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El pequeño Pataxú, Tristan Derème

RIOS DE SANGRE

 
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Registrado: 01 Oct 2020
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MensajePublicado: Sab Oct 03, 2020 8:47 am    Tí­tulo del mensaje: RIOS DE SANGRE Responder citando

Embárcate en este viaje a lo largo de 925 años de historia. Sangra con el Cid, conquista un nuevo mundo, muere en Castelnuovo y renace de tus cenizas para cabalgar en una última carga. Descubre sus miedos e inquietudes, su valor y ambición, descubre tu historia. Encuéntrate. Catorce apasionantes relatos que erizarán tú piel. Las Navas de Tolosa, Otumba, Krasny Bor, La nueve, Cuarte, Palencia, Castelnuovo, Lepanto, El Glorioso, Balmis, Bailén, Dar Hamed, Latifyah.





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MensajePublicado: Sab Oct 03, 2020 8:54 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

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Registrado: 01 Oct 2020
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MensajePublicado: Sab Oct 03, 2020 8:58 am    Tí­tulo del mensaje: Responder citando

LA BATALLA DE CUARTE
21 de octubre de 1094, Cuarte, Valencia.



Resuenan en la noche los cascos de quinientos caballos de guerra, quinientas sombras que avanzan en la negra noche, solo el baño de los rayos de luz que emanan de la plomiza luna, recorta sus figuras en el horizonte. Huele a guerra, a sudor, y a cuero humedecido, los oídos de los quinientos caballeros cristianos ya hace rato que no son capaces de escuchar el tintinear de sus metales, solo escuchan el latir de su corazón apunto de desbocarse. Atrás queda la planificación de la batalla, Rodrigo Díaz de Vivar, Diego Ordóñez de Lara, Minaya Alfár Fáñez y el joven Diego Bernaiz del Burgo, sentados alrededor del fuego mientras el Cid da las ordenes concisas como de costumbre.


- Será esta noche, quinientos jinetes, ni uno más ni un menos, caballería pesada. Saldremos por la puerta de Boatella y aprovecharemos la zona débil sursudoeste para rodear el cerco. Al alba Minaya saldrá por la puerta de la culebra y simulará una espolonada contra su vanguardia, ese será el momento.


Lanzas al frente avanzan hacia la real almorávide, allí esperan encontrar a Abu Abdalah Muhammad Ibn Ibrahim Ibn Tasufin, general de las tropas almorávides que llevan más de un mes cercando la ciudad de Valencia. La estrategia de la espolonada a dividido a las fuerzas almorávides y la retaguardia ha quedado lo suficientemente debilitada para que puedan penetrarla como dagas, solo la guardia imperial puede proteger al general. Retumba el cuerno de guerra, arrasarlo todo dice, o eso cree escuchar Diego Bernaiz en el interior de su alcófar, le pasan imágenes por su cabeza a toda velocidad, su esposa Elvira, su hijo Félez y su hija Isabel, pero las descarta con la misma rapidez con la que le llegan, de manera instintiva, todo lo que no sea el aquí y el ahora no tiene cabida, sensaciones recorriendo todo su ser, ansiedad y miedo contenido, las de siempre, da igual si uno lo ha hecho una o cien veces, jamás desaparecen. Medio centenar de jinetes almorávides son la primera línea de defensa, caballería ligera, se romperán como ramas secas, piensa Bernaiz, y sus caras lo reflejan, se debaten entre el honor de plantar batalla con una muerte segura o coger las de Villadiego y maricón el último. Los quinientos hombres que componen la mesnada, funcionan como uno solo, como si un extraño ente manejara sus hilos, se afirman en los estribos, sujetan con fuerza lanza y escudo, con tanta fuerza que sus músculos parecen punto de explotar, Bernaiz nota arder la antigua herida de su hombro izquierdo, maldito sea aquel amanerado franco y su puñetera lanza, aunque bien se lo hicimos pagar a aquellos cabrones en Tévar, el hombro ya no volvió a ser el mismo, pero aún le da para abrazar con fuerza el escudo. Apenas veinte metros les separan de los jinetes almorávides, tiempo para un último vistazo a diestra y siniestra si uno no quiere sorpresas de última hora. A la derecha, unos dos metros más adelantado va Diego Ordóñez, decidido como siempre, al lado de gente así es más difícil que a uno se le doblen las piernas, el gran Diego, leyenda en vida, aquel que hizo temblar Zamora entera, cuando en venganza por la muerte a traición del buen rey Sancho II, reto a todo el que tuvo a bien salirle al encuentro, desde los hijos de Arias Gonzalo hasta el último imbécil que osó enfrentarle. A la izquierda Pedro Bermúdez, inseparable alférez del Cid, insignia en mano, bien visible para que todos la vean, aquí están los hombres del campeador, Sidi Qambitur, huid insensatos mientras podéis, parece decir la banderola verde y roja. Siempre encabezando la mesnada Rodrigo Díaz de Vivar, siempre por delante, siempre dando ejemplo, sin rehuir fatigas y lances, sus hombres le siguen ciegamente, palabra del Cid, palabra del señor. Todo es ruido y vacío, el vacío que acompaña a los hombres justo antes de entrar en combate, vacío en sus estómagos, vacío en sus mentes donde no cabe otra cosa que matar para sobrevivir y vacío a su alrededor, donde durante unos minutos el mundo parece desaparecer. El crepitar de su lanza quebrándose por el impacto contra el rostro de un insensato almorávi, se une a la mescolanza de tintineos, gritos y relinchos que le rodean, la caballería mora no ha resistido la carga y en un primer arreón ha quedado destrozada, apenas una decena de ellos sigue en pie y los que lo hacen es para huir todo lo velozmente que pueden.


