LAS RAÍCES DEL ROMANTICISMO – Isaiah Berlin
Reeditado este año 2015, Las raíces del romanticismo es uno de aquellos libros que merecen ser destacados a la menor oportunidad. Su autor apenas necesita presentación: baste con recordar que Isaiah Berlin (Riga, 1909 – Oxford, 1997) es uno de los grandes nombres del pensamiento liberal del siglo pasado. Motivo fundamental de su andadura como politólogo e historiador de las ideas fue el de las fuentes del pensamiento moderno, o, más ampliamente, la génesis del mundo moderno, en cuyo rastreo debía dar por fuerza con el movimiento conocido como romanticismo. A este tema dedicó una serie de conferencias dictadas en 1965 en la Nacional Gallery of Art de Washinton D.C., las que fueron grabadas y transmitidas por la BBC en el Reino Unido y Australia. La publicación póstuma de las ponencias es debida a los oficios de su albacea y editor Henry Hardy, responsable por demás de la publicación de la mayor parte de la obra de Berlin (una obra diríase idiosincráticamente fragmentaria y dispersa). Berlin vio en el romanticismo una revolución espiritual e intelectual de muy profundo calado, de hecho, la de mayor envergadura entre las transformaciones que han moldeado los modos de vida y de pensamiento occidentales. La noción de la suprema libertad del artista y la veneración del artista como genio; la desconfianza ante las concepciones monolíticas y unidimensionales del hombre y el mundo; la valoración no sólo de lo irracional y lo subjetivo sino de lo inacabado, disgregado o meramente esbozado; la preferencia por lo particular en detrimento de lo universal; la radical emancipación de las emociones y la celebración de lo espontáneo y lo exuberante; el esteticismo desenfrenado, con la exaltación de la belleza aun a costa de la verdad y el interés; el auge del primitivismo, o el mito del retorno a la inocencia y autenticidad de los orígenes; la nostalgia de un orden social constituido en armonía con la naturaleza; la idea de que la disposición a sacrificar la vida por una causa puede ser tanto o más importante que esta causa; en fin: éstas y muchas otras ideas, imágenes y actitudes características del hombre moderno tienen sus raíces en el romanticismo. Lo mismo puede decirse, siguiendo a Berlin, de fenómenos tan dispares como el fascismo, el surrealismo y el existencialismo.
Considerado como un movimiento cultural que desbordó ampliamente sus primigenios márgenes artísticos, pero también como un fenómeno contradictorio y de ardua delimitación conceptual, el romanticismo ha tenido repercusiones políticas, sociales y morales de amplísimo espectro. Éste es precisamente el tema de las conferencias de Berlin, así como el de los orígenes de tan crucial movimiento. Vaya por delante que la sola índole de esta publicación insinúa sus méritos y deméritos, de los cuales el mismo autor estaba consciente. Tiene la frescura y amenidad de las buenas conferencias, con la llaneza de su lenguaje y una línea argumentativa especialmente diáfana. Berlin, por demás, era afecto a ordenar y examinar ideas en vez de a elaborar teorías exhaustivas, y en este sentido Las raíces del romanticismo lo representa bien. Naturalmente, no iba el autor a desarrollar su indagación en unas conferencias, no con toda la profundidad posible, de manera que sólo queda lamentar que nunca llegase a consumar su proyectado libro sobre el tema. En todo caso, los textos que nos ha legado ofrecen un material sombradamente estimulante.
Como está dicho, el romanticismo es un fenómeno de ardua definición, a tal extremo que notables estudiosos de la cultura han desesperado de la idea de capturar su esencia inequívoca. Ambivalencia e incoherencia parecen serle inherentes. Así pues, la autonomía intelectual y artística por la que aboga el romanticismo supone un espaldarazo al individualismo, y el enaltecimiento de los privilegios exclusivos del individuo genial conlleva la idea de los artistas como miembros de una casta superior –una forma muy concreta de elitismo-; empero, en el corazón del romanticismo laten también la nostalgia de un origen común, el sentido de pertenencia y el afán de disolución del individuo en un colectivo mayor (que por lo general es la nación, o el pueblo). Los románticos anhelaban lo exótico, lo misterioso y lo inexpresable a la vez que loaban lo cotidiano y lo familiar; ansiaban lo novedoso y lo original, pero también ensalzaban lo tradicional. Cultivaban maneras extravagantes, gustaban de escandalizar y de denigrar las convenciones establecidas, pero nada idealizaban más que los usos y costumbres del pueblo llano (un mundo de convenciones) y los vínculos orgánicos con la comunidad. El desprecio de lo burgués es una de las características fundamentales del movimiento pero, aunque muchos de sus cultores son de ascendencia aristocrática, su espíritu y su público principal son eminentemente burgueses. Podía inspirar tanto el conservadurismo político (en Alemania sobre todo) como el radicalismo (especialmente en Francia). La misma concepción del arte por el romanticismo está signada por la ambigüedad desde que defiende el esteticismo, o la enseña del arte por el arte, al tiempo que proclama la salvación de la comunidad por el arte.
