PILOTO DE GUERRA – Antoine de Saint-Exupéry
La debacle francesa de 1940 inspiró en Antoine de Saint-Exupéry un libro tan exiguo en páginas como rico en sensibilidad. Se trata de Piloto de guerra, escrito inclasificable que en su breve extensión transita por registros diferentes, desde el de tipo testimonial: Saint-Exupéry piloto de reconocimiento, sobrevolando el frente franco-germano; hasta el de índole filosófica: Saint-Exupéry moralista, heredero como tal de una tradición francesa que comprende nombres como Montaigne, Voltaire y Pascal, entre otros, y cuya larga sombra se proyecta, por ejemplo, en la obra de Albert Camus, coetáneo del aviador. Tal vez sorprenda a algunos esta caracterización. ¿El autor de El principito codeándose con pensadores y escritores como los referidos? Pues claro. Saint-Exupéry no sólo es autor de novelas sobre la aviación (Correo del sur, Vuelo de noche) y del encantador relato al que debe su fama mundial, sino también de libros como Tierra de los hombres y La ciudadela, en los que dio rienda suelta a una vena literario-espiritual que por su elevado tono, rayano por momentos en el misticismo, hacía de Saint-Exupéry un anacronismo viviente, una rara avis de las letras de su tiempo. Piloto de guerra fue escrito entre estos dos libros y participa en buena medida de su motivación, que en La ciudadela –obra póstuma- alcanzó su máximo esplendor.
Saint-Exupéry, nacido en 1900, arribó a la aviación en una época que conservaba no poco del aura heroica de los primeros tiempos. En los años 20 y 30 del pasado siglo, el romanticismo de las proezas aeronáuticas no había sido del todo engullido por la rutinización del volar, los avances tecnológicos o la mentalidad empresarial, factores que adelantaban a pasos agigantados. Saint-Ex, como era apodado por sus amigos y por la prensa, encarnaba el pragmatismo creciente del rubro pero también fue uno de los últimos románticos de la aviación, acaso el más excelso representante de la especie por su condición de piloto-escritor. Puede decirse que aunaba en sí al hombre de acción y al poeta. La aviación tenía para Saint-Exupéry el atractivo de la modernidad tecnológica, en la que fue un activo partícipe pues llegó a patentar una cantidad de invenciones aplicadas en la industria aeronáutica. Fue un pionero además en la apertura de rutas postales aéreas de tipo internacional. Esta faceta pragmática era el reverso del aviador aventurero e imbuido de ensoñaciones románticas. Entre sus colegas tenía fama de piloto descuidado y soñador, propenso por lo mismo a sufrir accidentes (uno de los cuales estuvo cerca de costarle la vida). Pero es en su obra literaria donde mejor decanta el fervor espiritual del personaje, no llevado de un afán escapista, como si remontar los cielos en pos de las estrellas –suprema fuente de inspiración de dicha obra- hubiese sido un medio para evadirse de la realidad, en vez de lo que fue para Saint-Ex: otra forma de penetrar en los entresijos del alma y una manera de poetizar constantes humanas como la amistad y la camaradería, la pasión del deber, la disposición al sacrificio, el ímpetu de alcanzar nuevas fronteras y el ansia de ceñir la propia catadura moral. «El hombre se descubre cuando se mide contra el obstáculo», escribió Saint-Exupéry en Tierra de los hombres (1939). Similar talante ético, catalizado por el desastre nacional de 1940, lo llevó a concretar su obra siguiente, Piloto de guerra. (Cabe precisar que Tierra de los hombres es un libro de impresiones y reflexiones morales bajo el empaque de relato de experiencias de aviación -fatales en algunos casos, como el que culminó en la muerte de Jean Mermoz, célebre aviador y amigo de nuestro autor-. Saint-Exupéry lo escribió bajo el influjo de El espejo del mar, de Joseph Conrad, que leyó por recomendación de André Gide y con total embeleso).
