LA MEDICIÓN DEL MUNDO (Daniel Kehlmann) – LA MEDIDA DEL MUNDO (Denis Guedj)
He aquí que por vez primera me enfrasco en esto de reseñar dos obras de una misma tacada. Pero, en este caso, están tan estrechamente relacionadas que incluso creo que sería absurdo presentarlas de forma independiente. Dos enfoques diferentes, dos modos casi antagónicos de recreación de hechos histórico-científicos, dos naciones de origen diferentes… Y un asunto en común: el afán por el conocimiento del mundo.
La primera obra, La medición del mundo, del autor alemán Daniel Kehlmann, cayó en mis manos casi por casualidad, en un mercado de antigüedades de la rodalia de Barcelona, y el simple hecho de ojearlo (para estudiar su compra) creó en mí ya bastante confusión. Al no interesarme demasiado las recreaciones literarias de personajes históricos, deseaba que aquello no se tratase de una novela, sino de alguna suerte de biografía o ensayo. Dada la nula información que pude recabar en las sobrecubiertas del libro, busqué en el texto datos sobre qué tipo de lectura era. Al no observar guion alguno, creí que se trataba de algún tipo biografía pero… Ay, pobre ingenuo! Leyendo un poco más a fondo, observé que aun la total ausencia de los mismos (guiones), el texto estaba guionizado y, por tanto, novelado. El método empleado por el autor era extraño, en principio incluso creí que se trataba de un error de imprenta y que ello justificaba el bajo precio de su reventa. Pero no, aquel mismo día en el foro de Hislibris tracé una consulta y varios de los lectores empedernidos de ésta nuestra casa soliviantaron mi angustia. Pura y duramente, se trataba de una simple cuestión estilísitica. “Para dar frescura a la lectura”, rezaba nuestro camarada Farsalia. Los diálogos, pues, se presentaban de un modo más directo, menos convencional, en principio chocante, difícil de clasificar.
No demasiado convencido de estar abierto a innovaciones, aparqué la lectura de La medición del mundo a otras de más urgentes. Sin embargo, semanas más tarde, con tan sólo iniciar los primeros capítulos, descubrí que la lectura era realmente “fresca”. Sacudiéndome de encima los prejuicios (que por cierto, reconozco que por lo general nado entre ellos a menudo) me sumergí en la obra. Kehlmann nos propone un breve y acelerado repaso de determinados capítulos de las vidas de dos personajes histórico-científicos de su germánica patria: el matemático Carl Friedrich Gauss y el geógrafo Alexander von Humboldt. Dos pesos pesados de la ciencia de inicios de siglo XIX. Dos cracks cuyo empeño fue especialmente dedicado a “medir el mundo”, a conseguir una mayor exactitud en la toma de datos, matemáticos, astronómicos o geográficos, para conocer algo más un planeta, el suyo, que aún por aquel entonces no era del todo conocido. Kehlmann, allá por el 2005 ideó esta trama, basada ciertamente en las vidas de ambos personajes, y nos las va presentando de modo alterno hasta un bastante acertado clímax final. Su estilo innovador, eso sí, tiene una contrapartida en el resultado final, que para mí fue una losa tal vez demasiado pesada como para aplaudir el trabajo como una auténtica obra maestra: adolece de una mayor exhaustividad en la presentación de las investigaciones científicas. Buscando una lectura ágil, es totalmente contraproducente enfrascarse en definir a fondo cada uno de los proyectos o empeños de Gauss, el astrónomo-físico-matemático. Así que estos asuntos son tratados con brevedad y muy por encima. Habrá quien lo agradezca, eso sí.
