EL OCASO DEL EMPERADOR – Agustín García Simón
«Muy sola es la vida de aquí y muy triste. Si Su Majestad ha buscado la soledad, a fe que la ha hallado» (don Luis Méndez de Quijada, mayordomo de Carlos V).
Hace algunos años mi padre nos llevó a una excursión para que conociéramos unos de los parajes que marcaron su juventud. Obviamente, al igual que mi progenitor, somos extremeños, y cuando él era un chavalillo sus padres le llevaban a pasar los campamentos estivales cerca de una localidad cacereña llamada Cuacos de Yuste. Mientras íbamos allá, y de pasó conocer el Monasterio cercano a la localidad, nos comentaba que durante aquellas jornadas de su juventud se atrevían a entrar, junto con otros rapaces, en aquel lugar que por entonces estaba medio abandonado. Incluso nos comentó que una vez se encontraron una espada llena de herrumbre y polvo tirada en una de las oscuras estancias de tan regio lugar. ¿Perteneció tal vez al hombre que llegó a dominar uno de los imperios más extensos de la humanidad? Después de que llegamos y dimos un paseo por las estancias, no tuve más remedio que darle las gracias a mi padre por habernos llevado a un lugar donde verdaderamente se respiraba la Historia en cada una de las piedras de aquel Monasterio donde una vez un emperador, de nombre Carlos, quiso enterrarse en vida tras haber sido el adalid cristiano durante un gran número de años. A muchos de sus cortesanos les pareció que aquella decisión era una locura. ¿Por qué no disfrutar de la jubilación en uno de sus enormes castillos lleno de diversiones por doquier, en vez de encerrarse en una simple villa aneja a un aburrido convento de frailes jerónimos? Solo el gran señor de Europa tenía la solución a aquel enigma, al igual que muy pocos de sus allegados. Este misterio hoy todavía sigue extrañando a mucha gente y es por eso por lo que les animo a que lean el ensayo El ocaso del Emperador: Carlos V en Yuste, escrito por Agustín García Simón, pues les trasladará a una época de la vida del emperador un tanto oscurecida en los libros de Historia.
El autor nos habla en un principio de los motivos que tuvo Carlos V para abdicar en vez de proseguir con su proyecto imperial de reunir todos los reinos de Europa en una verdadera unión católica, en una universitas christiana. Carlos, siempre fue una persona que tenía un pie en la Edad Media, y otro en un mundo moderno, creyéndose desde su más tierna infancia que era un soldado de Cristo, un milis christi de reminiscencias caballerescas capaz de unir a todos bajo una fe. Pero las guerras de religión con los príncipes alemanes, las disputas teológicas que tenía con Lutero, sus desavenencias contraídas con el Santo Padre, y las luchas contra los franceses, provocaron en su ánimo un estado de abatimiento y desesperanza que le llevó a considerar el hecho de abdicar y descargar el peso de los reinos hispanos en su hijo Felipe, e igualmente traspasar la otra parte del imperio a su hermano Fernando I de Austria. Finalmente el fracaso en el asedio de la ciudad de Metz (1553) propició que dos años después, precisamente el 25 de Octubre de 1555 en el Palacio de Coudenberg (Bruselas) a las cuatro de la tarde Carlos V de Alemania y I de España, entre otros cientos de títulos nobiliarios, ataviado con un reluciente Toisón de Oro resaltado sobre una sobria tela negra, hiciera oficial su renuncia al trono europeo. Después de rememorar parte de su vida, dejó el papel que estaba leyendo y tras enjuagarse las lagrimas en un pañuelo de tela flamenca, dijo en un suspiro: “No puedo ejecutarlo todo como quisiera…”.
Lleno de achaques (tuvo que entrar en el palacio apoyado en el hombro de Guillermo de Orange) y dolores, apesadumbrado por no haber conseguido sus ideales, como el nadador que ve impotente que no llega a la orilla, el emperador Carlos abandona todo y emprende el viaje a su lugar elegido como estación final de su vida: un simple palacete en un lugar recóndito de su imperio, el Monasterio de Yuste, en Cáceres, la tierra que pare conquistadores, y engendra dioses de ultramar. Pero ¿por qué Yuste? Aunque haya quienes piensan que se trata de una locura propiciada por la edad, o un arrebato religioso, en verdad Carlos lo tenía bien pensado desde hace tiempo, ya que desde 1542 mando a sus allegados que buscaran un lugar tranquilo y aislado, con clima benigno, donde pasar sus años finales. Y en Yuste lo encontró. Pasado un tiempo, el 28 de Septiembre de 1556 llega a Laredo (39 años antes ya lo había hecho cuando era un rey imberbe) y desde allí comienza su periplo hasta llegar al palacio de Yuste, situado cerca de la villa de Jarandilla. Quien acuda al lugar podrá ver que la composición no ha variado con los siglos y que a pesar de haber estado en estado de abandono sigue manteniendo el mismo espíritu que entonces. Si uno se fija bien (y cierra los ojos imaginando como habría sido la primera impresión del antiguo emperador) podrá ver que el edificio se parece mucho a las villas italianas que Carlos seguramente habría visto cuando había estado en tierras italianas. Se compone de dos plantas, la de arriba utilizada para el invierno y la de abajo para mitigar los calores extremeños del verano. Tanto una como otra tiene un pasillo central, armonioso, que separa las cámaras, y frente a la fachada aparece un bello estanque donde Carlos seguramente pescaría algún pez mientras rememoraba su increíble vida al son de las chicharras. Y finalmente al lado de este palacete se encuentra un convento de frailes jerónimos que llenarían con sus rezos sus anhelos de inmortalidad.