Era un observador lúcido, Saint-Exupéry. Destacado como corresponsal en la España de la guerra civil, por cuenta del periódico Paris-Soir, captó la falacia del efecto desmoralizador del bombardeo masivo, subyacente también en la doctrina de los bombardeos aéreos indiscriminados que tantos estragos causaría: «¿Papel moral? Pero un bombardeo se vuelve contra su objetivo. A cada golpe de cañón algo se refuerza en Madrid. La indiferencia, que oscilaba, se desvanece. Pesa mucho un niño muerto cuando es el de uno. Un bombardeo, me parece, no dispersa: unifica. El horror hace apretar los puños, y todos se unen en el mismo horror». No cortejaba el nacionalismo ni el militarismo; la idea de la guerra le provocaba el mayor de los rechazos. Con todo, estaba consciente de que las naciones y los gobiernos enfrentaban desafíos irrenunciables, cuando poderes oscuros amenazaban con quebrantar la civilización. Nunca se sumaría desde su tribuna periodística al llamado a las armas, pero, en tanto piloto, respondería con prontitud al deber de usarlas. Los Acuerdos de Munich (1938) suscitaron en él sentimientos encontrados. «Cuando la paz nos parecía amenazada –escribió en Paris-Soir-, descubríamos la vergüenza de la guerra. Cuando nos parecía haber evitado la guerra, sentíamos la vergüenza de la paz». Y luego: «La guerra es absurda. Pero hay que elegir un campo». Una vez desatado el conflicto, Saint-Ex no titubeó: hizo lo imposible por hacerse integrar en las fuerzas aéreas de su país.
Saint-Exupéry escribió el libro que nos convoca durante su estancia en Nueva York, posterior a la derrota. Fue publicado por entregas en la revista The Athlantic Monthly con el título de Flight to Arras, en febrero de 1942, y muy poco después vio la luz en Francia bajo el título original, Pilote de guerre. El escrito tuvo una calurosa acogida en los Estados Unidos, similar a la que ya había tenido Tierra de los hombres. Al otro lado del Atlántico, los alemanes de la Francia ocupada se percataron del desliz que suponía el haber permitido su publicación, por lo que lo incluyeron en la lista de libros prohibidos (la llamada “Lista Otto”, por Otto Abetz, embajador alemán en el París ocupado). Desde ese momento, Piloto de guerra circuló de modo clandestino, al parecer con notable éxito.
El aspecto testimonial del libro concierne ante todo a la experiencia del autor como piloto de un avión triplaza de reconocimiento, quien, junto con sus compañeros de tripulación, se ve sumido inopinadamente en la riada humana que cubre las carreteras francesas, empujada por el asalto alemán. Es lo que puede tenerse por la parte narrativa del texto, plasmada en una sobria mixtura de impresiones, breves diálogos y recuerdos de infancia a modo de flash-backs. El dramatismo es contenido, a pesar de las expectativas que pudiera generar el tema; no se refocila el autor en truculencias ni en estridencias de ninguna clase, por más que, en la recapitulación del desmoronamiento, escenas como la que sigue sean inevitables: «Estamos a fines de mayo, en plena retirada, en pleno desastre. Se sacrifican tripulaciones como si se arrojaran vasos de agua a un incendio forestal. ¿Cómo sopesar los riesgos cuando todo se viene abajo? Aún somos, para toda Francia, cincuenta tripulaciones de Gran Reconocimiento. Cincuenta tripulaciones de tres hombres cada una; veintitrés son de las nuestras, del Grupo II/33. En tres semanas hemos perdido diecisiete de los veintitrés equipos. Nos derretimos como la cera». Empero, nunca deriva la constatación de tan tremenda realidad en lamento desgarrado, como tampoco en éxtasis patriótico ni en celebración de ardor guerrero. Aunque dominados por una sensación de absurdo, viene a decirnos Saint-Ex, pilotos, copilotos y artilleros de aviones de reconocimiento cumplían sencillamente con su deber.