La segunda obra a reseñar, titulada La medida del mundo, fue escrita originalmente allá por el año 2000. Era una de aquellas recomendaciones que alguien te ha hecho alguna vez y que tienes en la lista de “pendientes”. Pues bien, no hace demasiado la hallé por casualidad en la biblioteca de mi pueblo, y rápidamente fue acaparada. Su autor, el francés Denis Guedj, es todo lo contrario a Kehlmann. Si aquél es un novelista arriesgado, de nueva hornada y con intereses realmente alejados de la ciencia, éste es un científico reconvertido a literato cuyo estilo narrativo es bastante clásico. Así, su trabajo se presenta de un modo más convencional, sin las estridencias estilísticas del anterior, con bastante más exhaustividad y rigor científico. La medida del mundo trata sobre el proyecto que buscó medir con exactitud un arco de meridiano en vista a obtener a partir de ello una unidad de longitud universal para todos los hombres. Sea, el proyecto que desembocó en la creación del metro y, con él, el famoso sistema métrico decimal, que a día de hoy más de medio mundo emplea a diario. Para ello, a fines de siglo XVIII, fue necesario tomar las dimensiones de una parte de un meridiano cualquiera (en aquel caso se decidió por el de París, estudiándose a fondo la línea entre Dunkerque hasta Barcelona) para ajustarse al máximo a la realidad. La idea era conseguir a partir de ahí la medida exacta de un meridiano terrestre, para así establecer las dimensiones del metro en función de éste. Una vez obtenida la longitud total, se decretó que la medida universal del metro sería la división del meridiano en 40.000.000 partes. Y así nació nuestro metro, allá por 1798. Sin embargo, no pocas peripecias fueron necesarias para ello, en tiempos de la revolución francesa, de la república, de guerra con los países vecinos…
Si algo he detectado que ambos textos tienen en común, tal vez podría reducirse a dos puntos simples, pero contundentes. En primer lugar, ambos autores parecen manifestar gran pasión por la ciencia, especialmente por la de aquel momento, incipiente, aún por descubrir, aún por establecerse, con los conflictos que ello deparaba a sus pobres “progenitores”. Pero también con el aire romántico de aquellos chiflados que dedicaban su vida y obra al desarrollo de disciplinas de lo más variado, con el campo aún abierto, virgen, con sueños sobre notoriedad como trasfondo, pero con una ingenuidad y un empeño dignos de alabanza.
En segundo lugar, ambos autores parecen manifestar un cierto sentimiento patriotero, o si más no, parecen caer levemente en la mitomanía local en según que pasajes, cada cual en relación con su tierra. Kehlmann parece forzar la máquina en ocasiones, empecinado en presentar varias de las figuras de la Alemania del momento, como si se tratara de apariciones estelares puntuales, y así recrea a personajes como Goethe o Kant, por poner ejemplos. Lo mismo sucede con Guedj, cuyo excesivo empeño parece querer alabar la grandeza del movimiento revolucionario francés, y también parece regodearse recreando pasajes con tipos como Lavoisier, Condorcet, Bonaparte o Laplace.
Tal vez este último punto es la única mancha en ambas obras. No es que moleste que los autores de otros países “vendan” su tierra, pero al lector extranjero esta actitud puede parecerle sobrante. Sin embargo, ambas presentan un propósito noble: divulgar la figura de unos personajes, algunos casi olvidados, cuyo trabajo fue importantísimo para acabar de estudiar el mundo tal y como hoy en día lo conocemos. Cada cual a su modo, Kehlmann de forma mucho menos técnica pero más amena; Guedj de modo más clásico, pero con un trasfondo científico más evidente, nos imbuyen en el empeño de unos tipos que, por aquel entonces, para investigar y descubrir cosas, debían arremangarse y salir a la calle, al campo, a la montaña. En definitiva, salir a vivir.
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Me ha gustado mucho tu reseña, Horus.
No sólo por el tema, que siempre resulta interesante, sino por esa introducción tan simpática que haces confesando algo que todos hemos sentido en alguna ocasión.
Gracias por recordar, con estos dos libros, esa pasión por el descubrimiento y por aprender propia de una época.
Y también por eso que dices en la línea fianl, cuado identificas investigar con vivir.
Un saludo.
Muchas gracias a ti, Rosalía, por la paciencia de leer este «ladrillo». ;-)
Pero es que el tema de la novelización de hechos científicos creo que es bastante complicado, sobretodo para presentar los descubrimientos de forma amena y que no parezca un aburrido tratado.
