ROMANTICISMO – Rüdiger Safranski
«Ha pasado ya el Romanticismo como época, pero nos ha quedado lo romántico como actitud del espíritu. Cuando hay desazón por lo real y acostumbrado y se buscan salidas, cambios y posibilidades de superación, casi siempre entra en juego lo romántico».
Rechazo del razonamiento abstracto y de la comprensión analítica de la realidad en favor de una de tipo intuitivo, emocional y estetizante; extrañamiento del mundo y propensión al utopismo; reivindicación de la subjetividad; pasión de lo desconocido; ansia de infinitud y ebriedad de los sentidos; suspensión voluntaria de la incredulidad; culto a la naturaleza, etc. Son, éstas, algunas de las ideas que suelen emerger a la sola mención del romanticismo, no por corrientes carentes de validez. En Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán (2007), Rüdiger Safranski rastrea la veta –no siempre áurea- de las ideas que animaran la doble vertiente de este fenómeno cultural, según una concepción ampliada de lo romántico.
Hay el Romanticismo como movimiento artístico o, en términos más generales, época cultural florecida en Europa en torno al 1800, así como hay una actitud espiritual o mentalidad en cierto modo residual, impregnada de la sensibilidad característica de dicha época: un ethos romántico que excede la periodización consagrada por la historia de las artes y da forma a una visión de mundo ambigua y compleja, inscrita en la trayectoria de la modernidad pero refractaria a lo moderno. Es «lo romántico» como reacción (no exclusivamente alemana) ante el racionalismo y la secularización, a los que se acusa de desbaratar la unidad fundamental de lo real y de disolver el vínculo metafísico del hombre con el cosmos, volviéndolo todo trivial y gratuito: en esencia, lo que se concibe como desacralización y desencantamiento del mundo.
En Alemania con mayor fuerza que en ninguna otra parte ha podido asignarse a lo romántico categoría de elemento definitorio de la identidad nacional, al extremo de postularse que el ser alemán es, de suyo, ser romántico. Sin necesidad de simplificar tanto, cabe notar que en la historia moderna de ese país la corriente romántica ha tenido un rol preponderante, inspirando un afán recurrente de supeditar la representación de lo social y lo político –y la estructuración de estas esferas- a un ideal de totalidad sin fisuras ni contradicciones. Como si no hubiese suficiente de quimérico en esta aspiración, añádase el propósito de imponer a la contingencia el aura de lo trascendente, no como construcción artificial sino como restauración del estado primigenio de las cosas. Ya en el prólogo Safranski cita la paradigmática definición del poeta Novalis: «En cuanto doy sentido a lo ordinario, a lo conocido dignidad de desconocido y apariencia de infinito a lo finito, con todo ello romantizo»; disposición que en arte es un manantial de creatividad, pero una amenaza en política.
Con la anterior idea como principio rector, el libro cubre dos siglos de intensa trayectoria cultural, desde el viaje realizado en 1769 por el futuro filósofo Johann Gottfried Herder desde Riga, su patria natal, hacia Francia (un momento fundacional de la escuela romántica), hasta la eclosión preponderantemente juvenil de mayo de 1968. Consta en sus páginas la actuación de connotados representantes de la escuela romántica como Fichte, Schiller, Novalis, Hölderlin, Kleist y otros, cuya obra acabó de consumarse –y con ella el Romanticismo propiamente tal- en las primeras décadas del siglo XIX; posteriormente, el desenvolvimiento de celebridades como Feuerbach, Marx, Wagner, Nietzsche, Heidegger, Thomas Mann, etc., en quienes nuestro autor rastrea la vigencia de motivos románticos.
Signo característico de lo romántico es lo que Safranski denomina «malestar con la normalidad» -entendida ésta como la realidad empírica, o el prosaico reino de lo cotidiano-. Correlato de este malestar es el deseo de recuperar el (presunto) fundamento sacro de la vida social; propósito que no se identifica en todos los casos con la ilusión del retorno a épocas pasadas. Algunas manifestaciones del romanticismo –en sentido amplio- son presididas por una tendencia a lo pagano (Hölderlin) o por un afán sincrético (Wagner, con su intento de sintetizar mitología germánica y cristianismo). En cambio, ciertos esquemas de pensamiento en que lo romántico ha dejado su huella, bien que de modo contradictorio (en Marx y Nietzsche, por ejemplo), reniegan de la religión y vuelcan su preocupación hacia el más acá.