«Comenzó en Alemania y creció deprisa». El ataque a la Ilustración provino inicialmente desde lo que a mediados del siglo XVIII era una región atrasada del continente europeo, y tuvo por impronta original el pietismo, que ponía el acento en la devoción interior y confería prestigio a una cosmovisión antiintelectual, xenófoba y provinciana. Bajo esta premisa, Berlin pasa revista a los presupuestos culturales de la Ilustración y a los que le opuso el romanticismo, con las específicas aportaciones de personalidades como J. G. Hamann, Herder, Kant (figura ambivalente ya que detestaba el romanticismo, no obstante lo cual le prestó ropaje filosófico), Schiller (también muy ambivalente), Fichte, F. Schlegel, Schelling. Mentores intelectuales del romanticismo moderado o el desenfrenado –Berlin hace un claro distingo entre ambas vertientes-, esta gente arrambló con toda una tradición occidental que sostenía la existencia de un orden natural de las cosas (una estructura universal y armoniosa que el hombre podía desentrañar y explicar de modo coherente), y que afirmaba que de las verdades eternas se podía extraer unos cánones artísticos también universales. Concebido el mundo por los románticos como acción y flujo constantes, la realidad se torna poco menos que inaprensible y el conocimiento sólo puede ser parcial, cuando no ilusorio. En vez de la realidad externa y sus presuntas leyes objetivas, lo que debe prevalecer en la creación artística es la voluntad soberana del artista.
El movimiento romántico fue una rebelión contra cualquier intento de fijar parámetros universales, que en vez de a la verdad conducen al engaño y el desvarío. «El romanticismo –escribe Berlin- socavó la noción de que existen criterios objetivos relativos a cuestiones de valor, de política, de moral, de estética, de que existen criterios objetivos que operan entre los hombres de modo tal que si alguien no hace uso de ellos es simplemente un mentiroso o un demente; lo que en cambio sería cierto en lo relativo a las matemáticas o a la física. Esta división entre el espacio donde es posible acceder a una verdad objetiva —las matemáticas, la física y ciertas regiones dominadas por el sentido común— y el espacio en donde la verdad objetiva se halla comprometida —la ética, la estética y demás— es novedosa y ha delineado una nueva actitud frente a la vida». Según los románticos, el mito y el símbolo captan más de la complejidad de la realidad que las pretendidas certezas científicas, mientras que las normas que regulan la vida social son una falacia en tanto no deriven de la única ley verdadera, que por supuesto no es el derecho positivo sino el espíritu que anima a la nación, la savia que le da su fuerza palpitante y que hace de cada pueblo algo único e irrepetible. De esta idea en particular proviene lo esencial de las doctrinas jurídicas, políticas e historiográficas predominantes en la Alemania decimonónica, y cuya sombra se proyecta en las catástrofes del siglo XX. Pero lo que debe el fascismo al romanticismo no es tanto el irracionalismo como «la noción de la voluntad imprevisible tanto del hombre como de un grupo que avanza a grandes pasos, de un modo que no puede sistematizarse, predecirse ni racionalizarse»; es el voluntarismo extremo que se expresa en histérica autoafirmación y en destrucción nihilista de instituciones consideradas restrictivas, y en la dominación o destrucción del hombre inferior por la voluntad del hombre superior.
El romanticismo como caldo de cultivo en que brotan los gérmenes del fascismo: ésta es una idea que tiene señalados adeptos y a la que no parece faltarle asidero. No hace mucho, Rüdiger Safranski argumentaba muy convincentemente a su favor (v. Romanticismo, 2007), y la verdad es que no hace falta remontarse a la tesis de la sustitución de un “orden teomorfo” ecuménico por uno particularista y nacional (E. Voegelin) o a la del “asalto a la razón” (G. Lukács) para suscribir el planteamiento de fondo. Sin embargo, también hay la corriente de pensamiento (al menos desde Adorno y Horkheimer y su Dialéctica de la Ilustración, 1944) que inscribe los antecedentes del fascismo y del totalitarismo en las contradicciones de la racionalidad instrumental y del proyecto emancipador ilustrado, es decir, en las antípodas del ethos romántico. A modo de coronamiento de esta corriente teórica, Zygmunt Bauman sostiene que el acto cúlmine del fascismo alemán, el Holocausto, fue no un fallo sino un producto típico de la modernidad (v. Modernidad y Holocausto, 1989). El debate sigue abierto.