En ambos casos, creo que los autores han conseguido ese cometido.
Oops! Ya me ha moderado un comentario de respuesta a Rosalía…
Por cierto, me encanta esa cabecera, tan cartográfica.
Interesante doble reseña Horus. Me atrae especialmente el libro de Denis Guedj.
Je, je. Hagakure, gracias, creo que no te va a decepcionar.
Por otro lado, después de hacer y enviar esta reseña, me he hecho con otro libro que trata de exactamente lo mismo que el trabajo de Guedj (la medición del meridiano y el asunto del sistema métrico decimal). Se trata de una obra de ensayo, no es novela, de un tal Ken Alder, y se titula La Medida de Todas las Cosas. Aún no me he puesto con él, pero tiene una pinta impresionante. De haberlo leído ya, la reseña hubiera podido ser triple… ;-D
Alguien sabe algo de este trabajo?
Sobre este asunto hay un libro que me gustó mucho:
«Los viajes de Jorge Juan y Santacilia» Ciencia y Política en la España del siglo XVIII, de Emilio Soler Pascual. Biblioteca de Grandes Viajeros.
Es uno de mis favoritos, ciencia, historia, aventuras.., apasionante.
Buen día Horus Chan
Si buen día, ya que para mi, ahora son las 8:40 AM de este mártes de setiembre. Yo he leído el libro de Denis Guedj, me cautivó la descripción de las sesiones de los asambleistas. Aprendí sobre la toesa, medida que se usaba en mi patria: Perú y que es el origen de la diezmillonésimaava parte del meridiano, que llamamos metro.
Perdón, no pretendo re-reseñar el libro. Usted lo ha hecho impecablemente. Deseo si comentar lo de: «ojear» y claro, el verbo es indicativo de la acción de mirar echándole un ojo a las cosas, vale decir, como a vuelo de pájaro. Nosotros usualmente decimos «hojear», y no es que por aquí escribamos el «ojear» con h, que aunque es muda, tiene cuerpo e imagen. Sino que hojear, viene de pasar las hojas, auscultando rápidamente lo que el libro nos promete.
Saludos desde Perú
Carlos el baterillero
Aquí siempre usamos las dos, Carlos. Ojeamos y hojeamos libros. Sé bienvenido.
Según en el sentido que quieras indicar la frase se usaría uno u otro, indistintamente.
«Yo hojeo el libro mientras ojeo al chico de enfrente» Por poner un ejemplo.
Estupenda reseña Horus, me ha gustado y me llaman la atención ambos libros.
Bueno, bueno. Vamos por partes:
Rusell, apuntada queda tu recomendación. Así, a simple vista, tiene buena pinta, tanto por la temática como por la época.
Carlos; como comentan Akawi y Javi, por estos lugares se usa uno u otro verbo en función del sentido que quieras darle al asunto. El sentido de hojear se reduce simplemente a pasar páginas, o sea, hojas de un libro, documento, etc. El sentido que yo quería darle era de echar un vistazo, una mirada rápida, muy por encima. Echarle un ojo, que se dice a veces. Curiosidades de la lengua a una y otra banda del atlántico. Un abrazo y bienvenido por estos lares.
Akawi; gracias, y te los recomiendo ambos. Como mínimo son amenos, que ya es mucho. ;-)
Bueno, yo más bien me refería a «aquí» en Hislibris. Más de una coña nos hemos traído a costa de eso.
Había visto en días anteriores las cabeceras y me imaginaba que Horus andaba al acecho. Este hombre tiene un aire a Samuel Fergusson, el protagonista de «Cinco semanas en Globo».
Sólo quería felicitarte, Horus. Yo, como siempre, a la velocidad de la luz, de un lado para otro.
Gracias, Valeria. Qué buen viento te trae por aquí!
