ÍTACA, EL PELOPONESO, TROYA – Heinrich Schliemann
Heinrich Schliemann fue un alemán nacido el día de Reyes de 1822 y cuya vida bien merece, al menos, dos vistazos. Uno por el hombre y otro por sus descubrimientos. El libro del que voy a hablarles está a caballo entre ambas visiones. «El hombre» era hijo de un pastor evangélico humilde económicamente pero culto, que despertó en el muchacho una fascinación por Homero y sus historias cuando tan solo tenía siete años de edad. En la navidad de 1829 el pastor le regaló a su vástago una obra titulada Historia Universal para niños, escrita por Georg Ludwig Jerrer, que entre otras cosas narraba la leyenda de la guerra de Troya e ilustraba el pasaje con un grabado en el que Eneas abandonaba Troya. Nuestro «hombre» pensó que aquello que era leyenda según libro debía tener un fundamento histórico detrás y, como veremos, esa idea se convirtió en el centro de su vida.
Pero la vida requiere su peaje y Schliemann se vio obligado a pagarlo lejos de su pasión. Comenzó de aprendiz de comercio y decidido a buscar mejores horizontes tomó un barco con destino a Venezuela, el Dorothea. El viaje no duró mucho ya que la nave naufragó y nuestro «hombre» recaló en Amsterdam, donde gracias a la ayuda del cónsul general prusiano logró un empleo, también en el ámbito del comercio. Él mismo narró posteriormente las penurias y problemas que pasó en aquel tiempo y, especialmente, cómo tenía la horrible sensación de que la vida se le escapaba como el agua se escurre entre los dedos sin poder perseguir su sueño: la búsqueda de los restos de todas las historias homéricas.
En 1846 su empleador le envió a San Petersburgo como agente de la compañía holandesa en la que trabajaba. Una de las razones para ello era que Schliemann dominaba varias lenguas, lo que le sería muy útil entonces, como «hombre», y más tarde como «descubridor». Una vez en Rusia, acabó por independizarse de su empresa holandesa y establecerse por su cuenta, comenzando una exitosa carrera empresarial que le llevaría a Estados Unidos, donde creó un banco y consiguió una fortuna enorme.
En este punto abandonamos, en cierta medida, al «hombre» y comenzamos a hablar del «descubridor», o arqueólogo, como prefieran. En el año 1863, la acumulación de bienes que poseía le llevaron a dejar su vida empresarial y comercial y centrarse en lo que había sido su obsesión desde la niñez: la búsqueda de los restos históricos de los hechos que había leído en los relatos de Homero. Comenzó entonces una serie de viajes que le llevarían a grandes descubrimientos, enormes satisfacciones, reconocimientos y, por supuesto, trabajo y penurias físicas. Grecia, Siria, Egipto, Italia, fueron lugares que visitó, estudio y excavó. Usando como guía de viaje, si me permiten la expresión, las narraciones clásicas, Schliemann acabó descubriendo restos arqueológicos que han sido claves en la historia de esta disciplina, relacionados con Troya, Micenas, Orcómeno, Tirinto, el tesoro de Príamo…
Y después de este repaso rápido al «hombre» y al «descubridor», vamos al motivo de este texto, una obra que, como decía al comienzo, está a caballo entre ambos aspectos. Bajo el título de Ìtaca, el Peloponeso, Troya, y el subtítulo Investigaciones arqueológicas, el propio Schliemann narra uno de sus viajes en búsqueda de los escenarios míticos. No trata el libro sobre arqueología, ni sobre Homero o sus historias, sino que es su diario de viaje. Y sorprende la fe que este hombre tenía en textos que se consideraban ficticios. De igual modo, es casi incomprensible para la mayoría de nosotros, personajes insulsos del siglo XXI entre los que me incluyo, cómo alguien que había acumulado más dinero del que había soñado deja todas las comodidades y lujos que le brindaba el mundo para dormir en el suelo, caminar bajo un sol de justicia, destrozarse las manos excavando con una pala un suelo pedregoso, ser devorado por mosquitos… y otras muchas miserias similares.
