¿POR QUÉ CAEN LOS IMPERIOS? ROMA, ESTADOS UNIDOS Y EL FUTURO DE OCCIDENTE – Peter Heather / John Rapley
“En el mundo moderno es ya evidente una serie de pautas en desarrollo que nos permite emplear la historia romana para demostrar, primero, que Occidente apenas está empezando a experimentar los primeros compases de una crisis que podría llegar a ser existencial; y, segundo, que esta crisis se basa en los mismos componentes clave que socavaron a su homólogo romano de la Antigüedad”.
El ser humano es finito y limitado (además en dos sentidos: como individuo y como especie) y su percepción de la realidad es igualmente limitada. La tendencia a pensar que las cosas siempre han sido y siempre serán como las percibimos, es inevitable. Para educar y reconducir esta perspectiva local a la que casi de modo natural tiende nuestra mente, se erige como maestra la disciplina de la Historia. Conocer el pasado es la medicina perfecta para contrarrestar esa visión parcial que tenemos del mundo en que vivimos. Y si está bien administrada, se trata de una medicina que no solo permite entender mejor el presente, sino también prepararse para el futuro.
Observar el ayer para comprender el hoy y preparar el mañana es un ejercicio al alcance de cualquiera, aunque no siempre se hace con buen criterio. El comúnmente aceptado adagio de “cualquier tiempo pasado fue mejor” de Jorge Manrique no es en general una valoración equilibrada, pues se origina en el seno del punto de vista localista y parcial antes mencionado, y no va más allá de él. Conviene, antes de juzgar, conocer bien, lo cual remite de nuevo al estudio de la Historia. Cuando se trata de cuestiones acerca de cómo gobernar estados o cómo comportarse en una guerra, a menudo se recurre a textos clásicos como El Príncipe de Maquiavelo o El arte de la guerra de Sun Tzu. Sin embargo, estos son construcciones teóricas. No es el caso de Tucídides, un autor a quien dirigentes y militares modernos afirman a veces haber leído y estudiado; se asume que su Historia de la guerra del Peloponeso, escrita con el olor de la sangre aún presente, posee validez universal (“mi obra ha sido compuesta como una adquisición para siempre más que como una pieza de concurso para escuchar un momento”, I 22,4), y es utilizada como instrumento para entender el presente, aplicándola a la simple ecuación de que conocer el pasado permite evitar los errores que otros cometieron. La obra de Edward Gibbon Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano también ha servido a menudo como libro de texto para, a través del pasado, comprender el presente y anticipar el futuro. Por medio de esta obra, escrita hace unos dos siglos y medio y cuyos planteamientos, aunque no exentos de crítica, han sido tradicionalmente aceptados, la Roma imperial ha servido como ejemplo de la apocalíptica idea de que el destino de los grandes imperios, como el de cualquier otra cosa sobre la faz de la Tierra, es llegar a su fin y desaparecer.
¿Por qué caen los imperios? Roma, Estados Unidos y el futuro de Occidente, escrito a cuatro manos por Peter Heather y John Rapley, es un breve ensayo que se incardina en el marco de este último planteamiento: Roma cayó, y su caída puede servir de modelo para las futuras caídas de imperios aún vigentes, en concreto el de Occidente. El punto de partida es el siguiente: Occidente (entendiendo por tal cosa Europa y Estados Unidos en tanto que potencias económicas) ha dominado el planeta en los últimos siglos, pero en el actual se atisba el fin de su ciclo y el surgimiento de un poder que ocupa su lugar, un poder que emana del otro lado del mundo: Oriente. ¿Por qué está sucediendo esto, el desmoronamiento de un imperio y el auge de otro? Heather y Rapley buscan la respuesta a esta pregunta utilizando como metodología la comparación de Occidente con Roma. En este ejercicio de establecer paralelismos entre uno y otro mundo, los autores se alejan de los patrones establecidos por Gibbon en su magna obra. El historiador británico no dudó en afirmar que el derrumbe de Roma no se produjo de la noche a la mañana, sino que el imperio llevaba cayendo desde hacía mucho tiempo, cuando alcanzó su época dorada en el siglo II d.C. Es decir: Roma desapareció después de un largo y agónico proceso que duró cerca de tres siglos. Heather y Rapley, en cambio, piensan que Gibbon se equivocó.