El autor considera inadecuado establecer una línea de continuidad entre romanticismo y nazismo. Postula que cierto naturalismo pseudocientífico (en la forma de darwinismo social o determinismo biologicista) fue mucho más decisivo que aquél como fuente ideológica del nazismo. A modo de ejemplo, el caso de Alfred Rosenberg. Este autoproclamado ideólogo del nacionalsocialismo pergeñó, bajo el título de El mito del siglo XX, lo que en principio debía ser el tratado filosófico por excelencia del movimiento. De manifiesta inspiración romántica, el libro fue repudiado por Hitler, que lo consideró abstruso, fantasioso y contradictorio con la índole “científica” que él mismo atribuía a su ideario. Otros ideólogos del nazismo (Safranski omite nombres) recogieron del Romanticismo su concepción orgánica de la sociedad y el Estado así como la crítica de la atomización social generada por el racionalismo y el liberalismo (encarnados según ellos en la República parlamentaria de Weimar), pero le reprocharon no sólo su propensión a la pasividad política y al recogimiento interior sino también la ausencia en su discurso del elemento biológico o racial y del principio del caudillaje. Goebbels procuró superar la brecha postulando un «Romanticismo de acero», suerte de Romanticismo de nuevo cuño: voluntarista, alejado de todo arcaísmo, adaptado a las condiciones de la era moderna (con industrias, autopistas y apretadas filas de soldados marchando ante la severa mirada del Führer).
Con todo, sí detecta Safranski en el nazismo algunos vestigios de lo romántico, ante todo en la exterioridad de la parafernalia ceremonial y en la falta de sentido de la realidad que arrastró a un pueblo a la locura destructiva orquestada por el III Reich. Las ideas de Hitler no eran románticas, pero el ethos de lo romántico propiciaba (en colusión con otros factores) una atmósfera favorable a su ideario y a su promesa de regeneración nacional. Romántica es la usurpación de la política por medios extraños a la política (metafísicos, escatológicos, religiosos). Romántica es la deslumbrante imaginería en torno al ideal de comunidad orgánica –con base racial- propalado por los nazis, así como la ofuscación de la prudencia política por esta imaginería (allí donde lo que compete es el pragmatismo y el sentido común). Romántico es el desdén de la política real y la ilusión de redimirla por la implementación de una «política apolítica». Romántica es el aura mesiánica que el propio Hitler se atribuyó, y que gran parte del pueblo alemán creyó percibir en él. Además, según afirma el propio autor, «figuras como Hitler, que envuelven a una sociedad entera en su hechizo, habían sido anticipadas ya en los sueños febriles de los románticos, por ejemplo, en las figuras demoníacas y nihilistas del poder que había trazado Jean Paul, o la figura del gran magnetizador de Hoffman». De vez en cuando el genio del romanticismo se había regodeado en visiones apocalípticas que mucho decían de un sórdido resentimiento contra el mundo; algo de esto puede advertirse en el furor destructivo del nazismo.
A propósito del ambiguo influjo del romanticismo, Safranski formula una interesante crítica de Thomas Mann. Su libro Consideraciones de un apolítico (1918) es todo un manifiesto del talante romántico en cuestiones políticas y sociales. Tiempo después su autor se retractó en importante medida de las afirmaciones en él contenidas, pero nunca rompió del todo con su implícito romanticismo. En una de sus novelas postreras, Doktor Faustus (1947), el celebrado escritor concibió una compleja interpretación del destino alemán que había desembocado en las calamidades del nazismo y la Segunda Guerra Mundial; interpretación en que el exceso de espíritu romántico se lleva una parte crucial. El problema radica en que, recelando Thomas Mann de una «explicación superior del acontecer crudo», lo que hizo en su novela fue precisamente ofrecer una explicación de este tipo, profundamente simbólica, estetizante y casi metafísica. En palabras de Safranski: «Si esta aspiración a una «interpretación superior» es realmente un problema romántico, entonces la novela de Thomas Mann es una parte del problema cuya solución pretende ser».
El tramo final del libro –puede decirse que toda la segunda mitad, dedicada a «lo romántico»- es una advertencia contra el peligro de romantizar en política:
«Aunque lo romántico forma parte de una cultura viva, una política romántica es peligrosa. Para el Romanticismo, que es una continuación de la religión con medios estéticos, rige lo mismo que para la religión: ha de resistir a la tentación de recurrir al poder político. «La imaginación al poder» no era precisamente una buena idea».
El autor: Rüdiger Safranski (n. 1945), alemán, es filósofo e historiador de las ideas. Autor de numerosas obras, entre las que se cuentan estudios y biografías sobre diversas personalidades de la cultura como Schiller, Schopenhauer, Nietzsche y Heidegger (publicadas en castellano por Tusquets). Cabe mencionar, de su producción ensayística, los libros El mal (Tusquets, 2000) y ¿Cuánta globalización podemos soportar? (Tusquets, 2004). Su obra de más reciente publicación, no traducida al castellano aún, aborda la emblemática relación entre Goethe y Schiller. Desde 2002 se desempeña en compañía del pensador Peter Sloterdijk como moderador de un programa televisivo cultural que en Alemania es todo un éxito.