Por cierto, no he leído «Cinco semanas en globo». Tampoco he visto ninguna película (si es que existe, que no lo sé). Ya lo sé, imperdonable. Pero de Verne he leído pocos títulos, y de ello hace mucho tiempo…
Bueno, hace mucho, pero mucho, que no releo a Verne, por temor a perder ese recuerdo de entusiasmo y felicidad que me proporcionaba en la infancia la lectura de sus libros. Pero como en el libro un científico «todo terreno» se dedicaba a la búsqueda de un descubrimiento geográfico, hablando de vientos, geometría o estrellas, a la vez que se enfretaba como un explorador a leones, o a un desierto, pues me pareció que te ajustabas al perfil :-)
(Tendría que mirar si Lopekán encaja en Dick, el compañero de Fergusson)
Y como tenemos hoy alerta por mar de viento del nordés, me voy volando.
Muy bueno, Valeria. Es todo un honor ser reconocido como tal, pues. A ver si lo pillo por ahí y lo leo algún día, je, je…
Es curioso, pues lo que te pasa con Verne a mi me pasa con tantos otros. Véase London, Stevenson, Poe o muchos otros clásicos.
Hace poco, pero, releí La Isla del Tesoro y no me chirrió. Al contrario, me divertí de nuevo, pues tenía el texto bastante olvidado. En cambio, cuando releí varios cuentos de E. A. Poe me quedó un regustillo extraño. Algo así como «lo recordaba mucho mejor…».
Cuidado con el mar de viento, pues. Que no es que sea malo, pero a veces despeina un poco… ;-)
A mi me da miedo releer algunas cosas de Verne (no todas, que conste: La vuelta al mundo en 80 días no me decepciona nunca). Pero es que La isla del tesoro es la caraba, libro indispensable.
La novela de Daniel Kehlmann es bastante buena, destila un humor muy fino y creo que cualquiera disfrutaría con su lectura. Tiene otra novela, Yo y Kaminski, que tampoco está mal, pero no llega a la altura de ésta. No he leído la última, Fama. La medida del mundo es un ensayo, aunque escrito de tal forma que la lectura resulta muy amena. Se embarulla un poco con la explicación del error en la medición, pero aún así es una lectura también recomendable. Es un acierto haber reseñado ambos libros juntos.
Pepe, muy buenas. Respecto a Kehlmann no puedo opinar pues sólo he leído esta obra y no sé como serán las otras. Mantiene esa forma tan característica de narrar los diálogos?
Respecto a la otra obra, creo que la confundes con el trabajo de Ken Alder. Éste (que precisamente estoy leyendo ahora) es un ensayo que se llama «La medida de todas las cosas» (con el subtítulo de «la odise de siete años y el error oculto que transformaron el mundo»), pero el trabajo de Guedj, que trata de exactamente lo mismo, está novelado.
Un saludo.
Llevas razón, tendré que buscar entonces la novela de Guedj, que mala cabeza va teniendo uno con los años… No sé qué responder a tu pregunta respecto a Kehlmann, los dialogos tienen chispa pero creo recordar que no eran exactamente como los de La medición…
Je, je, je. Como comentaba, acabo de conseguir precisamente el libro de Alder. Es bueno? Tanta importancia tiene el supuesto «error» cometido? En el texto de Guedj no le dan demasiada importancia, la verdad. Pero no conozco el caso real a fondo. Cuando acabe con Alder ya veré…
Hola Horus. Qué puedes decir ya del libro de Alder? Merece la pena? Yo la novela de Kelhmann la leí y la encontré entretenida y diferente, aunque sin duda conecté más con el sorprendente retrato de Gauss, al que muestra como un tipo genial pero muy alejado de la imagen preconcebida que uno podría tener de una figura descomunal como la suya. Sin embargo Humboldt me pareció un tipo obsesionado por sus objetivos, con un comportamiento que rozaba lo paranoico. La novela de Guedj la tengo desde hace tiempo, pero pendiente de lectura. Saludos.
