JUAN BELMONTE. MATADOR DE TOROS – Manuel Chaves Nogales
«Yo canto al varón pleno,
al triunfador del mundo y de sí mismo
que al borde –un día y otro- del abismo
supo asomarse impávido y sereno.» (Oda a Belmonte, Gerardo Diego)
Las últimas confrontaciones entre partidarios taurinos y antitaurinos que han surgido tras la prohibición de la fiesta del toro en Cataluña, han hecho que saltase a las primeras páginas de los periódicos una de las tradiciones españolas más arraigadas en nuestra cultura la cual parecía arrinconada últimamente a las hojas interiores de los noticieros solo para los ojos de los más expertos en el tema. Puede uno estar a favor o en contra de las corridas de toros, opinar sobre su importancia en la historia patria o sobre el trato que se da a los animales, pero lo que es innegable y no puede caer en el olvido es la transcendencia que tiene en la sociedad española. Y quien mejor captó este hecho fue el escritor Manuel Chaves Nogales (1857-1944) un autor que aunque no era muy ducho en el campo taurino supo escribir uno de los libros más bellos sobre no solo lo taurino sino sobre el mundo que lo rodea y sobre la sociedad de aquella época. El libro sobre el que les hablo en estos momentos es el clásico Juan Belmonte, matador de toros, editado y reeditado varias veces por Alianza Editorial y que es referente no solo para los aficionados a la tauromaquia sino que también es una joya para conocer la España de principios de siglo hasta los comienzos de la Guerra Civil.
Nos enfrentamos a un libro muy especial en que la voz del torero Juan Belmonte se confunde muchas veces con el autor de su propia autobiografía haciendo que la prosa de este libro sea poética y preciosa a la vez. Es una obra que se lee a ritmo de guitarra clásica, recuerdos del ayer y arriesgados naturales en la plaza. El autor nos sumerge en los recuerdos de un torero que revolucionó el arte del capote y que asentó las bases del toreo moderno. Pero ¿quién es este Juan Belmonte? ¿Cómo consiguió su fama y su pasaporte a la inmortalidad de nuestra historia? Pues en resumidas cuentas, era un hombre hecho a sí mismo que con su valentía y sudor asombró al país en aquellos inciertos años de principios del siglo XX. Era natural de Sevilla, del barrio de Triana para ser más exactos. Quincallero de joven en los mercados y plazas junto a su madre y su padre supo muy pronto que su futuro estaba más allá de los puestos de venta. Incluso llegó a escaparse junto a un amigo suyo con la peregrina idea de ir a África a matar leones pues su seso, al igual que el de don Quijote, estaba imbuido de horas y horas de lecturas de libros de aventuras. El asunto no salió bien y a falta de fieros leones tuvo que conformarse con bravos toros en las dehesas andaluzas en donde junto a sus amigos se jugaba la vida a la luz de plata selénica (desnudo, a la luz de la luna y en silencio) convirtiéndose de forma autodidacta en un torero fuera de serie. Este hecho no pasó desapercibido a los entendidos a los asuntos taurinos y en las tertulias, entre fino y manzanilla, su nombre empezó a ser famoso. En este punto es crucial la aparición del banderillero Calderón, amigo suyo y de su padre que le avaló en estos círculos haciendo notar su gallardía entre los aficionados. A los 17 años se vistió por primera vez de luces, con destellos de mañana, en la plaza de toros de Elva (Portugal). Fue consiguiendo éxitos como novillero llegando a ser incluso llevado a hombros desde la Real Maestranza de Sevilla a su casa en 1912.
Todo el mundo empieza a darse cuenta de que su forma de torear no es la misma de siempre. Ya no es la época de Espartero ni Frascuelo en que había junto a una valentía indescriptible una anarquía de pases sin sentido alguno. Pronto le empiezan a llamar El Pasmo de Triana pues su arte de parar la acción es increíble. Aquí reinventa lo clásico del toreo e impone las tres normas básicas: parar, templar y mandar. Torear tranquilo marcando los tiempos y sin perder de vista la testuz del animal. Toma la alternativa el 16 de Septiembre de 1913 de la mano de Machaquito, y su forma de torear empieza a entusiasmar a las masas convirtiéndole en un auténtico ídolo. Pero no todo son flores pues la rivalidad comienza a aparecer en el ruedo de la mano de otra figura del momento, Joselito, hermano de Rafael el Gallo. El lance entre toreros estaba servido, produciéndose una división entre los aficionados españoles entre belmontistas y gallistas. Fue una época gloriosa en donde llegando el momento de dar el salto a América, a demostrar su arte, y en Perú conoce a su esposa. Los éxitos nunca se acabaron y aunque se retiró temporalmente varias veces la decisión final llegó en los mismos comienzos de la guerra fraticida, en 1936. Los años no pasaron el balde y aunque él envejecía su gloria no disminuyó sino que se agrandó haciéndole entrar por la misma puerta de la Historia. Pasó de torero a manejar reses en ganaderías pero como si el destino inexorable quisiera cobrar toda la fortuna que le había dado, éste acabo suicidándose en 1962 en su cortijo de Gómez Cerdeña. El entierro fue multitudinario y fue enterrado entre loores y vivas en el Cementerio de San Fernando de Sevilla. Entre gritos desgarrados, olés y finas palmas el gran Belmonte fue glorificado como un auténtico mito.