– Rüdiger Safranski: Romanticismo. Una odisea del espíritu alemán. Tusquets, Barcelona, 2009. 379 pp.
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Bravo por la detallada exposición. Mira que recientemente había estado discutiéndo sobre el alcance del término «Romántico» y «Romanticismo» y esta reseña me viene al pelo.
En cuanto a la aplicación concreta al caso alemán, habría para hablar mucho más de lo que mis conocimientos permiten, pero me recuerda aquella certera evaluación sobre los alemanes durante la segunda guerra mundial: «Tienen la alta tecnología del siglo XX aplicada con un pensamiento del siglo X».
Pues me alegro que te sea útil, Uro.
En cuanto a alcance, ya lo ves: Safranski se suma a una línea de intelectuales que han trabajado con un concepto ampliado de lo romántico, en la que destacan autores como Isaiah Berlin (quien asigna al romanticismo los orígenes de fenómenos políticos modernos como el populismo, el nacionalismo y el totalitarismo), León Poliakov (ídem para el racismo, el antisemitismo y la xenofobia en variantes modernas) y Eric Voegelin (pionero en el estudio de los totalitarismos como “religiones políticas”). La verdad es que sólo menciono a los que mejor reconozco. No fueron pocos los intelectuales que percibieron una conexión cultural entre lo romántico y el nazismo, especialmente en la propia Alemania después de la IIª G.M.
Interesante definición; ¿de dónde proviene, oye? Me trae a la memoria un excelente libro de Jeffrey Herf, El modernismo reaccionario (FCE, México, 1990). Estudio sobre una corriente de pensamiento que proliferó en la Alemania del período de entreguerras, que en lo medular consistía en el intento de conciliar las innovaciones tecnológicas con las tendencias irracionalistas y románticas ya tradicionales en la cultura germana: rechazo de la modernidad filosófico-política y auspicio del progreso material basado en la racionalidad científico-tecnológica, de a una. Curiosa amalgama.
Saludos.
Esta teoría, expuesta muy por lo general, es bastante habitual. La idea de que es la filosofia alemana ( Romanticismo mediante) la que crea los grandes males del siglo XX a través de una construcción ideológica en la que la pasión, el «rapto maldito del alma de la juventud» se convierte en base de la argumentación negándo la discusión crítica o los derechos del hombre y el ciudadano en pos de una visión más «irracional» del mundo.
Personalmente, parece un tanto dificil compatibilizar la idea del individualismo radical del romanticismo con la sumisión irracional e incondicional al grupo y el líder.
Justamente, el que mencionas es uno de los puntos en que chocan romanticismo y nazismo y que justifican el que alguien como Safranski considere que la conexión entre ambos es difusa, de ninguna manera en términos de estricta continuidad ideológica. También hay que tener en cuenta que el romanticismo en general es bastante contradictorio, al extremo que en su momento cúspide como movimiento artístico (Romanticismo con mayúscula) pudo inspirar tanto actitudes revolucionarias como conservadoras. En todo caso, está claro que la vertiente alemana derivó desde una postura prorrevolucionaria hacia una de signo contrario; algo que incluso podía verificarse a nivel de trayectoria personal. Tratándose de la época posromántica, el caso de Wagner resulta característico. De este artista, que a lo largo de su vida y de su carrera estuvo imbuido de mentalidad romántica, cuenta Safranski que en su juventud en Dresde escribió panfletos contra la aristocracia y participó con Bakunin en los preparativos de una sublevación armada (corría 1849 y según parece llegó a proporcionar unas cuantas granadas de mano). Fracasada la sublevación, Wagner huyó aprisa de la ciudad, y en adelante se concentró en su labor artística (más tarde, también en su papel de semidiós de la música y profeta cultural); sus ideas en materia de política y sociedad se volvieron cada vez más antiliberales.
Con respecto al individualismo: tema contradictorio también, históricamente muy dinámico. Los románticos alemanes de la primera hora solían ser individualistas pero los que siguieron tendían más bien a una visión comunitarista, de corte nacionalista y populista, dominada por el principio idealizado del Volk alemán; tendencia vinculada con la reacción contra la invasión napoleónica y, a continuación, con el proceso de unificación alemana. En los posrománticos imbuidos de mentalidad romántica, que eran los más entre los intelectuales y artistas alemanes, esta tendencia fue la predominante, aunque en esto hay que irse con pies de plomo: los vestigios de romanticismo pueden llegar a ser ambiguos y rastreables en obras de arte y esquemas de pensamiento sumamente dispares. Aquí, obviamente, es Safranski el que sabe. Con todo, puede decirse que la corriente más representativa de la cultura alemana a lo largo del siglo XIX y comienzos del XX -no exclusiva o propiamente romántica pero sí impregnada de lo romántico- casaba lo más bien con un proceso de nacionalización de las masas centralmente dirigido y distante de cualquier individualismo, proporcionando incluso sus fundamentos ideológicos.