Uno de los datos que más me ha llamado la atención de este libro es como García Simón engancha al lector trufando la lectura con hechos curiosos y entretenidos ocurridos durante la breve estancia de Carlos en Yuste. Como por ejemplo la información que nos ofrece sobre el trajín diario de aquel escondido lugar. El emperador no era persona que le gustara levantarse pronto, pero tampoco no muy tarde. A las ocho ya se encontraba levantado y desayunado y acto seguido dejaba que fray Juan Regla entrara en su estancia para hacer los primeros rezos del día. Después se concentraba en uno de sus hobbies, la relojería, y si estaba presente el fenomenal Giovanni Torriano, más conocido por Juanelo, se extasiaba estudiando el mecanismo de éstos hasta la hora de la misa. Tras la comida, como buen amante de las costumbres patrias se echaba un sueñecito, para posteriormente o bien irse de pesca al estanque o recibir a las visitas de los nobles y amigos, que o bien vivían cerca o bien acudían a Cáceres a rendir homenaje a su gran señor. Llama la atención que frecuentemente le gustaba recibir a un chiquillo de trece años que residía en la vecina localidad de Jarandilla, y que había sido criado por doña Magdalena de Ulloa y su esposo don Luis Méndez de Quijada. En su juventud muchos le llamaron Jeromín, pero la historia con mayúsculas le recordara con el nombre de Juan de Austria, adalid cristiano y vencedor de Lepanto años después.
Rodeado de pocos servidores, 34 flamencos, 14 españoles, 2 italianos, un alemán, más sus secretarios y frailes del convento parejo, pasó sus últimos años. Recordando sus batallas ganadas y perdidas, sus sueños de gloria, y luchando de la misma manera contra sus enfermedades, como la perniciosa gota que le obligaba muchas veces a estar postrado en una silla articulada, llegó el verano de 1558. A finales de aquel mes comenzó a sentirse indispuesto tras las comidas, y a tener dolores pertinaces de cabeza. La fiebre se asomó a su cuerpo, y tras ser reconocido por un médico de Valladolid llamado Cornelio, dictaminó que la causa de su mal era el paludismo. Enfermedad propia de aquella zona. Lo que no hizo la enfermedad lo culminaron las sanguijuelas que en pocos días arrasaron con la poca salud que le quedaba. El 20 de Septiembre entró en fase terminal y viendo que su final estaba cercano solicitó que le entregaran el crucifijo de su esposa fallecida, la emperatriz Isabel. La madrugada del día 21, a las dos de la madrugada, y tras besar la cruz de su amada, aquel que había el hombre más poderoso y envidiado de la tierra entregaba su alma a Dios.
Todos y cada uno de los datos expuestos en esta humilde reseña lo pueden encontrar en este libro, El ocaso del emperador. Tras bucear en sus páginas comprenderán el por qué una persona, señor de medio mundo, tuvo la ocurrencia de ocultarse en uno de los puntos más alejados de su extenso territorio, y como fueron desgranándose sus días entre amigos, y rezos santos, mientras que con la mirada de observaba uno de sus cuadros favoritos que no había dudado en llevarse consigo: La Gloria, obra de Tiziano. Aquella misma que el destino le había entregado desde el mismo día de su nacimiento. Así pues no duden en dejar que sus ojos se posen en este excelente trabajo de Agustín García Simón para vivir el otoño del emperador de emperadores.
Pero ya nos contaste el final… el emperador de emperadores se muere tras besar la cruz de su amada Isabel. :) Bella reseña, Balbo. Desde niño, mi padre (gallego), ha soñado con hacer un viaje por tierras extremeñas y nunca ha tenido tiempo de hacerlo. Me das una idea. Quizá llegó el momento de llevarlo a conocer la tierra que pare conquistadores y engendra dioses de ultramar. Por lo pronto ya le tengo regalo para su cercano cumpleaños (09-09). Un saludo afectuoso.
Balbo, me recuerdas mi pecado: No haber visitado Yuste
Pues está muy bien. Además un poco más abajo está el cementerio aleman donde segun la wiki: «En él están enterrados muchos de los soldados, aviadores y marinos alemanes de la Primera Guerra Mundial y Segunda Guerra Mundial que llegaron a las costas y tierras españolas debido a naufragios o al derribo de sus aviones». Te lo recomiendo. Y si quieres comer bien cerca, en Jarandilla, se come de maravilla.
Magnífica reseña, Balbo. Me parece un tema interesante sobre el que reflexionar, esa retirada del emperador y ese refugio entre los relojes, muy simbólico…recuerdo haber leído una novelita (Mansiones del Tiempo, 2002) de Jose Vicente Pascual que tenía ese marco, los últimos días del emperador en Yuste.
Teóricamente, deberían estar enterrados todos los combatientes alemanes hallados en territorio español. Aunque al menos en el cementerio de la Almudena existe una tumba donde se señala la presencia de soldados germanos.
Para los interesados en el tema les recomiendo la Ruta de Carlos V entre Tornavacas y Jarandilla:
http://planvex.es/web/2015/10/ruta-de-carlos-v-entre-tornavacas-y-jarandilla/
Saludetes ;-)