UN ARQUEÓLOGO NÓMADA EN BUSCA DEL DR. JONES: CÓMO EXCAVAR Y ESTUDIAR EL PASADO SIN RENDIRSE NI PERECER EN EL INTENTO – Jordi Serrallonga

En Indiana Jones y el dial del destino (James Mangold, 2023), el doctor Henry Walton Jones Jr (Harrison Ford) está a punto de jubilarse como profesor de arqueología en el Hunter College de Nueva York. Nacido en 1899, según los datos que se destilan de las novelas que han expandido el UCIJ o Universo Cinematográfico de Indiana Jones, en ese agosto de 1969 en el que transcurre la trama –y cuando los miembros de la misión Apolo 11, que apenas un mes antes logró la proeza de poner cuatro pies en la Luna, desfilan por las calles de Nueva York– ya tiene 70 años. En la clase que imparte, ante una mayoría de alumnos aburridos, desganados o incluso dormidos, el doctor Jones comenta algunos patrones de cerámica asiria utilizando transparencias ante un proyector, un método didáctico que en esos tiempos, muy anteriores a los a menudo cansinos (y mal utilizados) Power Point de no hace mucho, era de lo más avanzado a nivel tecnológico; en otras clases de arqueología en películas anteriores de la saga –En busca del Arca perdida (1981, transcurre en 1936), Indiana Jones y la última cruzada (1989, acaece en 1938) e Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal (2008, sucede en 1957), todas ellas dirigidas por Steven Spielberg– el elemento técnico  más utilizado eran las pizarras con esquemas y dibujos, así como la dicción del profesor; entonces los estudiantes, mayoritariamente mujeres (siempre ha sido y es así en estudios humanísticos, en este caso arqueológicos), asisten a las aulas con interés, algo que parecen haber perdido los estudiantes de décadas más tarde.

El doctor Jones recuerda a sus alumnos que tenían que leer las páginas 131 a 171 “del Winford” para ese día, pero nadie lo ha hecho; se resigna (“entrará en el examen… bueno, supongo que lo daré masticado”) y les explica que en 213 a.C. las legiones romanas bajo el mando de [Marco Claudio] Marcelo sitiaron la ciudad de Siracusa (“no la Siracusa de Nueva York, la de Sicilia”, le dice a una estudiante), y que entre los habitantes de la ciudad estaba su residente más famoso, “y que fue…”, pregunta a sus alumnos (“vamos, chicos, entrará en el examen”, dice cuando nadie da una respuesta). Solo alguien –muy poco después sabremos que es su ahijada Helena Shaw (Phoebe Waller-Bridge)– responderá que se trata de Arquímedes. Por unos momentos, y ante las respuestas que esa persona ofrece, el doctor Jones parece salir de su propia sensación de fracaso como docente ante el pasotismo general, y, con un punto de entusiasmo que recuerda épocas pasadas, explica que Arquímedes no solo fue un matemático, sino también un brillante ingeniero que diseñó armas y mecanismos para hacer frente a los romanos. La clase se verá interrumpida por unos estudiantes que entran con un televisor que emite el desfile de los astronautas del Apolo 11 por las calles de la ciudad. Fin de la clase y de la emoción de un cansado profesor Jones, que apaga el proyector de transparencias y lo vemos después dirigirse, suponemos, a su despacho/laboratorio. [Nota: en los pasillos del departamento de arqueología recibe el homenaje de profesores, secretarias y estudiantes, quienes le regalan un reloj por su jubilación –“gracias por aguantarme”, les dice, con esa resignación cansada que arrastra desde que lo hemos visto despertarse ese día de agosto de 1969–, que a la salida de la universidad regalará a alguien en la calle.]

Fotograma de Indiana Jones y el dial del destino (James Mangold, 2023): el doctor Jones en 1969.