Este pequeño bosquejo, esta pequeña muestra es la que puede encontrar el lector en el libro autobiográfico de Manuel Chaves Nogales. Nos muestra la vida de este torero hasta principios de los años 30 quedándose en el apogeo de este genial artista. El libro Juan Belmonte, matador de toros está considerada dentro de la literatura española como una de las obras maestras del género biográfico sirviendo como referencia a muchas obras posteriores. Fue publicado por entregas en la revista Estampa a partir de 1935 a raíz de las conversaciones que mantuvieron el autor y el propio Juan Belmonte, en donde este último le iba desgranando su vida y un sinfín de anécdotas. Aunque Chaves Nogales era amateur en el mundo de la tauromaquia supo absorber toda la esencia de las enseñanzas de Belmonte e inyectarlas en esta obra maestra. Es un libro imprescindible pues su prosa directa y poética a la vez recrea no solo el mundo del toreo sino un gran fresco que nos adentra con trazos vigorosos en todos los asuntos de principios de siglo. Nos habla de esa Sevilla gloriosa y dorada a la vez y de esa España que empezaba a despertar del desastre del 98. De toda la gente que conoció y de sus aventuras más curiosas y valientes.
Aunque Juan Belmonte no terminó de rematar su última faena concluyendo su vida de forma natural, ha quedado para la cultura española como un gran hito. Fue admirado no solo por la gente de la calle sino incluso por los más famosos de su tiempo llegando a convertirse en punto de referencia para grandes literatos como por ejemplo la Generación del 98 o del 27 o incluso el gran Ernest Hemingway haciéndole salir en varios libros suyos como por ejemplo Muerte en la Tarde, y Fiesta. Les insto a que no dejen pasar sus días sin acercarse a este auténtico clásico, a esta biografía novelada sobre una de las grandes figuras no solo dentro de las plazas de toda España sino de nuestra Historia. Conocer la figura de un hombre que se hizo a sí mismo, de recoger quincalla a codearse con las eminencias de su época gracias a su valentía entre los pitones de una sombra oscura en las tardes de fiesta, es toda una aventura que no ha de dejar pasar.
Buena lectura, y que Dios reparta suerte. Va por ustedes.
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Gracias por la reseña Balbo. Desgraciadamente la prohibición no ha sido por motivos antitaurinos sino políticos. Seguro que el cantante de Gabinete Caligari se lee el libro. Un abrazo y ánimo con el blog.
Hombre, Davout, el ser antitaurino o protaurino es un asunto político en sí mismo, de relacciones entre ciudadanos y entre estos y su cultura o lo que quieren que sea su cultura, normal que las decisiones sean políticas; un poquito de normalidad nunca viene mal. Otra cosa es el debate ético y estético, a mi juicio muy complejo.
Vaya primer comentario que te gastas: directo a la línea de flotación ;o)
No soy precisamente un apasionado del llamado arte del toreo, pero al César lo que es del César y hay que sacarse el sombrero ante este hombre que hizo, torero entre los toreros, porque se dice que por un lado está Juan Belmonte y por otro los demás toreros. Casi nada. Y ya tuvo que ser un fenómeno, porque como bien dice Balbo en su sensacional reseña, para salir en varios librosde Ernest Hemingway y codearse con lo más granado de nuestros escritores de la época, a los que encandiló con su arte, eso no le pasa a cualquiera. Una gran reseña para un gran torero. Saludos.
Muy buena reseña Balbo, todo un mito del toreo Juan Belmonte. Como aficionado taurino me encanta que se siga manteniendo unido el mundo de las letras y el arte del toreo. Como comenta Javi el mundo del toro es muy complejo, resulta muy complicado poder llegar a algún tipo de entendimiento entre taurinos y antitaurinos…yo hace tiempo que dejé de intentarlo.
Un saludo.
Pues sin ánimo de avivar polémica, bienvenida sea esa prohibición que mencionáis, esté su origen en el mundo de la política o en la aplicación del más puro sentido común.
En cuanto al torero Juan Belmonte, diría que es uno de los dos nombres de toreros de tiempos pasados que me suenan (que ya es decir), junto con Manolete.
Yo creo que no debemos utilizar el libro para defender ideas pro y anti taurinas. Lo importante es la biografia del libro que no solo narra una parte de un icono de la historia de España sino que describe de manera precisa y bella una parte del siglo XX que conocieron nuestros abuelos y bisabuelos. El mundo del toro es importante en el libro, claro esta, ya que es el mundo en el que se movia Belmonte, pero hay que ir más allá y ver todo el entorno de una España que se movia entre el despertar del 98 y la pesadilla del 36. Reconozco que soy protaurino, y no me averguenzo de ello, pero al leer el libro no he hecho una lectura sesgada sino global de la época. Sobre la figura de Juan Belmonte y el primer tercio del siglo XX es sobre lo que deberíamos hablar y no si estoy en contra o a favor del toreo que es algo de hoy.