Hablaba de fe, y no se me ocurre otro modo mejor de expresarlo. Pero para ilustrarlo comentaré un par de ejemplos. Se repite varias veces en los escritos de Schliemann que, llegado a un lugar en el que la creencia popular sitúa un hecho o construcción, contrasta aquello con lo que dice el texto clásico. Y de esa confrontación extrae conclusiones sorprendentes, como puede ser que si el texto dice que desde el palacio alguien vio llegar la flota, la creencia popular debe equivocarse, ya que los restos, ¡solo los restos!, hacen imposible que se pueda ver la llegada de una flota proveniente de un determinado lugar desde aquel palacio. Un caso extremo de este tipo de razonamientos ocurre cuando se ve atacado nuestro «hombre» por unos perros. Recuerda que Ulises, según narra la Odisea, en una situación similar se sentó en el suelo y dejó el garrote a su lado, saliendo así ileso del ataque. Schliemann hizo lo mismo, con igual resultado.
Resumiendo, este Ítaca, el Peloponeso, Troya de Heinrich Schliemann es un libro de viajes en el que se narra el día a día del hombre en la búsqueda un sueño, usando como mapa para dicho viaje las narraciones clásicas homéricas.
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Gracias Curistoria por acercarnos este libro «clásico» sobre Troya, Homero y la Arqueología, y sobre la figura de Schliemann, un hombre persiguiendo un sueño y al que todos creían un loco o un futuro fracaso.
Un libro que sin duda merece su reseña en esta página. :D
Leí hace tiempo un libro de Robert Payne titulado El oro de Troya, una especie de biografía de Schliemann, pero no he leído aún nada escrito por el propio Schliemann. Este libro es uno de esos que tengo en el cargador pero que no acaba de entrar en la recámara.
Curioso tipo, Heinrich Schliemann. Al parecer era de carácter introvertido, árido y gruñón, y desde luego estaba absolutamente obsesionado por los poemas de Homero. Como arqueólogo se ve que no tenía mucha idea y de hecho sus excavaciones no fueron nada metódicas ni cuidadosas. Esa es la sombra que persigue a quien fue capaz de descubrir el emplazamiento de Troya y hacer importantísimos descubrimientos en Micenas.
Hace muucho, leí sus memorias, y era un libro alucinante, la fe formidable que tenía en sí mismo. Contaba cuál su secreto para aprender idiomas con rapidez, durante su época comercial en San Petersburgo: se obligaba, todas las noches a aprenderse 50 palabras nuevas de un dicionario, las que le hubiera gustado conocer ese día y que no había podido emplear porque desconocía. Y así, sumó idiomas, creo que hasta doce.
Hablaba el libro también sobre el enfrentamiento con su padre, un viejo gruñón y para él odioso y detestable, dominante y agresivo, que llegó a casarse 4 veces, y que engendró a su último hijo (hermanastro por tanto de Schliemann) a los 90 años de edad.
Para Schliemann, su sueño se convirtió en su todo. Persiguió un sueño… y lo consiguió.
Lo tengo hojeadísimo en las librerías, y al final caerá. Menudo personaje el amigo Schliemann: constancia, fantasía y bastante picardía.
Schliemann, el hombre que creyó que era histórico lo que todo el mundo consideraba como una leyenda. Todo un clásico de la arqueología y un referente a la hora de hablar de tesón y constancia.
«(…) los restos, ¡solo los restos!, hacen imposible que se pueda ver la llegada de una flota proveniente de un determinado lugar desde aquel palacio». Eso si no tenemos en cuenta los cambios de la línea de costa, claro. Lo cual me recuerda que algunos enteradillos han machacado a placer el desembarco de la película «Troya» por la posición del sol, asumiendo que la playa estaría a poniente de la ciudad; curiosamente, el lugar más probable para la toma de una cabeza de playa estaría a levante en aquella época. Y sí, «Troya» es antihistórica, pero en eso, precisamente, acierta (aunque sea de casualidad).
Todo lo que sabía sobre Schliemann me lo ha recordado el comentario de Curistoria. Una gran reseña, en la que se nota su aprecio por el personaje, que es tanto como decir admiración hacia los que persiguen sus sueños.
Me ha parecido entender en ella un sabio reconocimiento hacia el valor de las intuiciones que se experimentan, aunque vayan más allá de la razón.
Un saludo, Curistoria (me alegra mucho leerte por aquí).
Gracias por los comentarios a la reseña.
Gran figura la de Schliemann, la verdad. Sólo recuerdo haber leído sobre él un capitulillo en aquel añejo «Dioses, Tumbas y Sabios», del tal C. W. Ceram. La verdad es que me llama la atención la figura de este personaje, así que no descarto ponerme en guardia cuando entre en una librería y buscar este libro.
Me ha gustado esta reseña y me ha gustado el libro que describe. No he leído nada sobre Schliemann, error que habrá que subsanar.
Mañana iré a por él.
Gracias Curistoria por compartir.
Gracias Alkawi :)