En este pequeño pero enjundioso ensayo los autores recuerdan (no estamos tan lejos de aquellos tiempos para haberlo olvidado) que en la década de los 90 del siglo pasado, el mundo occidental estaba en pleno auge y miraba al futuro con confianza, pero apenas una década después se produjo una crisis mundial y el desplome estrepitoso. Y añaden que en la Roma imperial se dio una situación similar. Con ello pretenden dejar claro que caídas de ese calibre no tienen por qué venir precedidas de un prolongado declive. El crecimiento económico de Occidente comenzó ya en la Edad Media: en un viaje temporal que quien más y quien menos amante de la Historia habrá hecho en su mente, el cenit del mundo en términos económicos estuvo primero en el norte de Italia, luego España y Portugal, después Holanda, Francia y Gran Bretaña, y por fin Estados Unidos. Roma y el Occidente moderno, y en general todos los imperios a lo largo del tiempo, afirman los autores, no fueron entidades estáticas sino que, en la medida en que su existencia se prolongaba, evolucionaban para adaptarse y transformar las estructuras económicas y políticas. Se hicieron ricos a costa del mundo que los rodeaba, pero al hacerlo lo transformaban y de ese modo y sin saberlo, sembraban la semilla de su propia destrucción.
Ambos, el imperio de los romanos y el de los occidentales (que desde mediados del siglo XX es casi como decir el de los estadounidenses) sufrieron una profunda crisis en sus momentos de supuesta prosperidad máxima. Ambos, el uno en el siglo IV y el otro en el período de entreguerras en el siglo XX, hubieron de enfrentarse a agitaciones políticas cuyos desarrollos se ajustaban a los mismos patrones. ¿Por qué caen los imperios? establece estos y otros muchos paralelismos entre la antigüedad de Roma y la modernidad de Occidente. Por ejemplo, en cuanto al modo en que los estados europeos durante el siglo XIX controlaron sus colonias, y el modo en que el Imperio Romano hizo lo propio con sus territorios. ¿Cómo fue posible que una decena de funcionarios franceses mandaran sobre millones de personas nativas en el interior de África occidental? ¿Cómo el Reino Unido pudo gobernar, con 4000 empleados públicos, sobre un territorio habitado por 300 millones de indios? Recalcan Heather y Rapley en repetidas ocasiones que conviene no llamarse a engaño en lo siguiente: puede que, comparado por ejemplo con el Imperio Británico, el Romano sea mucho menor en tamaño y por tanto parezca más fácil de gestionar. Sin embargo, en la Antigüedad las distancias no se medían por el espacio que había entre dos puntos sino por el tiempo que se tardaba en ir de uno a otro. Los desplazamientos en aquel tiempo eran 20 veces más lentos que en la actualidad, de modo que las distancias eran 20 veces mayores de lo que las vemos con nuestros ojos modernos. El Imperio Romano equivalía a un estado moderno de 100.000 kilómetros de extensión, es decir: dos veces y media la circunferencia de nuestro planeta.
Familias como la del poeta romano Ausonio, nacido en la actual Burdeos en el siglo IV, o los Vanderbilt, originarios de Holanda y cuyo papel en la historia de Occidente comenzó en el siglo XVII, o los Tata, oriundos de la India que empezaron a forjar un imperio económico a mediados del siglo XIX, aparecen en extenso en la obra de Heather y Rapley, y son prueba de que la construcción y evolución de los imperios depende, sobre todo y de manera clara, de la economía. Afirman los autores que el mundo moderno, el occidente moderno tal y como lo conocemos ahora, nació a raíz de los acuerdos de Bretton Woods de 1944, a partir de los cuales se crearon el Fondo Monetario Internacional, el GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio) y el Banco Mundial. Dicen Heather y Rapley que el sistema definido en Bretton Woods delimitó «el imperio occidental como un club de naciones privilegiadas encabezado por Estados Unidos», y permitió a este país hacerse más rico desde ese momento en adelante. La importancia del aspecto económico se reconoce en casi cada página del libro, cuya lectura en algunos momentos se hace algo ardua por ese motivo.
