato político un valor superior. Su amor por Yelena, la esposa de un oficial, podría redimirlo, pero también este afecto acaba diluyéndose, con lo cual se desvanece la posibilidad de un clásico tema literario: el de la redención por el amor. Sólo le infunde vitalidad –nunca constante, siempre a ramalazos- el odio del gobernador y la idea de su asesinato; pero también este odio parece inmotivado, puesto que no alienta en el personaje una firme convicción ideológica. Como el Stavrógin de Los demonios, “George” es una oscura e incontrolable fuerza vacía (“Mi vida es la lucha –escribe-. Es imposible para mí no regirme por la lucha. Pero no sé por qué lucho”), y no pueden contar sus superiores con su fidelidad u obediencia incondicional (“Vivo como quiero, sin que las reglas de los conspiradores dicten mis acciones”); tampoco podía Piotr Verhovenski fiarse del todo de Stavrógin, al que asignaba un papel capital en sus desquiciados planes políticos.
Los otros miembros de la célula terrorista constituyen un muestrario humano variopinto. Erna, nacida en cuna de plata, es una química experta en explosivos y parece que sólo la motivase su desesperanzado amor por “George”. Heinrich y Fiódor son socialistas y revolucionarios cabales, el uno por convicción y el otro por emoción. Vania, finalmente, es un fanático religioso que justifica su entrega a la violencia terrorista con argumentos bíblicos, y que aspira al sacrifico de su vida en aras de la causa revolucionaria con el ardor de un mártir a la antigua. La novela, en fin, respira en su totalidad un sutil pero estremecedor aire apocalíptico, acorde con su título, tomado justamente del texto bíblico: «Y miré, y vi un caballo pálido [o amarillo, según la traducción] y el que estaba montado sobre él se llamaba Muerte; y el Hades le seguía muy de cerca». Salta a la vista que la imagen del movimiento revolucionario contenida en El caballo amarillo es de todo menos halagüeña; lo que expone es un genuino derrotero de degradación espiritual. Como podía esperarse, la novela fue unánimemente vilipendiada por las diversas facciones del radicalismo ruso. Fuera de esto, su valor literario es estimable, resultando francamente irreprochable en cuanto a naturalidad y coherencia estilística.
– Borís Sávinkov, El caballo amarillo. Diario de un terrorista ruso. Impedimenta, Madrid, 2009. 184 pp.
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Buenísima reseña de un libro que a priori pinta muy bien. La temática de los movimientos revolucionarios en la Rusia de los zares resulta siempre interesantísima y adictiva. Enhorabuena compañero.
Gracias, Iñigo.
Hasta hace poco me topaba en cierta librería de viejo con las memorias de Sávinkov; torpe de mí, nunca me decidí a comprar el libro.
Impedimenta publicó también la novela El caballo negro, ambientada en la guerra civil y traducida por Marta Rebón. Ya le tengo echado el ojo.
Gran reseña Rodrigo de una temática y una época que desprenden un magnetismo especial. Sabía de la existencia de «El caballo negro» – no la he leído – pero no de esta obra que has reseñado.
Por cierto, la cita bíblica es la que lee la adolescente en el poblado minero mientras hace su entrada el predicador – Clint Eatswood – en el magnífico western «El jinete pálido». Savinkov fue uno de esos idealistas sin más patria que sus ideas revolucinarias. Creo recordar que se habla de él en la magnífica «Revolución Rusa» de Orlando Figes.
Saludos
La peor clase de idealistas, la que está dispuesta a sacrificar personas en nombre del género humano. En nombre de una abstracción.
Justamente, consulté el libro de Figes. Dice bastante sobre el papel de Sávinkov en la época de la Revolución. Entre otras cosas, fue uno de los instigadores del fallido golpe del general Kornílov contra el gobierno de Kérenski.
(Vi la película hace tiempo, no recuerdo el pasaje que mencionas.)
Gracias, José Sebastián.
Trato de escapar a los tentáculos de la literatura rusa pero mientras siga en Hislibris sospecho que será imposible. Un placer leerte y cultivarme con tus reseñas Rodrigo. Estoy deseando leer alguna reseña tuya en esta fiebre por los clásicos que nos dio a final de año. ;)
Aaah. Temed todos la larga sombra de Rusia… ;-)
Bueno, estimado Caballero. Tratándose de clásicos igual he hecho alguna contribución, procurando encajar en los parámetros hislibreños: Victor Hugo, Joseph Roth, Gógol, Thackeray, Mason (Las cuatro plumas). Lo de Lord Jim, al alimón con Ario, fue una excepción.
(Hace un tiempo me dio por releer Historia de dos ciudades por afán de reseñarla, pero a poco del magnífico comienzo abandoné. Qué le voy a hacer, nunca me ha gustado Dickens.)
Tenía en mente algo más de aquí de la casa (entiéndase casa como el continente americano). De tus reseñas de clásicos en Hislibris también soy atento lector y contertulio; siempre disfrutando no sólo la reseña sino la defensa que de tus posturas haces antes las observaciones de los demás – de las generosas y de las que no lo son tanto -. Por contra tus respuestas siempre son generosas y atinadas.
Hay unas apariciones muy interesantes del personaje Savinkov en la magnífica serie clásica de tv «Reilly, as de espías» que protagonizó Sam Neil en los años 70-80.
Ajá. Quizá alguna novela de dictador, Caballero, que sé de tu interés en el tema… Sería cosa de ponerse. ¿No te animas?
… O algo de Fernando del Paso, flamante ganador del Premio Cervantes. ¿Leíste Noticia del imperio? Yo no. Nos vendría de perlas una reseña de esta novela.
Gracias por el dato, Soldadito Pepe. No tenía idea de esa serie.
Me refería a novelas americanas en general. Sí he pensado en escribir y publicar reseñas sobre novelas de dictador; el problema es que ya las he leído todas varias veces y tendría que volver a leerlas para no escribir de memoria. Me ocurre lo mismo con Noticias del imperio de Fernando del Paso. Como ya dije, una de las grandes novelas del siglo XX por su maestría y riqueza. Pero hay tanto nuevo que leer… Tantos nuevos mundos por descubrir… Supongo que regresaré a mis libros favoritos cuando me falle el hambre de aventuras y prefiera el calor del hogar. Ahora ando con la biografía de nuestro «dictador» particular, don Porfirio, pero qué interés puede tener para los hislibreños un personaje tan poco universal?
Por cierto, no pretendo orientar tus lecturas. No sé si ha parecido que lo hago. Sólo me atreví a insinuarlo porque me sabes lector atento de tus reseñas y pensé que sería agradable leer tus reseñas y opiniones sobre ensayos de temas americanos.
No te preocupes, Caballero. Agradezco tu buena disposición.
A todo esto, veré si puedo conseguir Noticia del imperio. Igual saldo una deuda pendiente.