Más que los acontecimientos, mejor sugeridos que reconstruidos en detalle, es la repercusión de éstos en una sensibilidad humanista lo que constituye el foco del texto. Porque el norte de Saint-Exupéry escritor es siempre el humanismo, asfixiado a la sazón por las falsas religiones del estado y de la masa y por una moral de termitero. Pensaba que la suya era una época demasiado dispuesta a dejarse intoxicar por las soflamas incendiarias y las consignas embrutecedoras. Cruces gamadas u hoces y martillos, tanto daba; la época no era propicia al legado humanista occidental. ¿Qué podía significar la excelente pero acaso imprecisa idea de la dignidad del individuo cuando los ideólogos vociferantes prometían resurgimientos raciales y supremacías de clase? Urgía pues la defensa de dicho legado o, mejor aun, su regeneración. Saint-Exupéry era ajeno a las retóricas académicas y percibía el desgaste sufrido por las grandes conquistas de la civilización, frecuentemente devenidas un amasijo de ideas vaciadas de sentido. El último tramo de la carrera literaria del aviador representa un entrañable intento por insuflar nuevos aires en el acervo espiritual de la época, si no para prevenir la inminente conflagración (sobre esto Saint-Ex no se hacía ilusiones), al menos para inspirar los días que le siguiesen.
Las reflexiones que la agonía francesa arranca del aviador-literato, deriva final del libro, son en verdad conmovedoras. No se busque en ellas la agudeza analítica de un Marcel Bloch (La extraña derrota) ni el pulso filosófico de un Jacques Maritain (A través del desastre). Es su aliento espiritual lo que prevalece. Son páginas impregnadas de candor y de lirismo; no en vano, Saint-Exupéry era considerado por sus contemporáneos un poeta que escribía en prosa. Pero son también páginas que transmiten un criterio sólido. Saint-Ex considera que el Humanismo -objeto de su veneración- se ha condenado a impotencia al enaltecer las palabras en vez de los actos, degenerando en fórmulas huecas, en palabrería. Semejante defección ha permitido que unas burdas consignas tomen su lugar de tal suerte que, desorientados, los hombres se dejan embaucar por un vocabulario que adula a la Colectividad en detrimento del Hombre. Embargado por un trance nacional que es el colapso de un mundo, Saint-Ex exalta el sacrificio supremo en la lucha contra cualquiera que pretenda imponer una costumbre particular a otras costumbres, una raza particular a otras razas. «Combatiré –proclama el escritor- contra quienquiera que pretenda atropellar en un individuo –así como en una masa de individuos- la libertad del Hombre».
Un libro, en fin, de lectura gratificante aunque sólo fuere por la calidad de su prosa, perceptible en una buena traducción. En opinión de André Gide, Saint-Exupéry fue uno de los mayores estilistas en lengua francesa del siglo XX.
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Tiene buena pinta el libro…
Las reseñas de Rodrigo pesan en los bolsillos de la mente, pero elevan la frente del espíritu. Leerlas es siempre un arduo placer.
Sugiero sazonar esta historia con la obra en cómic de Hugo Pratt de título Saint-Exupéry. L’ultimo volo. Su imposible final, visto por otro poeta aventurero.
Bueno…
En el fondo lo mío ha sido un intento de sugerir –o recordar- que la obra de Saint-Exupéry es bastante más que El principito. Muy especialmente Tierra de los hombres y La ciudadela me parecen libros muy inspirados, de verdad entrañables. Este que he reseñado bien puede tomarse como introducción a la mejor vertiente literaria del autor.
Muy recomendable también es la biografía de Saint Ex por Curtis Cate, publicada hace unos años por Emecé de Argentina. Obviamente, mi principal fuente de información.
HOLA
INTERESANTE RESEÑA,, LOGRO QUE ME PROPUSIERA CONOCER A PADRE DEL PRINCIPITO
GRACIAS
SALUDOS
¡Me ha encantado la reseña, Rodrigo!
