LA PROFECÍA DE JERUSALÉN. TEODOSIO EN HISPANIA – Margarita Torres
Flavio Teodosio el Viejo (m. 376) es un personaje ideal para varias novelas históricas. Conocemos poco de él hasta su designación como Comes Britanniarum en el año 368 por parte de Valentiniano I. Sabemos que era de origen hispano, que tuvo éxito en sus campañas en Britania, Germania y África, que fue ejecutado pocos meses después de la muerte de su valedor imperial (¿luchas faccionales en la corte imperial de Occidente?) y que su hijo fue el futuro emperador Teodosio I (346-395). Pero poco más. Por tanto, es un personaje casi ideal para protagonizar una novela (o quien sabe si una saga de novelas) ambientadas en el último tercio del siglo IV. Y es lo que ha hecho Margarita Torres con La profecía de Jerusalén. Teodosio en Hiapania (Edhasa), contándonos la historia de Teodosio tras la muerte de Juliano el Apóstata (363) y, especialmente, en unas pocas semanas a finales del año 365.
Lo malo está, quizá, en el modo en que nos la ha contado. La novela nos cuenta una conjura político-religiosa, con ecos a El código Da Vinci en lo que respecta a los desposyni, algunos de los parientes cercanos de Jesús de Nazaret –y emparentados con la familia de Teodosio–, en el que se mezclan aventuras, magia y relaciones erótico-amorosas; todo un mejunje explosivo, eficaz en cuanto a fórmula para mantener enganchado al lector, pero decepcionante por los resultados finales … y por lo que podría haber sido la novela.
Que no es una mala novela, digámoslo ya de entrada, pero sí lo que uno no se espera cuando empieza el libro, con interés y amenidad. Pues Margarita Torres nos muestra unas primeras cien páginas en que se desarrolla la amistad entre Flavio Teodosio y Valentiniano, antes y después de acceder éste al trono. Un leitmotiv que da juego, y mucho, pero que luego se abandona (también por imperativos lógicos de la propia trama). Incluso la trama en sí, con esa conspiración política, alimentada por Joviano y algunos personajes de la novela, tiene en cierto modo su interés… si nos tomamos esta novela como un mero divertimento. Y también en lo que respecta a Tamar la Sara, descendiente (¿o hija?) del hermano de Jesús de Nazaret, Santiago, primer obispo de Jerusalén. Incluso pase que Prisciliano sea un filósofo gnóstico que aprendió de los druidas de la Galia… pero que tenga poderes mágicos y sea capaz de leer la mente de las personas que le rodean o de incluso gozar del don de la telepatía ya es forzar en exceso la suspensión de la incredulidad del lector. Porque, quizá, la trama no lo necesite.
La novela se lee con amenidad, aunque el interés va decreciendo a medida que pasan las páginas. En ocasiones, en referencia a algunos de los personajes secundarios de la novela, la acción se pierde en hilos algo enrevesados; hay un exceso de casualidades (Teodosio se encuentra prácticamente con todo el mundo a lo largo de las enormes distancias entre Caesaragusta, Legione y su villa al sur de Saldania), los combates entre Teodosio y su Némesis con la máscara de plata parecen repetidos y al final no tienen ese punto de tensión que se nos ha ido prometiendo en la novela. Personajes como Elena y Thermantia parecen desaprovechados con ciertos toques previsibles, y el carácter tan heroico de Flavio Teodosio en última instancia puede llegar a ser cansino (la perfección suele aburrir). No quedan claras las motivaciones de algunos de los personajes esenciales en la conjura político-religiosa y el final, aunque abierto en lo que respecta a personajes como el propio Teodosio o Máximo, decepciona por su previsibilidad.
