MEMORIAS DE AGRIPINA – Pierre Grimal
Algunos autores clásicos hacen referencia a la existencia de unas memorias de Agripina, pero lo cierto es que se perdieron, por lo que Grimal, que es todo un experto en Roma y la Antigüedad clásica, ha tomado datos de Tácito, Suetonio, etc., y se ha lanzado a relatar, en esta su única novela, los círculos cercanos al poder en Roma. La Agripina que nos cuenta su vida es Agripina la Menor, nieta de Agripa, bisnieta por una parte de Augusto y Livia, y por otra, de Marco Antonio. Hereda, pues, los genes de las familias Antonia, Claudia y Julia, sintiéndose desde la infancia predestinada a ocupar las más altas esferas. Imaginarias memorias con las que conocerá el lector de modo novelado, la historia de Roma desde la subida al poder de Tiberio hasta los comienzos de Nerón.
Lo que el autor nos viene a mostrar a lo largo de la narración es el clima social y político de Roma, una vez que Augusto, garante moral y legal del gobierno y las costumbres romanas, desaparece de escena. No nos va a contar batallas, campañas militares ni demasiados detalles legales, no va a usar apenas nombres en latín, no nos va a abrumar con detalles técnicos; las batallas van a ser las propias rencillas internas a la familia imperial, y sus allegados. Las intrigas y la corrupción, desde la misma muerte de Augusto van a comenzar a extenderse como una plaga. En las mejores familias, eran habituales y cotidianos los divorcios continuos y los nuevos casamientos, completamente determinados por intereses políticos, económicos o de prestigio. El propio Augusto forzó algunos de ellos, y Livia, que le sobrevivió bastantes años, se ocupó de hacer y deshacer a placer con tal de allanarle el camino a su hijo Tiberio, antes y después de que accediera a ser el príncipe. Tiberio se ocupó del resto. Pero además, para conseguir el divorcio o simplemente para eliminar competidores en la continua lucha por el poder a todos los niveles, también era de lo más habitual matar, hacer matar o proscribir a alguien, mandándolo al exilio (caso sufrido por la propia Agripina, así como por su madre) con una acusación formal y un juicio, o simplemente, envenenandole la comida o enviando sicarios que asesinaban brutalmente a su víctima. Esto era de público conocimiento y admitido con relativa tranquilidad, dependiendo de la popularidad de la víctima…y de la popularidad del ordenante. La isla de Pandataria era el lugar de exilio de los familiares imperiales. Para abrir boca, y siempre con la voz de Agripina (que será la única narradora y el único punto de vista) el autor nos cuenta la muerte de Británico, el hijo que Claudio tuvo con Mesalina. El joven Británico muere envenenado, y a pesar de las varias muertes que pesan sobre los hombros de Agripina, esta se siente horrorizada: es su hijo, Nerón, ya en el poder como imperator, el causante de la muerte de su posible competidor al trono imperial. Nerón es el hijo que ha tenido con su primer marido, Domicio Aenobarbo, un personaje cruel y despiadado con el que fue casada a los trece años. Pero no se siente mal por presenciar una muerte, sino porque Británico podía haber sido su aliado.
Las Memorias están divididas en seis capítulos. Siguiendo el orden de acontecimientos, Agripina dedica un primer capítulo a su padre, Germánico, para contar infancia, acompañando a sus padres a Grecia y Egipto; el segundo lo dedica a su tío abuelo Tiberio y trata de su casamiento a la tierna edad de 13 años, con Domicio (que será el padre de Nerón), así como del destierro y muerte de su madre, Agripina la Mayor; una tercera parte dedicada a su hermano Cayo (Calígula), antes y después de morir Tiberio, contando la vida desenfrenada, incestuosa y cruel, en la que su hermano la obligó a participar, y que la llevará finalmente al destierro; una cuarta parte para su tío Claudio, ya emperador y esposo de Mesalina, época en la que Agripina afila sus uñas a distancia, casada de nuevo con Crispo Pasieno, hombre tranquilo y poco ambicioso que hace de contrapeso a las ansias de Agripina y le sirve de discreto relax, mientras Mesalina revoluciona toda Roma con sus devaneos; la quinta parte es para su matrimonio con Claudio, y la lucha de Agripina para conseguir que Claudio adopte a su hijo, lo que hará, en perjuicio de Británico. Y llegamos al último capítulo: Nerón imperando. Sólo sabremos de los primeros años de su reinado.
