EL JOROBADO DE NOTRE DAME – Victor Hugo

“Nadie había reparado aún en un extraño espectador que, hasta ese momento, lo había observado todo, impasible, desde la galería de las estatuas de los reyes esculpidas justo encima de las ojivas del pórtico, con el cuello tan estirado, con un rostro tan deforme que, de no ser por su vestimenta roja y morada, se le habría podido tomar por uno de esos monstruos de piedra por cuyas fauces desaguan desde hace seiscientos años los largos canalones de la catedral”.

Corría el año 1830 cuando el editor francés Charles Gosselin reparó en una evidencia: las novelas que triunfaban en Francia y en toda Europa eran las del escocés Walter Scott. Waverley, Rob Roy, Ivanhoe… Eran novelas de aventuras donde se retrataba el pasado de Inglaterra en un tono glorioso y vindicador. Lo anglosajón estaba de moda. Eso a Gosselin no le hizo gracia. Francia era también una gran nación; no en vano pocos años atrás había estado a punto de dominar Europa de la mano de Napoleón. De modo que tenía que hacer algo: había que escribir una novela medieval al estilo de las de Walter Scott, pero focalizada en tierras francesas. El encargo recayó en un escritor que aún no había cumplido los treinta años pero que ya gozaba de fama y prestigio, llamado Victor Hugo.

Pese a su juventud, Hugo era un autor que había tocado ya varios géneros: la poesía, el teatro, la novela, los artículos de prensa… Y compartía con el editor el interés por resaltar los valores de la historia y la cultura francesas. En especial le preocupaba la protección del patrimonio arquitectónico francés, y más en concreto, el parisino. La catedral de Notre Dame se encontraba en una triste situación de abandono y no parecía que en un futuro próximo fuera a enmendarse. Así que, al recibir el encargo de Gosselin, mató dos pájaros de un tiro: escribió una novela de aventuras francesas al estilo de Walter Scott, y protestó por el deterioro y el lamentable estado de conservación de la catedral de París. Durante seis meses, tiempo asombrosamente corto, Victor Hugo se sumergió en un intenso trabajo de escritura, y en la primavera de 1831 dio por finalizada su novela, que relataba una historia ficticia ubicada en el París de 1482 y que comenzaba con una palabra griega terrible y apocalíptica, que el autor encontró grabada en un oscuro rincón de una de las torres de la catedral: ἈΝΆΓΚΗ, fatalidad. “Sobre esta palabra se ha construido el libro”, sentenció.

Este es el origen de Nuestra Señora de París (Notre-Dame de París), que en el ámbito anglosajón (y también castellano) se conoció como El jorobado de Notre Dame. La obra fue un éxito rotundo, superó el recorrido de las novelas de Scott (que se contentaban con mantener un tono aventurero pero carecían de hondura psicológica de los personajes), y además fue el acicate para comenzar las tareas de restauración y conservación de la catedral parisina. La obra fue el resultado de un enorme trabajo de documentación por parte de Victor Hugo: el despliegue de conocimientos históricos que exhibió es deslumbrante. Pero fue destacada también por otros factores: incorporó un tono épico a la narración y a la historia toda, que en adelante pasó a ser imitado en las novelas del género. Habló, y no poco, de las clases bajas, protagonistas por vez primera de una obra literaria. Y construyó una novela “total”, donde no es solo un personaje o una línea argumental, sino toda una sociedad en su conjunto, con sus múltiples aristas, la que avanza y se dispersa por sus páginas.