Pero Margarita Torres, medievalista cada vez más destacada, se siente cómoda con la ambientación, minuciosamente reconstruida, y con unos personajes que consigue hacer accesibles para el lector, que empatiza con ellos. Nos muestra un posible origen para el Camino de Santiago, nos traslada de modo vibrante de un lado a otro por las provincias de la Gallaecia y la Tarraconense –amén de las primeras páginas ambientadas en Mesopotamia y Siria–, nos hace sentir cómodos en las aventuras y desventuras de los personajes (a pesar de deficiencias ya mostradas), y consigue que el período histórico reconstruido parezca creíble y verídico, como, por ejemplo, las pugnas religiosas entre los cristianos ortodoxos y los fieles (militares) de Mitra. Se nos muestra a un futuro Teodosio I en la adolescencia (aunque con tintes quizá demasiado rosas), a personajes históricos como (Magno) Máximo, el alamán Vadomar, Joviano (muy caricaturizado), Valentiniano I (más creíble), etc.
El resultado de la novela es, reiteramos, desigual. Adictivo en cuanto a una trama que en ocasiones cuesta seguir, rechinante ante el uso de elementos mágicos que chocan en una novela histórica, decepcionante en cuanto al papel que un personaje como Flavio Teodosio puede jugar en una(s) novela(s) histórica(s). Quién sabe si volveremos a ver a Flavio Teodosio y los suyos en futuras novelas…
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Por la reseña me da una impresión cuanto menos contradictoria.
Me hago a la idea de que será otra novela amena y entretenida que se queda ahí, y que hay muchas parecidas e intercambiables.
El tema de la magia me chirría por como lo describes, pese a que me encantó «Narrenturm», una novela sobre las guerras Hussitas con un buen componente fantástico perfectamente introducido.
La novela en sí es contradictoria. ¿Novela histórica sobre un personaje o trama codigodavincesca por medio? Amena, lo es un rato, eso sí. Pero no basta.
Bueno, a veces lo que se pide es simplemente un poco de honestidad. Si me acerco a una novela que anuncia que mezcla el género histórico con el género fantástico, no me sorprenderá que un personaje sea telépata, o que aparezca un zombie, o que el protagonista pueda ver el futuro en las aguas de un estanque. De hecho, en el verano leí una así y me lo pasé pipa. Claro que si me compro por histórica una novela (con la «garantía» de que la autora es medievalista) y me pasa eso, pues a lo mejor que me entretenga no es suficiente, porque las expectativas ya no se cumplen.
Francamente me parece que debajo de tu lectura, algo superficial, rechina algo de envidia, tal vez me equivoque. Soy profesor de Secundaria, enseño historia, he excavado en varios yacimientos romanos, leído a Hegesipo y Eusebio de Cesarea y, si tú también lo hubieras hecho, sabrías que los Desposyni existieron, que, efectivamente, en varios momentos de la historia política de Roma se buscó a los supuestos descendientes de David que fueran parientes de Jesús. En cuanto a la resolución del libro, a mí personalmente me gusta que quede abierto, pues ofrece más juego, si es que la autora lo continúa. Y el guiño a la tumba de Santiago y, junto a ella, la de Prisciliano, me parece bastante original. Por otra parte, cualquiera que visite la villa de La Olmeda, en Palencia, advertirá hasta que extremo es escrupulosa y real la descripción. Repito que a mí me ha gustado y mucho.
mezclar a prisciliano y a santiago sera muchas cosas,mas dificilmente original.
Me parece estupendo que te gustara la novela, Alberto, sobre gustos no hay disputas. Ahora bien, no sé qué tendrá que ver la velocidad con el tocino, es decir, reseñar una novela y sacar unas conclusiones con tener «envidia». Me importa poco si según los Evangelios apócrifos los desposyni existieron o no, si se buscaron los orígenes de los descendientes de David o no (a nivel novelesco, ya lo hizo Robert Graves en su magistral novela Rey Jesús hace varias décadas; pero sería muy injusto hacer comparaciones de Graves con la autora de esta novela). No me corresponde a mí valorar eso. Yo hago mi valoración de la novela y le encuentro esa contradicción, que es tan respetable como el hecho de que a ti te guste la propia novela. Valoro la novela como lo que es y me fijo en sus altibajos, en su exceso de casualidades, en personajes poco hilvanados y en una trama tópica, amena pero previsible. Y sin envidias algunas.
Un poco de elegancia a la hora de escribir siempre es bienvenida además de gustos y opiniones.
Y todo eso sin decir que tienes estudios, piltrafilla.
Hybris, que le dicen.
¿Estudios yo? Por favor… xD