- ¡Santiago! ¡Santiago y Castilla! – se oye vocear al Cid


La guardia imperial protege la tienda real, hombres valientes sin duda, dando su vida para dar unos minutos de margen al cobarde de su general, que con toda seguridad en estos momentos invierte todas sus energías en ponerse a salvo. Doscientos esclavos negros componen la guardia imperial, último dique de contención para llegar al centro de poder de los sitiadores, por la izquierda se acerca un haz de peones moros que han acudido al rescate de la desintegrada caballería ligera, Rodrigo caracolea con su caballo Babieca, alza su espada Tizona y la baja señalando en dirección a la infantería, repite el gesto señalando a la guardia, la orden es clara, la mesnada se divide en dos, el primer grupo comandado por Diego Ordóñez se dirige raudo a enfrentar a la infantería, el segundo grupo lo dirige el propio Cid, en el va Bernaiz. Afirman espuelas y clavan ijares para poner los corceles al galope, escudos bien embrazados y espadas al viento, resuenan en los escudos los impactos de flechas y saetas, clang, clang, hasta llegar a colisión. La primera carga es brutal, decenas de guardias imperiales yacen en tierra, aplastados baja las robustas patas de los animales y los que permanecen en pie resisten como pueden los espadazos que asestan los cidianos, zas, zas. Bernaiz clava su espada en el hombro de un robusto guardia, el grito que emite es aterrador, la desclava y vuelve grupas para buscar un nuevo objetivo, en solo un par de minutos no queda moro en pie para defender la posición, los hombres del Cid se miran unos a otros, viendo alrededor una pléyade de rostros cubiertos de sangre, propia y ajena, aunque más de la segunda que de la primera, hoy se ha dado bien. A lo lejos observan como Diego Ordoñez se reagrupa tras poner en desbandada a la infantería mora, Bernaiz se acerca al Cid.


- Rodrigo, ¿les damos alcance?

- No, no somos suficientes, dejadles que corran como pollos sin cabeza, ya tenemos a nuestro alcance todo lo que necesitamos. Que los hombres hagan acopio de todo material de utilidad, joyas, armas, comida, animales, no dejéis nada, pues nada habrán de encontrar si osan volver. Reúnete conmigo en la ciudad.


Héroe, mito o leyenda,

Babieca en sus piernas, Tizona en sus manos

todo, nada, fiel,veleta o traidor

con moros, con cristianos,

sangrante vencedor.
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