Está claro, Balbo, y me parece extraño que tengas que justificar la reseña. Es como si, por poner por caso, cada vez que se debatiera acerca de un libro de César se hiciera en términos de Derecho Internacional (lo cual sería muy interesante si fuera puntual). Que se pueda hablar de literatura en torno a figuras no muy positivas, o dudosas éticamente hablando, en torno a la guerra, y que no se pueda hacer (sin que uno se ponga la etiqueta de anti o pro) de toreros o del toreo, me parece mentira.
Cavi, «el más puro sentido común» no creo que aplicara esa prohibición, muy al contrario. El sentido común, aquí en España, viene contemplando el toreo de forma normal. Por cierto, ¿no te suena Igancio Sánchez Mejías? Ah Lorca…, qué poco sentido común.
No, si no me justifico, es que me parece curioso que se haya saltado directamente a un tema actual sobre la conveniencia o no del asunto taurino.
Siempre he creido que existe una parte de nuestra historia más folclorica sin la cual no se entendería la otra historia más general. Las figuras del toreo (así más actuales, como Espartero, Frascuelo, Fortuna, Sanchez Mejias, Belmonte, Manolete, el Yillo, Paquirri….) son parte de nuestra historia y ni con lija la podemos quitar de ella. Me acuerdo que al principio del libro Belmonte nos dice que de las primeras cosas que recuerda fue cuando llegando a su hogar su padre se encontró con un vecino y le dijo que habia muerto Espartero. Se produjo luto nacional. Todo un país sintió la muerte de una de sus figuras más señeras, al igual que con la muerte de Manolete.
No es que me justifique Javi, lo que me sorprende es que se toquen cosas que se salen un poco de la figura de Belmonte y aquella España de principios de siglo.
Abrazotes :-)
Yo también me uno al sentido común que menciona Cavilius, pero me parece que no es éste el lugar para debatir sobre toros sí o toros no. Enhorabuena por tu reseña, Balbo, que es lo que cuenta.
Bueno, Javi, es que yo no me refería al «sentido común, aquí en España», porque entonces ya no es el más puro y simple, ni él en sí mismo ni su aplicación. Vamos, ni aquí en España ni en ningún otro lugar. Yo apelaba al sentido común sin etiquetas, mondo y lirondo, al que nos hace coger un paraguas cuando llueve o agacharnos cuando el techo está muy bajo. En fin, el sentido común que dice que no hay que matar por diversión, ni siquiera a una hormiga, ni siquiera aunque haya una tradición cultural que se ampare en ello. Sí, ya, ahora alguien me saldrá con aquello que decía el sabio Cavílides de Oenoe de que no existe el sentido común sin etiquetas, o con aquello que decía Hegel de que después de todo el sentido común es, en cada época, la suma de sus prejuicios, o con aquello otro que decía Descartes de que el sentido común es la cosa mejor repartida del mundo porque todo el mundo piensa estar tan bien provisto de él que no desea tener más del que ya tiene. En fin, discusiones vanas y, nunca mejor dicho, fuera de lugar.
Ahora que mencionas a Sánchez Mejías, sí que me suena también.
Curioso círculo vicioso: Balbo se justifica de que no se está justificando por haber hecho esta reseña. Buena reseña, Balbo, efectivamente eso es lo que cuenta.
Ah, acabáramos. Que tú llamas «sentido común puro y simple» a la razón. Haber empezado por ahí, hombre, que en seguida te daba la «razón».
Me está viniendo a la cabeza un ejemplo práctico de estos días:
Un primero: Su señoría, tiene usted que ponerse corbata, hombre de Dios. Es de sentido común.
Un segundo: Estamos en verano, no es lógico ni razonable ponerse la corbata, aunque el sentido común lo imponga.
Un tercero: Ya estáis con las decisiones políticas.
Cavi, en serio: lamentablemente, no creo que el sentido común te diga que no hay que matar a una hormiga, a no ser que esa hormiga tenga hermanos mayores que te caneen después si lo haces. Eso te lo dice la razón, pienso. Y la razón… la buena razón no es que sea muy común.
Y añado una última cosa: en nada se parece matar a una hormiga en un jardín que a un toro en una lidia (cuando la lucha es real y el torero, noble). No creo que «diversión» sea la palabra que defina la tauromaquia, Cavi, me resulta un tanto simplista. Creo que hay en juego otras cosas no tan mundanas. Dicho esto, insisto que a mí este tema me genera «más dudas que certezas», y no veo claro que la muerte de un ser vivo compense esas «otras cosas no tan mundanas» o no lo haga.
Balbo, me ha encantado tu reseña.
Está hecha con respeto y admiración hacia el personaje. Creo que Belmonte, más allá de su actividad profesional, forma parte de la historia cotidiana de una época, y eso es algo que tu comentario deja muy partente. Gracias por compartirlo con nosotros.