Muy buenas, Pintaius. Por lo que llevo leído de Alder (ni siquiera la mitad, voy a un ritmo tranquiloooote…) el libro me está encantando. Al ser ensayo, para mí, gana muchos puntos sobre la novela de Guedj. Eso es una apreciación personal, claro está. No me gustan demasiado las novelizaciones de hechos históricos, y ante dos obras que traten lo mismo, prefiero el ensayo (siempre que sea bueno, claro está).
El caso de Alder es de los buenos. Si te interesa conocer a fondo el asunto, el libro de Alder es perfecto. El de Guedj no deja de ser un «divertimento científico». Pero Alder trata a fondo asuntos técnicos que la novela pasa muy por encima.
Todo depende de la motivación o interés que te lleve a enfrentarte al tema en cuestión, que es exactamente el mismo: la misión de Delambre y Méchain para calcular el arco de meridiano entre Dunkerque y Barcelona.
Saludos.
Ah! Y respecto a Kehlmann, creo que fuerza mucho los carácteres de los personajes, creando una imagen estereotipada de cada uno, exagerando sus excentricidades. Sin embargo, no me desagradó el sistema, es como una parodia-homenaje a cada uno de ellos. En el fondo, es parte de la gracia de la novela.
Muchas gracias Horus. No dejes de seguir comentando aquí tus impresiones sobre el libro mientras lo lees, o bien a la conclusión del mismo.
Saludos.
Discúlpame, Pintaius, pero se me había pasado tu último comentario. Voy tarde, pero más vale tarde que nunca.
El libro de Alder es impresionante, muy muy recomendable. Muy ameno y, aun así, científico. Tanto me gustó que incluso hice una reseñita que, más pronto o más tarde, se colgará en la página.
Un saludo.
Hola Horus,
Soy un aficionado a la cartografía antigua ( mi web, por si interesa http://www.coleccioncartografíagm.com) . Leí hace poco “ El metro del mundo” de Denis Guedj que viene a tratar el tema de la medición del meridiano para calcular el metro y cuyos trabajos de campo realizaron Delambre y Mechain (este último,por cierto, descansa en Castellón). A raíz de ello y sabedor del reciente estreno de la película “La medición del mundo” he buscado hasta encontrar su reseña que ademas de estar muy bien escrita diría que aclara mis dudas.
A mi entender la medición del mundo con métodos científicos es atribuible exclusivamente a los franceses ya no solo por buscar una medida universal e imperecedera, cual es la del meridiano, a fin de deducir de ella el metro ( inicialmente se consideró que la medida universal debía ser la longitud del péndulo que bate el segundo a 45º de latitud) sino también por el hecho de que la primera triangulación seria de un grado de meridiano la realizaron los franceses bajo la dirección de Jean Picard. Éste fue también quien propuso la medición de Francia mediante triangulación construyendo un bastidor cuya columna vertebral sería el meridiano de Paris, medido entre 1683 y 1718 por Cassini I, La Hire y Cassini II. En ésta medición se origina la polémica sobre el alargamiento-achatamiento de la Tierra que dará lugar a las expediciones a Laponia y Perú a donde nuestros Jorge Juan y Antonio de Ulloa fueron ( por mas que nos pese como patriotas) impuestos por el gobierno español a la Académie Royale des Sciences como condición para poder operar en aquellas tierras.
Por lo demás fueron también los franceses quienes concluyeron antes que nadie (1745) un mapa de 180 hojas de su territorio nacional a escala 1:878.000 confeccionado sobre la medición de 800 triángulos partiendo del meridiano de París.
Ante esto no creo que los alemanes ( a quienes la ciencia debe mucho y cuentan con toda mi admiración) puedan anteponer muchos logros, en esta materia se entiende. Von Humboldt fue un gran aventurero y científico que operó en muchos frentes y, qué decir de Gauss, el príncipe de los matemáticos.
En suma, en mi modesta opinión, el titulo de la película y de la novela no es muy afortunado y se presta a confusión sobre la autoría de ciertos acontecimientos histórico-científicos.
No obstante si alguien considera que no estoy en lo cierto estaré encantado de aprender.
Un saludo