Si bien se ha tendido a simplificar la obra de Victor Hugo y a presentarla como la historia del jorobado que vive entre los muros de la catedral, llamado Quasimodo, el verdadero protagonista de Nuestra Señora de París es, precisamente, el que indica su título: la catedral de Notre Dame, la cual el autor describe y desmenuza con todo lujo de detalles siempre que tiene ocasión. La acción se desarrolla en su mayor parte o bien en el interior, o bien ante la majestuosa fachada. Quasimodo apenas tiene peso específico en la novela durante varios centenares de páginas. Mayor importancia, desde luego, tienen otros personajes como Claude Frollo, archidiácono de Notre Dame, o el capitán de los arqueros del ejército Phoebus de Châteaupers, o incluso Pierre Gringoire, pobre filósofo-poeta de espíritu distraído. Y desde luego, Esmeralda, la joven gitana (a quien se llama repetidamente “la egipcia”, por la creencia medieval del supuesto origen africano de los gitanos). Sobre los hombros de la joven se sostiene toda la trama de amores y desamores que subyace en la novela. Y digo que subyace porque por encima de todo, en un primer plano, brilla con luz propia el auténtico protagonista: los muros  fríos y ornamentados al estilo gótico, de Notre Dame.

Las descripciones de historias troncales y colaterales, de personajes principales y secundarios, y de escenarios relevantes y de otros que carecen de peso en la novela, son detalladas, minuciosas, prolijas. Piénsese que se trata de un modo de hacer novela muy diferente al actual: en la época de Victor Hugo no se daba la agobiante y omnipresente presencia de imágenes artificiales, estáticas o en movimiento, que sufrimos en nuestros tiempos. No había televisión ni cine; por no haber no había ni fotografías (su nacimiento tuvo lugar más o menos en la misma década en que se publicó la novela, y en la propia Francia). De modo que los lectores no estaban “contaminados” por todo eso, y tenía perfecto sentido que los escritores se explayaran a la hora de describir los escenarios de sus historias. Tenían que “levantar” todo el armazón visual en la mente y la imaginación de sus lectores, y no contaban, como sucede ahora, con el apoyo (con la intoxicación, más bien) de la fotografía o de la imagen en movimiento. Es por eso que Victor Hugo invierte páginas y páginas en escrupulosas descripciones, incluso de aspectos que en apariencia no afectan a la trama pero que forman parte del armazón y del decorado de la historia. Así, la arquitectura de Notre Dame es descrita en sus más mínimos pormenores,  y se dedica un capítulo entero a explicar cómo es París a vista de pájaro. “Todos estos detalles, que exponemos aquí llanamente para edificación del lector”, se justifica el narrador, y nunca mejor dicho, pues lo que pretende es que quien los lea “edifique” en su cabeza el mundo que Victor Hugo trata de reproducir en su obra. En la actualidad esta laboriosidad nos puede parecer innecesaria y pesada; la televisión y el cine nos mantienen tan saturados de imágenes, hemos visto ya tanto y tantas veces, que no nos interesa e incluso nos aburre tener que construir en nuestra mente escenarios novelísticos por nosotros mismos, usando nada más que un texto. Desde este punto de vista, cuánto daño ha hecho el medio audiovisual a la literatura.

La novela es desbordante, épica, avasalladora. Victor Hugo domina la historia de París y de sus autoridades antiguas, sabe latín y griego, y lleva a cabo un despliegue de datos y de erudición difícilmente equiparable a algo escrito en la actualidad. La historia se abre en diferentes frentes aparentemente sin relación, que poco a poco confluyen en un único cauce, en una única cascada arrolladora. Y además lo hace empleando un estilo franco y llano, con un cierto deje humorístico que en algún momento rebaja el tono de la novela y la dota de un aire fresco y juvenil. A menudo el narrador habla directamente al lector, como si fuera un espectador que contempla la escena y estuviera contándosela a alguien. Por ello no encuentra objeción en hacer referencias y comparaciones con su presente decimonónico, a fin de facilitar la comprensión de la historia. Es, ya lo dije, otra manera de hacer novela.

