TODO PARACUELLOS – Carlos Giménez

650_P863246.jpg«Solamente una vez al día, en la merienda, nos daban un vaso de agua».

Acabo de terminar de leer el último tomo del cómic Paracuellos (o historia gráfica como se le llaman ahora a los tebeos) de Carlos Giménez, y al pasar la última hoja mis ojos se han posado de nuevo en las nubes que pasan delante de la ventana de mi habitación. La primera sensación que he tenido ha sido la de tristeza y no de vana nostalgia. «Eternas soledades», como diría Federico García Lorca. Sé, por que ya lo he leído varias veces, que no es una lectura fácil. Pero los trazos en blanco y negro, la sonrisa franca de aquellos niños, y sus cabezas pelonas al sol del estío, hacen que de vez en cuando vuelva a visitarlos a aquellos Hogares disfrazados de sonrisa falangista. Aunque parezca un acto de masoquismo en verdad es un pequeño ejercicio de memoria que hago de vez en cuando y que gracias a él recuerdo y no olvido las villanías e hipocresías que se daban en aquella España de plomo, ahora tan edulcoradas por seriales televisivos de sobremesa. 

Para quien no lo conozca, Paracuellos es una saga compuesta de seis tomos (ahora reunidos en uno solo llamado Todo Paracuellos) que Carlos Giménez empezó a dibujar allá por 1975 y que narra de manera cruda, directa y tierna a la vez, las vivencias de los jóvenes que sufrieron su estancia en los llamados Hogares de Auxilio Social que pulularon por España, y que se dedicaban a alojar y recoger a los niños que o bien se habían quedado sin padres; que no podían ser cuidados por sus familiares ya que los padres estaban enfermos o los hermanos trabajaban a destajo; o, finalmente, los hijos de republicanos que estaban encerrados en presidios. Los fundadores del Auxilio Social fueron Mercedes Sanz Bachiller (viuda de Onésimo Redondo) y Ramiro Ledesma Ramos, perteneciente a la JONS adscrita a Falange Española. El origen primigenio de estas asociaciones hay que buscarlo en el transcurso de la Guerra Civil Española, ya que mientras la zona de la España Nacional se expandía como mancha de aceite por la Península, comenzaron a crearse estos centros de asistencia social para niños y mayores, a imitación de las Escuelas de Verano republicanas, que por causa de la guerra se habían quedado sin hogar y estaban pasando hambruna. Rápidamente el Auxilio Social fue creciendo, sobre todo con la victoria de las tropas franquistas ocupándose de ella la Sección Femenina de la Falange Española. Antes de acabar con este preámbulo histórico que viene muy bien para saber en que mundo se movían estos niños yunteros, no nos hemos de olvidar que la creación de estos hogares es una imitación del Auxilio de Invierno nazi, o Winterhilfe, que era una organización parecida a la fundada por Mercedes Sanz Bachiller.

La historia del Auxilio Social, que abarca desde la misma posguerra hasta 1976 cuando pasa a ser meramente un departamento del Instituto de Asistencia Social del Ministerio de Gobernación es bastante larga y compleja pues a pasado por diferentes denominaciones y consideraciones, e incluso ha tenido discrepancias con la Iglesia Católica, y, aunque parezca mentira no ha sido objeto de un estudio exhaustivo, a diferencia de otros hechos del franquismo, a excepción de la obra que en estos momentos reseño y de los importantes (se los recomiendo) ensayos escritos por Ángela Cenarro como por ejemplo: La sonrisa de la Falange o Los niños del Auxilio Social. Pero lo interesante de la obra de Carlos Giménez es que se mete dentro de estos centros y a través de las vivencias de aquellos niños podemos ver como eran y como afrontaban su niñez y adolescencia en aquel mundo duro y salvaje. El lector que abra el primer tomo de Paracuellos no encontrará meras historietas de juegos, pues el autor, que vivió de primera mano aquello, es un autentico narrador de la vida y aporta todo un testimonio de la realidad de los Hogares del Auxilio Social. Carlos Giménez a través de estas viñetas en blanco y negro hace todo un ejercicio de memoria histórica, no solo dando testimonio como ya he indicado antes sino plasmando en cada dibujo las humillaciones, vejaciones, castigos, hambrunas y rigores extremos a los que eran sometidos estos niños abandonados. No busca (creo) la venganza por lo que tuvo que sufrir él y sus amigos sino enseñarnos lo que verdaderamente pasaba de tapias hacia dentro y que muchas veces era escondido a los padres que visitaban a sus hijos el primer y tercer domingo de cada mes.