– Isaiah Berlin, Las raíces del romanticismo. Taurus, Madrid, 2015. 240 pp.
Cielos, Rodri, qué interesante parece este libro! Me encanta, lo has reseñado como sueles hacer. O sea, estupendamente. Y estoy por comprármelo. (Antes le preguntaré a Fernando si lo tiene, porque él tiene muchos de Berlin). Me gusta que sean conferencias,porque es lo mas parecido a los ensayos. Y el ensayo es un estilo literario fenomenal, si se hace bien.
El tema del romanticismo y el arte me gusta, la verdad es que lo típico es la contradicción, que muestras muy bien cuando los románticos por un lado alaban el individualismo y por otro la asunción de no o ojea colectivas como nación, etc. La relación con el fascismo es más compleja. No he leído ese libro de Safranski ( autor que también me gusta) pero no tengo muy claro que exista esa relación. Lo que si tengo claro es que el romanticismo va contra la ilustración por completo. Y en la actualidad hay mucho de ello. El fondo romántico sustenta el «todo vale» del arte actual! La idea de que el artista tiene libertad absoluta para hacer lo que le venga en gana….lo cual es darle una bula especial sobre el hombre común, que no la tiene, de facto. En fin, enhorabuena por la reseña. Intento hacerme con el libro.
Éste libro y el de Safranski plantean la tesis de la filiación romántica del fascismo de manera muy clara, Ario. En todo caso, ninguno de los dos autores establece una relación lineal directa entre ambos, una –por así decir- genética cultural clara y distinta entre romanticismo y fascismo. Es un problema complejo, sin duda, y no creo que quepa resolverlo apostando a una u otra idea –que si el fascismo deriva del romanticismo o si es una estricta manifestación de modernidad- como si fuera una cuestión de suma cero. Esto no vale para los fenómenos ideológicos o socioculturales, en general. Por de pronto, del nazismo se puede decir que se alimentaba tanto de una vertiente cientificista como de una antirracionalista. En fin.
En cuanto a lo otro, la importancia del romanticismo en el arte moderno, bueno, esto no lo discute nadie –creo-.
El de Berlin es un libro que se lee con soltura, incluso cuando aborda los antecedentes o premisas filosóficas del romanticismo (lo medular de los textos). Muy recomendable.
Estamos de acuerdo. En fin, a ver si a la vuelta a Valencia me hago con el libro, porque no he encontrado versión digital. Aquí, te recuerdo que estamos en pleno verano, cálido y vacacional…
Vale.
Advierto que mi ejemplar es de la edición de 2000. La nueva edición, como indica la portada, está revisada y ampliada e incorpora además un prólogo de John Gray.
Hasta donde alcanzo a saber fue Emilio Zola con su libro LOS ESCRITORES NATURALISTAS , el nos explica algo sobre este tema , solo se que fue una vanguardia como todo al y que es una forma de reacción ante el clasicismo .
Jorge López Zegarra
Leo por estos días uno de George L. Mosse, La cultura europea del siglo XX, libro en que el autor vierte unas cuantas consideraciones en apoyo de la tesis del romanticismo como caldo de cultivo del fascismo.
Desde luego, la vertiente alemana del romanticismo, con su idealismo, su antirracionalismo, su desdén de la política y su culto de la personalidad fuerte, entre otros factores, contribuyó a forjar una mentalidad o atmósfera cultural que lo que menos podía era inmunizar a una nación contra la seducción del nazismo. A propósito de esto, la trayectoria intelectual de Thomas Mann es decidora. Sus Consideraciones de un apolítico (1918) representan una acabada expresión del romanticismo político alemán, el que también se filtra en La montaña mágica (1924). Lo curioso es que ya en la época en que escribía esta novela el hombre se volteaba –tímidamente al comienzo- al liberalismo y el republicanismo. Sin embargo, aun después de su vuelco político, siempre persistió en él la quintaesencia del romanticismo alemán. Es cosa de leer Doctor Faustus (1947), su personal interpretación del gran desastre nacional.
El libro de Mosse es una buena síntesis de los movimientos culturales que modelaron en buena medida el siglo XX europeo. Su autor escribió otro relativo al siglo XIX, espero encontrarlo alguna vez. (Ambos fueron publicados por Ariel, en los 90).