De verdad. Tal vez porque el personaje se hace tan cercano y certero.
A propósito, hace un par de días descubrí una obra que puede interesar a los conocedores del escritor:
«Memorias de la rosa», de Consuelo de Saint Exupery.
Se trata de unas memorias de Consuelo Suncín, quien fuese su viuda (y personaje en sí misma), que había sido viuda de Enrique Gómez Carrillo (el escritor guatemalteco, hoy olvidado)…
Me he topado con esas memorias, Rosalía, sin decididme a comprarlas.
La próxima vez será.
No es que se pueda decir que es un libro testimonial, si el lector busca información sobre la guerra aérea entre otoño 1939 y mayo 1940. Como apunta en algún lado Rodrigo es un libro más humanista sobre las angustias humanas y prosaico. En cuanto a testimonios reales de pilotos describiendo sus combates y misiones lo mejor que he leído en castellano es «A la guerra en biplano» de Charles Lamb, piloto inglés de un anticuado biplano naval Swordfish. Un libro que engancha de principio a fin y te hace sentir dentro de la cabina manejando los mandos.
Es evidente que hay un serio problema de conceptos, Gunmeyer. Piloto de guerra es un auténtico ejemplo de literatura testimonial puesto que su contenido alude a la experiencia personal del autor en determinado contexto, incidiendo notoriamente en el posicionamiento moral del autor frente a unos acontecimientos de resonancia histórica. Precisamente por su valor testimonial es que el texto tuvo tan buena recepción en su día… y la sigue teniendo, en vista de las reediciones. ¿Información sobre la guerra aérea? No es lo primordial en un libro de cariz testimonial y reflexivo, menos cuando se está en antecedentes de la clase de escritor que era Saint-Exupéry. ¿Dices que el libro del tal Charles Lamb es un testimonio real porque describe sus combates y te hace sentir “dentro de la cabina”? Bien por ti si logra esto, por un lado, en lo personal no es algo que me interese en absoluto (uno que ya es madurito, hombre); por el otro, no es que un libro sea más testimonial que el otro, se trata sencillamente de que son testimonios de tipo distinto. ¿Prosaico? Es de hecho uno de los calificativos que menos convienen al temperamento y al talante literario de un hombre como Saint-Exupéry.
Los testimonios hablan de las vivencias personales de las personas en un contexto temporal y espacial, no de la filosofía prosaica y el sentido de la vida que rezuma este texto de Exupéry. De modo que nunca se puede tomar como testimonio de un combatiente de dicha contienda. Por cierto que todavía no se buscan los restos de su P-38 en el Mediterráneo, en los últimos años ha saltado más de una vez la falsa noticia de su hallazgo.
Cito al magnífico libro de Lamb, porque es los escasos ejemplos en castellano de textos de pilotos que saben estructurar una narrativa interesante para testimoniar su experiencia.
Qué visión tan sesgada y tan mezquina.
Hay testimonios y testimonios, hombre; el concepto es bastante amplio. El que un piloto de reconocimiento no se explaye tanto como quisieras en sus… “experiencias de combate” (¡!), no hace de su libro un texto menos testimonial. (A lo mejor el título del libro te ha generado expectativas fallidas…) El género también comprende el sentir y el pensar de un hombre frente a los acontecimientos, con mayor razón si se trata de un escritor, pensador u hombre de letras, en general. Ahí tienes los libros referidos de Bloch y de Maritain, por ejemplo, que a su manera también son ejemplos de literatura testimonial. En otro contexto, ¿no es acaso un libro testimonial el de Tony Judt, Pensar el siglo XX, por lo menos tanto como pueden serlo las memorias de un político o de un militar? En fin. Fuera de esto no voy a insistir, sería como rizar el rizo de una discusión bizantina.