Lo malo de leer una reseña tan estupenda son las ganas que le entran a una de ponerse a devorar el libro.
Gracias.
¡Ah!, Cavilius, también estuvo Joselito, que fue un auténtico ídolo de masas…
Buenas noches:
Gracias por la reseña a Balbo, de un libro que no leeré.
El toreo prohibido en Cataluña por motivos políticos me parece poco conveniente, porque cuando cambie el viento nacionalista lo mismo lo permiten otra vez.
El toreo debe prohibirse porque es un hecho cultural del pasado que se mantiene en nuestros días y que genera dolor y sufrimiento gratuito a seres vivos con capacidad de sufrir, perfectamente reconocible en nuestra sociedades «civilizadas» y «racionales». No olvidéis que el sentido común en muchos países africanos favorece la ablación del clítoris a las mujeres, por ejemplo.
Hoy empiezan las fiesta de Santiaguito en mi pueblo y no habrá ni vaquillas ni toros, pero no por que sea algo despreciable sino por que no hay dinero: lamentable.
Javi_LR : [[Cavi, “el más puro sentido común” no creo que aplicara esa prohibición, muy al contrario. El sentido común, aquí en España, viene contemplando el toreo de forma normal.]] Por eso he escrito civilizadas y racionales con comillas, porque aquí nos queda mucho camino que recorrer: en España el toreo le interesa a una pequeña minoría que no llega al 15% de la población y más del 60 es totalmente indiferente y por tanto ignorate en este tema; asi es que creo que en esto tampoco lleva razón.
Prohibir el toreo no es rechazar, ni ignorar, ni cambiar nuestra historia; está bien que se escriba sobre ello y su tiempo, lo malo es que se evoque como algo admirable o elogiable y «cultural».
Atte.
Antonio, con todos los respetos… ¿qué tiene que ver lo de la ablación con la figura de Juan Belmonte? ¿que tienen que ver movimientos nacionalistas con la figura del Pasmo de Triana? Me parece que es sacar hilos erroneos de una biografia, de un icono del siglo XX español.
Me parece que se esta descontextualizando el libro de Chaves Nogales de una manera barbara sacando temas actuales que no vienen al caso. Es como si hablaramos de Espartaco y sacaramos a relucir la esclavitud en algunos paises africanos. No tiene sentido. Cada libro hay que valorarlo en el contexto en el que estan escritos no traspolarlo a temas politicos actuales.
Es mi opinión, claro.
Dejo unas cuantas frases de este mítico torero:
1) Para torear bien hay que olvidarse del cuerpo.
2) El buen toreo es el que se hace con sentimiento y pasión de enamorado.
3) Se torea como se es.
Fuente: http://www.ganaderoslidia.com/webroot/citas_tauromaquia.htm
Un saludo.
¿Qué tendrá que ver Juan Belmonte con que se haya prohibido el toreo en Cataluña?. Yo no soy taurino, quizá esté entre ese 60% que menciona Antonio pero hay que respetar los gustos de los demás. Estas críticas al toreo en este debate que se ha montado creo que es mezclar churras con merinas. El mundo taurino tiene sus ídolos y este hombre es el más grande, reconocido por los entendidos en este arte. Es de lo que se trata aquí y Balbo ha hecho un excelente trabajo.
No, Javi, yo no llamo sentido común a la razón, nada más lejos. La razón (ahora que no me ven mis exprofesores de filosofía voy a marcarme el pegote) es algo de mucha más enjundia que el sentido común, tal y como yo la entiendo. La razón es la que me permite concluir que 2 y 2 son 4 o que si todos los funcionarios son zarrapastrosos entonces yo, funcionario de pro, soy un zarrapastroso. En esas cosas el sentido común no puede ayudarme, se queda corto, le faltan herramientas que no tiene porque no le corresponden. La razón aplica la lógica formal y el sentido común, si aplica alguna lógica, es la informal. La razón es lo que me guía en la búsqueda de la verdad, en cambio el sentido común es aquello a lo que me aso (de asir, no de asar, malpensados) mientras estoy buscando, es la «moral provisional» de Descartes, es el sistema de valores en que me apoyo para sobrevivir en el mundo, es la opinión que me creo de las cosas, es el sustitutivo de la verdad, ya que esta está lejana y yo aún la estoy buscando. Y aquel que crea haberla encontrado será desdichado porque entonces dejará de buscarla. Por eso el sentido común es «común»: tú tienes tu propio sentido común, yo tengo el mío, los españoles el suyo, y los ingleses otro, y los pescadores otro, y los brokers otro más, y los zwagilis otro. Pero la razón sólo es, sólo puede ser, sólo debería poder ser, una. Porque, como bien dices, la razón no tiene nada de común.