En unas notas finales Agripina espera, ya resignada, la muerte que le llegará de mano de su propio hijo, para cuyo enaltecimiento no ha vacilado en cambiar de esposo tres veces, en matar, exiliar, difamar y denunciar a todo el que se le pone por delante. Encumbrar a Nerón implicaba un poder enorme para esta ambiciosa mujer, consciente de su linaje y orgullosa de su familia,…hasta que encuentra en Popea y en su propio hijo la horma de su zapato. Se cumple, efectivamente, el augurio de que su hijo llegaría a ser emperador, pero asimismo, que la mandaría matar. Se dice que la respuesta de Agripina cuando le anunciaron su futuro fue «Que reine, aunque me mate». Agripina morirá, con apenas 44 años, vividos, eso sí, intensamente.
En todo momento la narración, a pesar de ser personal, es sobria, contenida y distante. Agripina vive llena de deseos, tristezas, ambiciones, humillaciones y miedos, a lo largo de estos años. Pero los anota en sus Memorias como algo irremediable, incluso como algo normal, cotidiano. Sólo a veces parece sentir un cierto escrúpulo, pero siempre encuentra una razón que justifique el crimen que va a cometer. Cuenta sus previsiones e intrigas palaciegas como si nos contara las próximos menús que está preparando. Posee una idea fija: primero, sobrevivir, tras el asesinato de Germánico y el destierro de su madre; después, acrecentar su poder, con la finalidad última de ver a su único hijo, Nerón, con la toga imperial. Y se vale de cualquier medio que le sirva. Agripina aprende, desde muy joven, estudiando a Livia Augusta, maestra en el arte de la intriga palatina. Y no tiene empacho en acceder a los requerimientos de Cayo/ Calígula, como tampoco lo tiene en mantener diversas relaciones con hombres siempre en beneficio de sus intereses. Agripina tiene una fuerte relación desde la infancia con su hermano Cayo, al que favorece, pensando en ascender de categoría, y más tarde, cuando empieza a sufrir sus humillaciones y crueldades, intenta sobrevivir y esperar tiempos mejores, desde la isla de Poncia, desterrada por su hermano, junto a su hermana Livila. Allí conocen su muerte, y la elección de Claudio como príncipe, lo que supondrá la liberación de ambas.
Curiosa es también la relación de Séneca con la familia imperial. Calígula estuvo a punto de condenarlo en el 39, envidioso de su fama. Al subir Claudio al poder, en el 41, fue desterrado a Córcega, acusado de adulterio con Agripina. Si fue así o no, no queda claro en las memorias, que aluden a una cierta intimidad entre ambos, pero sin afirmar rotundamente nada. Séneca mantuvo una excelente relación amistosa con Agripina, que es su principal valedora en Roma, con largas conversaciones sobre las distintas visiones del mundo. Elevado finalmente a la compañía del joven Nerón, como preceptor y como asesor y consejero después, el filósofo es mostrado por Grimal con cierta ambivalencia, como alguien que, no importándole demasiado estar alejado de la vorágine capitalina, tampoco desprecia acceder a los beneficios económicos y se sitúa, sin ningún empacho, a la vera de un joven caprichoso, inmoderado y decididamente dominado por Popea, su última mujer. En el año 65 sería acusado de participar en la conspiración de Pisón, contra Nerón; éste le ordenó suicidarse. Pero eso no lo cuentan estas Memorias, obviamente.
Calculadora, ambiciosa, tan fría como aterradoramente bella, Agripina (como Livia o Mesalina), pertenece a una raza de mujeres patricias que están entre bastidores del poder. No se les permite gobernar, pero mueven los hilos y manejan las voluntades de los hombres que son, finalmente, quienes firman las sentencias de muerte, destierro o exilio, quienes hacen las leyes y quienes van a la guerra.
En suma, esta obra es un acercamiento a la historia romana real, a la historia de los emperadores de Tiberio a Nerón, contada por un miembro femenino de la familia imperial, centrándose en el entramado de intrigas y de relaciones internas que componía la clase política romana. No es una novela emotiva, a pesar de los espantosos hechos que narra; Grimal, que es ensayista e historiador, se acerca más al ensayo histórico que a la novela, ya que, si bien está correctamente escrita, presenta los hechos de modo directo y llano, desde un único punto de vista, con gran distanciamiento. A diferencia de otras novelas que incluyen cartas o distintas versiones de los mismos hechos, Grimal ha preferido una narración casi lineal, clásica, que nos informa pero a la vez nos mantiene alejados, no nos permite tomar parte. Presenta a nuestros ojos la versión que una mujer romana daría, no la que desde la contemporaneidad podríamos imaginar. Probablemente ese sea su mejor logro.