Aunque sea en diferentes hogares sociales como Hogar Bibona, Azul, General Mola, Batalla del Jarama (Paracuellos), Batalla de Brunete, Generalisimo Franco, Joaquín García Morato (Barajas), Enfermería, o Sanatorio Santa Clara (Chipiona), el mundo que nos ofrece el autor es el mismo. En el se observan las mismas pautas disciplinarias tanto en religión como en lo tocante a instrucción paramilitar. Los niños debían saberse todos los rezos y debían practicarlos como si fueran monjes durante todo el día, y todo eso combinado con formaciones militares y paradas en las que se les aleccionaba sobre el orgullo de patria, la esencia del soldado español y que un hombre nunca debía llorar. Sí alguno fallaba en algún campo era inmediatamente castigado tanto por sádicos instructores de Falange, revenidas “maestras” de la Sección Femenina, e incluso golpeados por curas y monjas que no tenían inconveniente de vanagloriarse de la efectividad de sus bofetadas. Los castigos eran muy variados desde prohibirles las visitas de los padres los cuales les traen talegas de comida porque dentro saben que se están muriendo literalmente de hambre (a algunos incluso no les importa comerse las cáscaras de los melones o chupar los vómitos de sus compañeros); palizas indiscriminadas; estarse todo el día de pie a pleno sol por cometer el terrible pecado de hablar después del toque de queda; o quitarles la poca comida que les daban.

La censura era práctica común, de obligado cumplimiento por parte del director o directora del centro, abriendo las cartas que recibían los niños o tachando y haciendo rescribir las que escribían éstos a sus familiares tras previo examen. La lectura de libros estaba prohibida y solo les estaba permitido leer tebeos. Y, ¡ay amigos!, quien poseía uno de estos era el auténtico rey del patio. Esta situación es la que nos introduce de lleno en el sub mundo de los Hogares del Auxilio Social pues aunque desde fuera les intentaran robar la infancia a base de tortazos y castigos no pudieron hacerlo. Entre juegos de pelota, trapicheos de comida y secretos en el recreo, los niños soñaban con un mundo mejor al contarse historias de aventuras y sobre todo al dibujar tebeos ambientados en lugares lejanos, como el bravo Oeste o el exótico Oriente, donde nunca pudieran llegar los gritos, las órdenes y humillaciones a las que eran sometidos diariamente. Dos esferas, por tanto, convivían en aquel ambiente viciado, el de los psicópatas politizados y el infantil e inocente de aquellos que solo aspiran a que un día un padre, madre o hermano los sacara de aquel pozo de miseria y abandono. Los momentos terribles se entremezclan con los tiernos, y las situaciones duras se entroncan con los juegos de infancia y las risas puras. No todo es dolor entre aquellos muros pues en el brillo de los ojos de aquellos infantes existe una luz de esperanza, como la flor que se escapa de su cárcel de nieve invernal. El dialogo es rápido y emotivo pues no es artificial sino real. Los niños hablan con expresiones propias de su edad mientras que los instructores ladran sus ordenes de manera tajante sin comprender nunca a los pequeños que atemorizan.

Cuando Carlos Giménez comenzó a publicar sus historias por entregas en diferentes revistas como Muchas Gracias, El Papus o Yes no tuvieron mucha aceptación dándose casos de personas que le criticaron por mostrar aquellas escenas en la nueva España de la reconciliación en plena Transición política. Pero curiosamente cuando tiempo después comenzó a tener éxito en el mercado francés se empezó a revalorizar todo el universo de Paracuellos. Así pues les invito a que se asomen a las paginas de estos seis cómics y observen la vida real de los Hogares de Auxilio Social y, enterneciéndose con las vivencias de aquellos niños hoy abuelos, aprendan la verdadera realidad que se escondía tras la oscura sonrisa de aquellas damitas que aparecían en las fotos repartiendo pan tierno a los hambrientos niños.

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3 comentarios en “TODO PARACUELLOS – Carlos Giménez

  1. José Sebastián dice:

    Realmente impactante Balbo. Tu reseña me ha tocado muy adentro. Cuánta razón llevas al señalar que la hipocresía de la «reconciliación» ha impedido que salgan a la luz miles de historias como las que narra Carlos Giménez.

    Una vez más el cómic puede ser un instrumento de denuncia y concienciación de primerísimo nivel. Me vienen a la mente obras maestras como «Pesépolis» o «Maus».

    Me la apunto.

    Saludos y felicidades

  2. Lopekan dice:

    La larga posguerra de los niños de Auxilio Social continúa en las páginas de «Barrio», donde Giménez sigue contando sus recuerdos de aquella España, esta vez en el Madrid de los años 50. Un poco más tarde lo hará en la ramblas de Barcelona. Pero es en estas historias de Paracuellos —y también en sus adaptaciones de relatos de Aldiss, London, Poe o Lem—donde se encuentra la tremenda fuerza expresionista y dramática de su dibujo en blanco y negro.
    Léanlo, es el Miguel Hernández de los historietistas.

  3. juan antonio dice:

    yo anduve en el de paracuellos del jarama durante el curso 1956-1957, pase hambre, frio, sed, desamparo, tristeza, fatigas…fue los peores meses de mi vida y nunca lo olvidare.
    todo fue terrible.

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