Perdón por el rollo pseudofilosoficodemagógico, es que acabo de echar un trago al Dan-Up de fresa y plátano y está bueno, el condenado…
Por otra parte, Javi, creo que tratas de usar la falacia de reducir al absurdo algo que ni siquiera he dicho. Es obvio que la definición de tauromaquia no es «diversión», eso es de una simpleza insultante para la propia tauromaquia y por eso yo no he dicho tal cosa, pido perdón si lo ha parecido. Pero no me negarás, y eso sí es lo que he dicho, que uno de los rasgos (y no el menos importante) del hecho concreto de que el toro muera a manos del torero es que el respetable se divierta (y, por supuesto, que el torero también se divierta, porque si él no se divirtiera digo yo que se habría dedicado a la ingeniería aeronáutica en lugar de al toreo).
Y yo, como tú, tampoco veo en qué puede compensar la muerte de otro ser vivo; se me ocurren conceptos como la supervivencia, la necesidad, la autodefensa, cosas así. Pero la tauromaquia es algo que no logro encajar en ninguno de esos conceptos, por mucho fenómeno cultural y tradicional, por mucho arte, por mucho espectáculo que haya tras ella. Que le pregunten al toro si es más feliz al saber que muere en loor de multitudes. Ah, que el toro no sabría responder, lástima.
En cuanto a si viene o no a cuento hablar de estas cosas en este hilo, pues dónde mejor. Que hablar de ello no es quitarle méritos a Balbo por su reseña, caramba. Y resulta que el señor Juan Belmote era torero y el debate tiene por objeto la tauromaquia, así que no veo dónde está el problema. Pero en cualquier caso por mi parte creo que lo dejo estar ya, haya paz para todos, cada uno en su casa y Dios en la de todos, aquí paz y después gloria, por los siglos de los siglos.
Saludos.
Vaya, ahora no tengo claro si sería «en loor de multitudes» o «en olor de multitudes». Otra polémica que no viene al caso, mira.
Cavi, pues si lo ha parecido, es obvio que no he intentado usar esa falacia a sabiendas, pues en todo momento era consciente de que estabas «utilizando» esa simpleza con el ejemplo que has puesto (dicho lo cual, la primera reducción al absurdo ha sido tuya, creo).
En cuanto a tu definición de razón, lo siento, Cavi, pero entiendo que estamos hablando de lo mismo. Dices que «la razón es lo que me guía en la búsqueda de la verdad», y no puedo estar más de acuerdo. Entonces, el debate interno que se libra en una mente acerca de «si matar es bueno o malo», «si no lo es, en qué condiciones es justificable», «si lo es (justificable), para qué sí y para qué no», «si no lo es (justificable), ¿no podría comer proteinas vegetales o, al menos, reducir mi ingesta de carne a lo extrictamente necesario?», «¿no será peor la gula que ‘la diversión’?», «si no sé nada, qué hace de bueno el mundo del toreo y qué hace de malo, ¿se compensa la balanza?, ¿justifica algo malo, por pequeño que sea, otras cosas buenas?», «¿podemos decir que la diversión es el rasgo más importante de un torero, dejando a un lado la estética, la pasión, el arte, el ingenio, los destellos fulgurantes de nobleza entre un tipo que torea de verdad (no de mentira y con malas artes, como el 90% de ocasiones) y un bicho de 500 k.?, ¿sentir ese deleite, saborear esa nobleza, percatarse y sentirse abrumado por esa estética, descubrir historias increíblemente humanas, etc. es acaso lo que venimos a llamar ‘diversión’?»…, el debate interno, decía, que se libra con todas esas cosas y muchas más, ¿lo lleva a cabo el sentido común? ¿No se adecua más a lo que señalas que es la razón?
En fin. Como legislemos con el sentido común, aunque sea «puro», lo llevamos clarinete (de hecho, así nos va).
Pdta: ¿no prefieres un trago de colacao frío?
No se vayan todavía, aún hay más… En cuanto tenga un ratito, cosa que dudo.