Pierre Grimal (París, 1912-1996) fue uno de los más destacados latinistas y especialistas actuales en la antigüedad romana. Traductor de obras de Tácito, Plauto y Terencio, fue también profesor emérito de la Sorbona, presidente de la Asociación Vita Latina y miembro de la Sociedad Francesa de Arqueología Clásica, de la Sociedad de Egiptología, de la Real Academia Sueca de Historia y de la Real Academia Belga.
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¡Uf!
Hace años que utilizo este libro como ejemplo de que una obra históricamente impecable puede ser una pésima novela. Con todos mis respoetos al señor Grimal, a quien admiro.
Es aburrida, muuuy aburriiiidaaaa. No pasa nada durante las primeras cien páginas, carece de pasión, los personajes son absolutamente planos. Agripina cuenta el asesinato de su padre (¡nada menos!) con el mismo tono con el que describe las vides de su villa.
Fuensanta, me quedo con dos de tus frases: «No es una novela emotiva» y «narración casi lineal».
Bueno, Josep, en realidad todo el párrafo final de mi reseña dice mas o menos eso. Salvo lo del aburrimiento…no es que me haya aburrido, porque no lo he hecho, pero me ha parecido, como digo, una especie de reportaje aséptico. Lo cual, evidentemente, no es una novela, en mi acepción de novela.
Un curiosísimo libro y una estupenda y exegética reseña. Grimal el académico se puso a hacer de novelista cuando tenía casi ochenta años… y el resultado es una novela que en muchos aspectos no es tal. Al tratar de ponerse en la piel de la protagonista a través de lo que los textos clásicos ofrecen, Grimal «noveliza» la biografía de Agripina mediante el recurso de unas «memorias» que no existen como tal, pero que tratan de ser la «reconstrucción» de algo que se perdió y que pudieron ser utilizadas por historiadores como Tácito o Dión Casio; algo parecido a las memorias de Lucio Cornelio Sila, perdidas, y que posteriormente serían la base de la biografía plutarquiana. Es cierto que no es un libro «cómodo» para el lector habitual de novela histórica, pero es una interesante apuesta por parte de un historiador que, sabes qué, voy a escribir una novela de esas que tanto gustan…, pero le salió otra cosa.
Un día de estos la releo…
Gracias, Farsalia, por el elogio. La verdad es que a mí me ha gustado leerla porque me ha transportado a la continuación de una época en la que aún me hallaba mentalmente, después de leer «El hijo de César» de John Williams. Obviamente me di cuenta que no era lo mismo, y me resultaba imposible ni siquiera identificarme con una mujer…que parecía más un hombre, o mejor dicho, un personaje de cartonpiedra. Pero viniendo de un historiador como Grimal, sabía que al menos los hechos iban a respetarse religiosamente y que la documentación sería impecable. ¿Emociones? Ninguna, claro. Pero que no sea una buena novela no le quita que sea un buen reportaje biográfico imaginario…
Parece qué, en el fondo, es casi mejor leerse las fuentes clásicas que la novela, la cual sólo ha «novelizado» un poco estas, o esa impresión me ha dado. Aunque debe valer de acercamiento a la época y sus personajes, eso no hay duda ya que Grimal era todo un maestro.
Hombre, ¡Claro que es mejor leerlas fuentes clásicas! El asunto está en que no todo el mundo está en condiciones de hacerlo, por preparación, por paciencia, por tiempo…pero lo ideal, siempre, siempre es ir al original.
Leer a Suetonio y Tácito (y en una buena edición) es muy entretenido, aunque, claro, hay que leer «entre líneas»; si me dijerais Lucrecio… :-P
Aunque hace ya unos años, ya los tengo leídos, jejeje. Quería decir que una vez leídas las fuentes… la novela parece aportar poco más, que por los comentarios me ha dado la impresión de ser más una novelización superficial de las fuentes y poco más.
Claramente las fuentes clásicas serían la base (aunque examinándolas con cuidado), a partir de ahí es donde meten los novelistas sobre los participantes de esa época: Allan, Graves, Grimal,…
De todas formas es interesante el papel protagonizado por esas mujeres, no siempre patricias ni siempre entre bastidores: Clodia, Livia, Messalina, Agripina, Julia Domna, Eusebia, Gala Placidia, Elia Ariadna, Teodora,…
El mismo año que se publicó este libro, Grimal nos regaló también «Pompéi: demeures secrètes». No cejaré hasta leerlos ambos.