Se trata también de una novela de caracteres bien contrastados. Quasimodo, el campanero de Notre Dame, es tuerto, corcovado, cojo, deforme, sordo y habla con dificultad; encarna el mito de la «bestia», un monstruo por su aspecto físico pero con un gran corazón en el interior. Esmeralda, en cambio, personifica la juventud y la belleza, y también la ingenuidad y el amor ciego. Claude Frollo, archidiácono, es un personaje oscuro: ladino, traidor y malvado, experto en alquimia, practica la ocultación tanto en sus acciones como en sus pensamientos. Phoebus es vanidoso, engreído y egoísta, no mira más que para sí. Gringoire es simple y llano, sus apariciones representan la nota cómica dentro de la trágica historia de la que forma parte. El propio rey de Francia Luis XI, un personaje histriónico que se mueve guiado por impulsos más que por un uso mesurado de la razón. El resto de personajes, y son un buen puñado, no son otros que las gentes de París; mosaico de los diferentes caracteres que se podían encontrar en la sociedad parisina medieval, exactamente los mismos, parece querer decir Hugo, que los que se dan en la presente. Y el amor, omnipresente, que todo lo inunda, todo lo puede, todo lo somete.

La novela Nuestra Señora de París ha sido recuperada recientemente por los editores de Zenda y de Edhasa, que se han asociado para crear un nuevo sello editorial bajo el cual están viendo la luz las grandes historias de aventuras de la literatura, como Simbad el Marino, Las cuatro plumas, Taras Bulba… o El jorobado de Notre Dame (se ha empleado el título de la tradición anglosajona). La colección cuenta con prólogos de Arturo Pérez-Reverte y una ilustración de portada a cargo de Augusto Ferrer-Dalmau. La traducción de la novela de Victor Hugo también se ha llevado a cabo para la ocasión. Es esta, por tanto, una oportunidad perfecta para volver a los clásicos, a las buenas novelas, a las buenas historias. Quasimodo lo merece, y la catedral de Notre Dame también.

 

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Victor Hugo, El jorobado de Notre Dame (traducción de Andrés Ruiz Merino). Barcelona, Zenda-Edhasa, 2022, 670 páginas.

     

4 comentarios en “EL JOROBADO DE NOTRE DAME – Victor Hugo

  1. Iñigo dice:

    Clasicazo del que tengo un grandísimo recuerdo. Fue como si viajara en cuerpo y alma a aquel París medieval. Magnífica en fondo y forma. Siempre recomendable. Estupenda reseña.

  2. Farsalia dice:

    Gran iniciativa la de Zenda y Edhasa, recuperando novelas históricas y de aventuras de hace mucho tiempo. Y espléndida reseña. En algún estante tengo la edición de Lorenzana…

  3. cavilius dice:

    Hace tiempo que quería leer algo de Victor Hugo, y estaba entre esta y Los Miserables. Aprovechando esta nueva edición, me he decidido por el jorobado. Una gran novela, como las de antes. Y nunca mejor dicho.

  4. Balbo dice:

    Una de mis novelas favoritas. De las que uno tiene en la cabeza toda la vida porque sus personajes se convierten en iconos de tu familia literaria. Ya lo comenté en el foro y es que Nuestra Señora de París fue una de las primeras novelas que yo compre por mi cuenta (en Alianza Editorial en dos tomos) y que me impactó tanto, y seguro que una relectura lo volvería hacer, que cuando fui a París uno de los lugares a los que quería ir sí o sí era a Notre Dame. Recuerdo que cuando cruce uno de los puentes para ir a la Isla, viendo la mole de la catedral, al acercarme, me iba emocionando poco a poco. Y es que cuando subí a las torres tenía la certeza de pisar los mismos escalones que Quasimodo (friki que es uno). Una novela inolvidable que se debería leer una vez en la vida. Además una de las palabras que encabezan esta obra enlaza con mi novela favorita, El conde de Montecristo: Ananke (Ἀνάγκη), que se podría traducir como La Necesidad o más bien como (y me gusta quedarme con esta acepción): La Fatalidad. Es decir dos de mis novelas preferidas engarzadas por una palabra/sentencia mítica. Y bueno… que más decir, que enhorabuena por la reseña y que ya era hora de que se inscribiera con letras de oro en esta nuestra casa. Saludetes.

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