Ahora sí:
En mi opinión ese debate interno que mencionas lo lleva a cabo (quien lo lleva, o sea, tú y cuatro más, porque yo diría que la gran mayoría opina a favor del toreo por un único –y legítimo, faltaría más– motivo: porque le gusta y punto, y lo demás son justificaciones a posteriori –a toro pasado, nunca mejor dicho, y por ello precisamente, fuera de lugar–) ese debate, digo, lo lleva a cabo el sentido común, y no sólo ese sino prácticamente todos los debates que nos echemos a la cara. Y no me estoy contradiciendo, más bien al contrario: dije que la búsqueda de la verdad la hacemos con la razón pero es que la razón, la buena razón, la de verdad, la de buena ley, no puede funcionar sin todos los elementos necesarios para afianzar su avance, de otro modo lo que emplearíamos no sería –no es– razón sino sentido común. Cuando sumo 245 y 327 tengo todos los elementos necesarios para concluir que el resultado es 572, o cuando me dicen que todos los funcionarios son zarrapastrosos y resulta que fulanito es zarrapastroso, tengo todos los elementos necesarios para rechazar como incorrecta la conclusión de que fulanito es funcionario. Pero en el debate sobre toros sí o toros no ¿puede alguien estar seguro de tener sobre la mesa todos los elementos necesarios para hallar la verdad? ¿Puede siquiera estar seguro de que, aun teniéndolos, sabrá interpretarlos adecuadamente a la exclusiva luz de la sola razón? Me temo que no, ni el debate sobre el toreo ni la difícil disquisición interna que a mí me asalta cada vez que estoy ante un tenderete de helados: ¿vainilla o chocolate? Mientras la razón se lo piensa, y da vueltas, y valora, y sopesa, y repasa, y vuelve a repasar, mi sentido común ya no puede más y opta por lo que en ese momento le parece mejor (normalmente chocolate). Del mismo modo, creo yo, en el debate sobre toros sí o toros no, la razón no puede avanzar y es el sentido común el que da el paso y nos determina a opinar en un sentido o en otro. Y en eso consiste la vida de cada uno de nosotros, me parece a mí: en el ejercicio libre y sano de nuestro sentido común. Porque no podemos vivir “en suspenso”, a la espera de que la razón encuentre la verdad en todas y cada una de las problemáticas, simples o complejas, que nos plantean las circunstancias; es duro vivir sin opinión, sin decisión, sin ser sectario, sin decantarse por algo, sin tener un color favorito, un helado, un partido político. La razón está y estará siempre, o debería estar si tenemos algún tipo de inquietud que pretenda ir más allá de la mera opinión, en búsqueda, esa es su misión y yo diría incluso que su propia esencia. Pero como no se puede vivir en una búsqueda eterna hemos de aplicar el sentido común, nuestro sentido común, la «moral provisional» cartesiana, y decidir si Dios existe, si hay marcianos en Marte o si la tortilla de patatas debe llevar cebolla. Y cuando dije aquello de aplicar “el más puro sentido común”, “sentido común sin etiquetas, mondo y lirondo”, me refería a que, puesto que no nos queda otra salida que aplicarlo si queremos opinar y decidir sobre la cuestión que hay sobre la mesa (en este caso los toros), hágase al menos de la manera más simple y directa, con las menos interferencias posibles, los menos elementos ajenos a la persona decidiente posibles, sin que importe si estamos en España, si somos vegetarianos, si nos marea la sangre, si provenimos de una tradición cultural o de otra, si somos de un partido político u otro, etc. Y aquí es donde (y por aquí es por donde se me puede atacar, que ya veo yo sin que me lo diga nadie que el argumento falla en este punto que acabo de exponer) yo me mojaba y opinaba que, aplicando el sentido común de ese modo, la respuesta al toreo sería “no”. Pero mi respuesta es esa por el único motivo de que es lo que me dicta mi sentido común, como a ti o a cualquier otro les dictará responder “sí”, o “sí con matices”, o “no estoy seguro pero sí”, o yo qué sé. La razón sigue buscando la verdad en esta cuestión como en otras de más enjundia (quiénes somos, adónde vamos, de dónde venimos, qué hay después de la muerte, por qué no me gusta la cebolla) pero mientras tanto yo tengo que vivir, y vivir con una opinión sobre un mínimo de cosas, si no quiero semejarme a una ameba. Así que opino que “toros no” y desearía que todos opinaran lo mismo que yo, aunque sé que eso es imposible y quizá incluso injusto, para todos menos probablemente para el toro.
Finalmente: no me cabe la más mínima duda de que los que legislan lo hacen con sentido común, lo cual, de acuerdo con lo que he expuesto no es garantía de nada. Como dices, así nos va, y así nos irá siempre. Es tiempo ya de releer la República de Platón y su teoría de los filósofos-reyes.
El colacao frío, pero frío frío, me encanta. Pero ando fastidiadillo del estómago y el sentido común me dice que mejor me decante por el Dan-Up, al menos una temporadita. Lo que no sé es por qué tienen que ponerle plátano al Dan-Up de fresa, en qué cabeza cabe…
Me encanta, Cavi, me encanta, y me enriquece un montón «charlar» contigo. Además, no creo que se trate de una mera discursión semántica. ¿Te has dado cuenta que en el fondo todas nuestras discursiones de estos temas acaban (o parten) en (o desde) puntos muy similares en cada uno de nosotros, pero distintos en relación con el otro? Va a ser que en realidad no somos tan sofistas como en un principio pudiera parecer.
Tras tu intervención, Cavi, me queda la impresión de que, del mismo modo que la opinión es el inmenso camino que hay entre la ignorancia y la certeza, para ti el sentido común es la capacidad cognitiva o decisoria que hay entre la irracionalidad y la razón, o siendo más estrictos, entre lo inerte intelectualmente hablando y la «razónpuradeverdadelabuena», pero supongo que iré descaminado. Yo, sin embargo, al sentido común no le otorgo capacidad reflexiva. El sentido común lo tomas como viene, es algo que entiendo intrínseco en su definición, mientras que si se reflexiona se utiliza la razón, ya sea mal o bien. Si por desgracia no tienes todos los elementos necesarios, tienes más papeletas para usar la razón de una manera errónea.