Jolín, dos días que me despisto y ¡mira lo que tenemos aqui…! Rodri, qué espléndida reseña, pero qué espléndida! me ha encantado. En otras no he llegado tan a fondo a comprender algunos de los temas que tratabas, pero en esta es que es impresionante como lo has expuesto. Los comentarios de Uro y tus respuestas aún suman puntos.
Como en alguna ocasión te he comentado, de Safranski tengo las biografías sobre Wagner y sobre Nietzsche, y ambas son muy buenas. Es interesantísimo lo que planteáis sobre el romanticismo y el individualismo, o la aplicación (obviamente desastrosa) del espíritu romántico a la política, bueno, y cantidad de puntos que me releeré con más tranquilidad.
El libro me parece lectura obligada, of course. Enhorabuena! Tuviste una idea feliz en reseñarlo.
Por cierto, aqui hay un enlace que puede ampliar ideas sobre el tema: http://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/25480/Rudiger_Safranski
Gracias, Ario.
Muchas veces he estado por comprar el libro sobre Nietzsche. A ver si me decido luego.
Aquel otro relativo a la globalización es muy interesante.
Nunca se me habría ocurrido ni imaginar esa conexión, al parecer tan estudiada, entre el romanticismo y un fenómeno como el nazismo. Está visto que mi ignorancia se descubre día a día cada vez más inmensa.
Pues gracias por exponer tan claramente en la reseña estos asuntos, Rodri.
Un placer, Valeria.
La primera parte del libro, referida al Romanticismo propiamente tal, es también interesantísima. Un par de botones de muestra:
Sobre la concepción de la historia y de lo social:
“La metafísica romántica de lo infinito se convierte en metafísica de la historia y de la sociedad, del espíritu del pueblo y de la nación; y para el individuo se hace cada vez más difícil sustraerse a la sugestión del «nosotros». Entre el individuo y la Gran Trascendencia (dios, el infinito) se interpone una trascendencia inmediata, conformada por la historia y la sociedad. Si antes existía un Dios de la historia, ahora la historia misma se convierte en Dios. Brilla bajo un nuevo esplendor mítico y concede sentido y significación. Ello tendrá consecuencias también para la percepción de la sociedad. Ésta se presenta ahora no como proyecto y producto de la propia acción, cuanto como lo envolvente por antonomasia. No hemos de perder de vista, dice Adam Müller, que salimos del seno materno no hacia lo libre, sino hacia el cuerpo social. Y que al hombre le falta todo «cuando ya no percibe el vínculo social o el Estado» (p. 161).
Sobre el culto al misterio y el desencantamiento del mundo:
“Durante largo tiempo el misterio no necesitó ninguna defensa especial. Cuando la investigación empírica de la realidad externa no estaba tan desarrollada todavía, los hombres se hallaban envueltos en lo inexplicable, lo oscuro y numinoso. Mientras todavía eran rudimentarios los sistemas de seguridad mediante el saber, la técnica y la organización, se trataba ante todo de sacar a la luz el misterio tanto como fuera posible, y, además, de hacerse propicio lo misterioso y divino. Cuando las sociedades modernas comienzan a cuidar mejor de la seguridad, naturalmente el vínculo religioso se hace más débil. Sólo entonces puede abrirse paso la necesidad de defender el misterio, por la simple razón de que éste ya no es amenazador. En esta situación se hace amenazadora otra cosa, a saber, los sentimientos del sinsentido y de aburrimiento ante una vida supuestamente clara como el día, segura y reglamentada. Entonces se pregunta ya no por un Dios de la seguridad, sino por un Dios contra el aburrimiento.
“Este Dios contra el aburrimiento es el Dios romántico. Los románticos necesitan un Dios estético, no tanto un Dios que ayuda y protege y funda la moral, cuanto un Dios que envilece de nuevo el mundo en misterio. Sólo así puede evitarse el bostezo ante un mundo desencantado hasta el nihilismo”. (p. 187).
…Y de ahí el rescate de la mitología germánica, en el caso de los alemanes, y del retorno a las leyendas artúricas o célticas y el mundo medieval por parte de franceses y anglosajones. ¿Podría concluirse esto, Rodrigo?
Pues sí, Ario. Es una conclusión correcta.
(En el último párrafo citado, donde dice “envilece” debe decir “envuelve”.)