Así, si en su primera parte el ensayo se ocupa de analizar y comparar el auge y preponderancia económica de Roma y de Occidente, en la segunda el tema central es la caída de los imperios. Roma cayó, pero Occidente aún no lo ha hecho, de modo que la comparación no se puede llevar hasta el final. Sin embargo, y como indica la cita que abre esta reseña, en el imperio moderno occidental se empiezan a atisbar señales de una crisis similar a la que padeció el imperio de los romanos. Para empezar, combina exactamente los mismos elementos, como por ejemplo el choque que se origina en la periferia exterior y más allá, traducido en una inmigración a gran escala; o la aparición de otras superpotencias competidoras, que han surgido fruto de las operaciones del propio imperio occidental; o la creciente tensión política interna. En esta segunda parte el ensayo se centra con mayor detalle en las islas británicas, lugar en el que el mundo romano se desmoronó y desapareció por completo. En el continente el proceso de demolición fue algo diferente: en concreto y por lo que respecta a los movimientos migratorios, las migraciones de finales del siglo IV y del V se debieron al empuje de los hunos desde el este. El paralelismo con el imperio moderno occidental es evidente: las avalanchas de inmigrantes obedecen al peligro de las guerras en los lugares de origen, y a razones económicas de diversa índole. Otros factores que se mencionan son la aparición de la globalización, el papel de China en la ordenación geoeconómica del mundo moderno, las legislaciones restrictivas al respecto de las migraciones… Y un recordatorio final, por más que obvio: el imperio moderno de Occidente aún no ha caído, de modo que el futuro aún está por escribirse.
Se trata de un libro exigente cuya lectura requiere pausa y dedicación, pero a cambio ofrece una visión clarificadora y en absoluto tendenciosa. Unas páginas iniciales con mapas a gran tamaño y otras finales dedicadas a un buen puñado de lecturas complementarias, eminentemente anglosajonas, son el principio y el cierre de este breve, denso y esclarecedor ensayo, un interesante trabajo que invita a la reflexión.
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Peter Heather & John Rapley, ¿Por qué caen los imperios? Roma, Estados Unidos y el futuro de Occidente (traducción de Javier Romero Muñoz). Madrid, Desperta Ferro, 198 páginas.
Una muy buen nuestra de historia comparada con dos mundos muy diferentes, pero similares en los problemas que resolver y retos que afrontar. Breve y sustancioso, de lectura que no es ligera (no todo te lo han de dar masticado). Y una reseña que le hace justicia. Chapó
Gracias. En el fondo, y poniéndonos un poco trascendentales, el libro no hace más que incidir en la pregunta que siempre se ha hecho todo ser humano y toda civilización: ¿quiénes somos, dónde vamos y de dónde venimos? El «quiénes somos» quizá no sea tema de este libro, pero para las otras dos cuestiones sí ofrece buenas reflexiones.
Gracias por la reseña. ¿Realiza alguna predicción?
Bueno, más que predecir, avisa acerca de un futuro posible:
Gracias Cavilius por tu reseña. Muy buena. Me han entrado ganas de leerlo pero no sé si su lectura será apta para mis desplazamientos en transporte público, únicos momentos de los que ahora dispongo para leer.
Gracias a ti.
Bueno, el libro es delgado y manejable, así que puede viajar contigo con comodidad. En cuanto al contenido, yo también leo muy a menudo en transporte público y hay libros con los que así no puedo concentrarme; este bordeó la delgada línea roja…
El tema es fascinante, gracias por la reseña.