Siguiendo tu ejemplo del helado: el sentido común creo que enseguida te dirá lo que elegir, que será una mezcla más o menos compleja de sensaciones: lo que se muestre con mejor color, lo que necesite tu cuerpo en ese momento (más dulce, más salado), lo que dicte tu sed, lo que influya tu hija mayor a la que le gusta verte comer vainilla, etc. Ahora bien, si reflexionas, si piensas que mejor hoy chocolate, que esta noche será larga y te viene muy bien el excitante (ya lo has probado más veces y ha funcionado), creo que utilizas la razón.
Sí, frío, pero frío frío, ¿se puede tomar de otro modo? Pero… dime, ¿cuál es tu razonamiento para elegir Dan-Up?
No, desde luego, no es una mera discusión semántica. Que le digan a Descartes, Kant, Aristóteles y toda esa panda de filósofos, que han dedicado su vida y sus neuronas a meras discusiones semánticas, a ver si se echan a reír o a llorar (cada uno desde su respectiva tumba, claro). Otra cosa es que el asunto interese más o menos a la audiencia (más bien menos, probablemente) y que entonces su sentido común les lleve a pensar que es una mera discusión semántica. Cosa que me temo que sucede a menudo, por cierto.
No creo en la inmediatez per se del sentido común, Javi. Así, a bote pronto, no creo en ella. Sí creo en su inclinación a zanjar cuestiones, a decidir, a optar por un camino u otro, pero sin que ello implique necesariamente irreflexividad. El sentido común puede llevar, desde luego, a una decisión irreflexiva y precipitada (acertada o no), pero no porque esa sea su naturaleza sino porque, mira, hoy tenía un mal día y no ha reparado tanto como otras veces. En lo que sí creo es en la impaciencia y en la poca costumbre a la reflexión de la mayoría de las personas, lo cual las lleva a que su sentido común actúe a menudo de manera irreflexiva y precipitada.
En mi caso el helado es un buen ejemplo de esa irreflexividad, mientras que la tauromaquia lo es de lo contrario. Escojo el helado que escojo (de chocolate casi siempre) porque me apremia el deseo de zamparme un helado y pocas veces reflexiono y barajo tantas cartas como las que tú mencionas (caramba, a partir de ahora tendré que hacerlo, brrrr…). En el caso de los toros sí trato de tener en cuenta tantas cartas, opciones, puntos de vista, datos y elementos de juicio como me sea posible, antes de decidir «toros sí» o «toros no». El deseo, la impaciencia, la vida en general, no me apremia a que me decida, así que me tomo mi tiempo. Y en algo sí creo que tienes razón: la razón (valga la redundancia) está en su salsa cuando se le presentan y se le exhiben opciones y variables, pero se muestra inoperante o al menos irresolutoria de hecho (de facto, aunque su naturaleza sea resolutoria de iure) cuando no tiene a la vista todas las variables. De modo que te concedo (ya estoy cediendo terreno, hum, esto va mal) que en principio la razón intervenga o mejor, quiera intervenir, en la toma de decisiones. Pero el ambiente de asepsia, el disponer de todo el instrumental y de todo el tiempo precisos, esas cosas que necesita para su buen funcionamiento y su feliz llegada a puerto no las encontrará mientrasel tren de la vida sigue en marcha, tan abierta a contaminaciones e influencias conscientes e inconscientes, tan falta del aislamiento necesario para el sano ejercicio de la razón, para la reflexión de la razón. Es ahí cuando el sentido común se anima, interviene, se pone el traje de los domingos, o sea, se viste de razón, y tras una reflexión, sea esta larga o corta, nos dice: «la respuesta al asunto en cuestión es esta, porque tal y tal y tal…». Y el asunto queda zanjado y yo quedo feliz porque ya tengo una opinión al respecto, una opinión razonada en apariencia pero que en realidad es una opinión dictada por mi sentido común.
La razón, inmersa en la cotidianeidad de nuestras vidas, está condenada al fracaso. Su lugar lo ocupa el sentido común, que (vuelvo a citar a Descartes, ese santo varón) es la cosa mejor repartida del mundo.
¿Cuál es mi razonamiento para elegir Dan-Up? Pues que un día abrí la nevera y allí estaba, mirándome. Así que lo agarré del cuello y eché un trago. Es de sentido común, vamos…
Nos van a echar del hilo, Cavi, lo sabes, ¿verdad? Hum, Balbo, vaya tela con las «conversaciones» hislibreñas, pardiez. Lo siento.
Bien, Cavi. En general, cuando hablas de impaciencia, de la «razón condenada», etc., opino de similar manera, aunque nunca hay que bajar los brazos. No así del sentido común. Tiendo a estar más de acuerdo con el punto de partida de lo comentado por Hegel, con unos cuantos añadidos más. Me faltan muchas lecturas, datos y esos elementos de juicio para que mi razón sea certera, pero considero que el «sentido común» (interno) es la suma de todo lo que percibimos con nuestros sentidos externos más todo ese cúmulo de prejuicios y apriorismos. Como buen «sentido», entiendo que percibe lo que le rodea, aunándolo todo de una manera semi-incosciente, o hablando con más propiedad: irreflexiva. Y es común, es decir que es un “sentir común”, porque todos compartimos (o un grupo, o una comunidad) los mismos prejuicios, influencias y sentidos. Y como buen sentido, no tiene la capacidad de reflexionar, sino de percibir.