¿Qué te interesa más el testimonio de un piloto de combate que el un Saint-Exupéry? No hay problema. Como dicen en la madre patria, “para gustos, colores”.
Si he leído este libro , es extraordinario la prosa del conocido autor de El Principito, entre otros en lo personal me hace volar , como Piloto de Guerra por ejemplo y Vuelo Nocturno . Viajero que cruzaba los océano y desaparecido trágicamente .Me deleite con el . Por otra parte su reseña él en una bella edición Troquel de Argentina:Por otra parte sus reseñas señor Rodrigo siguen siendo excelentes .
Jorge López Zegarra
Saint Exupery nunca estuvo interesado en relatar las experiencias físicas de un piloto abordo de su avión. Ese no era su asunto.
Don Antoine fue un experto en mostrar lo que pasa en el espíritu de un hombre cuando toma distancia del mundo que lo rodea y vuela sobre las tierras , en un pequeño microcosmos mecánico que depende por completo de sus conocimientos y su habilidad. Sentado frente a los comandos y los instrumentos de una máquina tan especial como es un avión, el escritor nos habla de lo que en realidad nos debería importar como seres humanos , no de lo transitorio y lo material .
Piloteando un avión de guerra consigue hacernos entender con claridad lo absurdo de la Guerra. Siempre me ha horrorizado pensar en lo que habrá experimentado el piloto alemán que en julio del 44 lo derribó sobre la costa italiana, cuando supo a quien había matado.
Creo que todos los que hemos sido pilotos militares en tiempos de paz ,deberíamos sentirnos especialmente agradecidos de no haber sido nunca » Pilotos de Guerra «.
Agradezco la atinadísima intervención.
Gracias por escribir esta reseña.
Me ayudo a aterrizar algunas ideas acerca del relato de mi querido Saint-Ex. Justamente utilizare este libro para mi tesis de licenciatura en Historia. Gracias por retomar a uno de los mejores escritores de Francia.
«Para ser, es importante, ante todo responsabilizarse».
Lo ideal en ese caso es leerlo junto con Tierra de los hombres y La ciudadela, o por lo menos uno de los dos.
Ánimo con la tesis, Ana.
Hola, me gustaría saber qué piensas acerca de utilizar el texto de Saint-Ex como una fuente histórica. Estoy en un lío, puesto que no logro convencer a algunos maestros que han revisado mi proyecto de investigación. Ellos argumentan en contra de utilizar este texto como una fuente debido a su carácter literario… :(
En sí, me interesa analizar «Piloto de Guerra» como un relato propiamente testimonial, para mí es importante asimilar este tipo de textos a la historiografía oficial de la segunda guerra mundial, pero no he podido reforzar mis argumentos a favor!
Gracias!
Hola, Ana.
Mira, no he cursado la carrera de Historia de modo que no estoy en condiciones idóneas de responder a tu inquietud. Ahora bien, aunque sólo fuere por intuición o por sentido común –pero también por mi percepción como profesional de las ciencias socales-, tengo la impresión de que esta obrita de Saint-Exupéry es demasiado breve y de contenido histórico demasiado exiguo como para hacerla objeto de una tesis de licenciatura en Historia. Si acaso incorporándola en un campo de investigación más amplio, uno que considerase el universo de testimonios de la época, por ejemplo… Pero claro, todo depende del tema, la perspectiva y los objetivos que quieras abordar en tu tesis.
Te sugiero que consultes a un profesional de la carrera.
Gracias por contestar. Aprecio tus observaciones!
Agradeciendo tu hermosa reseña,escribo desde Argentina,»Tierra de hombres» en la que hay aún muchas huellas de Saint-Ex y también pilotos de guerra,que lo entienden muy bien,tomo las palabras de uno de ellos en la tv,»sólo defienden la guerra,los que nunca la vivieron»,te agradezco entonces doblemente,en tiempos dificiles para la paz mundial,el renovar el espíritu humanista que nos es indispensable.