Creo que el sentido común, por ejemplo, es el que nos dice que el “sentido común” es algo así como el “buen juicio”, y el que nos hace pensar, entonces, tras un razonamiento fallido, pues una de sus premisas es errónea, que es el sentido menos común. Lo cual en sí mismo es un estupendo sinsentido.
Así que allá estaba el Dan Up, mirándote. Efectivamente, de sentido común era echarle un trago irreflexiva e inmediatamente.
¡Madre Santa, qué tendrá ese Dan-up!
(Yo quiero uno, a ver si me da esa versatibilidad oratoria)
–¡Viva el gobierno del sentido común! –dice uno.
–Ni hablar. ¡Viva la anarquía del sentido común! –dice otro.
–Pues estamos listos, amiguito –dice el primero–, porque resulta que estamos diciendo lo mismo…
–¡Vivan los toros! –dice uno.
–Bien dicho. ¡Vivan los toros! –dice otro.
–Pues estamos listos, amiguito –dice el primero–, porque resulta que nos estamos refiriendo a cosas contrapuestas…
Eso sí que es semántica, Cavi.
No pasa nada Javi, me lo estoy pasando pipa. Imaginame ahora con una bolsa de palomitas disfrutando de estas conversaciones tan sesudas jejeje. Por un momento me habeis recordado a dos personajes de la fantástica película «Dentro del Laberinto», las puertas que cda una dice el camino que hay que seguir.
Un abrazote a ambos ;-)
Sí, semántica pura, Javi. Paquetúveas las trabas que hay en ponerse de acuerdo cuando se dice lo mismo, y de reconocer las diferencias cuando se dice lo contrario. Como para aclararnos con el sentido común.
Huy, esa película sé que la he visto pero no me acuerdo nada. Bueno, sólo que salía David Bowie haciendo de malo, creo.
Pues con las nenas, Cavi, tienes una oportunidad de volver a verla. Si no están demasiado acostumbradas a lo evidente, disfrutarán, y me atrevo a decir que tú con ellas.
Por cierto, ¿no habíamos quedado en que la discursión no era semántica? Más allá de los Dan Up, se entiende.
Sí, claro, no era semántica. Eso había sido algo así como unos minutos musicales en medio del debate.
Ostras Pedrín. Hice un comentario y veo ahora 30 después la que se ha liado. No era mi intención polemizar y por supuesto que se debe hablar del libro reseñado.
Mis disculpas a Balbo.
Disculpas ninguna Davout, no hay nada que disculpar hombre… por si acaso te mando a mis matones jejejeje
Un abrazote hombre… y ten cuidado en el Valle de Balaklava ;-)
¿Disculpas? Pero si ha sido uno de los debates con más sentido común que recuerdo…
Ahora en serio, Balbo: siento el desparrame. Pero así es esto, esto es Hislibris en estado puro, creo yo.
Efectivamente Cavi, hislibris en estado puro. Leñes, que no hay nada que disculpar ni sentir… ha sido de lo más interesante y edificante. Esto es lo bueno de hislibris que de un tema podemos sacar cuarenta a cada cual más didactico, y eso mola.
Un abrazote Cavilius ;-)
Balbo, ni caso a Cavi: cualquiera con sentido común se va de este hilo antes de la mitad del debate.
Es lo que tiene Hislibris en estado puro: algo muy poco común.
¡Qué bueno todo esto!
Voy a darle un toque al Arauxo que es taurino de pro porque seguro que Ascanio, que es antitaurina acérrima, no le ha dicho nada.
Y creo que entre la razón, la opinión y el sentido común, ha de abrirse paso el conocimiento.
¿mandé?
PD: a mí me gustan los toros, pero no me gusta cuando se mueren. Tampoco sé si eso de pelearse en una plaza con un tipo vestido de colores les gustará mucho, creo que no, pero en fin, ellos también han llevado una vida de lujo mientras tanto en el campo. Viven mejor que los cochinos, ¡caramba! Por un ratillo chungo…
Ya me pongo algo en la cabeza, ya…
Extraordinaria reseña de Balbo.
No cabe duda que Juan Belmonte es un referente en el arte y conocimiento del buen toreo. Hoy seguimos disfrutando en pocas figuras, del buen toreo, gracias a El, y otros grandes maestros de aquélla época como «Joselito El Gallo», tan grande y enorme como el anterior ó más. Posteriormente, Manolete… y otras grandes figuras hasta llegar a José Tomás.
Porqué se empeñan en defender la prohibición de la Fiesta…?, nuestra fiesta, nuestros orígenes, raices y cultura…?. Soy Taurino y muy sinceramente tengo un gran respeto por los antitaurinos. Sería mucho pedir que ellos tengan el mismo concepto cobre los que sí lo somos…
Me encantaría leer muy pronto éste clásico de Manuel Chaves Nogales. Buscaré éste libro en mi próximo viaje a Madrid/España. Gracias por ésta reseña.