Al recordar secuencias de clases de tres de las anteriores cuatro películas, el panorama resulta diferente. En la primera de ellas, En busca del Arca perdida, el doctor Jones explica a sus estudiantes un túmulo neolítico de Turkdean (en Gloucestershire, Reino Unido), que curiosamente en el doblaje castellano pasa a ser un «túmulo etrusco en Tarquinia» (misterios del doblaje). Cuando finaliza la clase, el profesor encarga a sus estudiantes que lean «Michaelson, capítulos 4 y 5» para la siguiente semana; esa misma referencia bibliográfica aparecerá en Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal, cuando, interrumpido por el decano Charles Stanforth (Jim Broadbent), volverá a mencionar este «Michaelson, capítulo cuarto» como deberes para la siguiente semana y para discutir la diferencia entre «migración y éxodo»; recordemos que en esta misma película, en la secuencia en la que, huyendo de dos agentes soviéticos de incógnito en suelo estadounidense, entra con el joven Mutt Williams (Shia Laboeuf) a lomos de una motocicleta en la biblioteca de la universidad, un estudiante (que parece ser el único que no ha quedado sorprendido por la entrada y derrapaje de la moto dentro de la biblioteca) le pregunta al profesor sobre el «modelo de cultura de Hargrove», y aquel le responde que se olvide de Hargrove y lea a Vere Gordon Childe sobre difusionismo, remarcando que este arqueólogo “realizó sobre todo trabajo de campo” y añadiendo la coletilla de que “si quieres ser un buen arqueólogo, debes salir de la biblioteca”); en la clase previa, de hecho, ya se mencionaba a Gordon Childe y sus excavaciones en el yacimiento escocés de Skara Brae (publicados en 1933, segunda edición en 1950) y no deja de ser curioso que la película acontezca en el mismo año en que falleció este gigante de la arqueología (en 1957).

No sabemos quién son “Michaelson” y «Hargrove», de la misma manera que tampoco sabemos quién es el “Winford” puesto como deberes en la reciente película de la saga. Intuimos que se trata de arqueólogos/antropólogos/profesores/especialistas que han escrito sendos manuales generales de arqueología utilizados como bibliografía obligatoria; ficticios, desde luego, pues no hay referencias de que sean reales. Quizá, al menos nominalmente, estuvieran inspirados en figuras reales, como el antropólogo y lingüista Truman Michelson (1879-1938) que escribió obras sobre etnología o el mucho más famoso Lewis Binford (1930-2011), uno de los (diversos) “padres” de la llamada Nueva Arqueología o arqueología procesual, quizá el más conocido, y que tuvo una gran vigencia en esta disciplina en las décadas de 1960 y 1970 (y con un legado en los años posteriores). En clases anteriores, además de mencionar a Gordon Childe –quien se convirtió en una figura seminal en el ámbito de la arqueología en la primera mitad del siglo XX, con obras como Los orígenes de la civilización (1925; traducción en Fondo de Cultura Económica, 1997), El nacimiento de las civilizaciones orientales (1929; traducción en Ediciones Península, 1985), ¿Qué sucedió en la historia? (1942; traducción en Editorial Crítica, 2002) e Introducción a la arqueología (1956; traducción en Editorial Crítica, 2003), entre otras–, Indy también hizo lo propio con Flinders Petrie y sus estudios sobre las excavaciones en Naucratis en 1885 (publicadas un año después por Trubner and Company y la Egyptian Exploration Society).

Fotograma de En busca del Arca perdida (Steven Spielberg, 1981): el doctor Jones en 1936.

Depara un cierto encanto romántico imaginar que Indy recomendaría a sus alumnos de los años 60 a una figura emergente como Binford, con nuevos métodos científicos en la arqueología y que quedaban ya lejos de –o, dicho de otro modo, avanzaban respecto a– los de un Flinders Petrie (otro “padre”, en este caso de la egiptología moderna) y un Gordon Childe, cuya idea del difusionismo criticaba. Para los patrones actuales, su jubilación a los 70 años no sería el fin de una carrera de investigación, y quién sabe si el viejo doctor Jones hubiera leído a otros “nuevos” arqueólogos como Colin Renfrew, Bruce Trigger, Clive Gamble o Ian Hodder, entre otros. Pero seamos realistas: Indy, por mucho que nos gusten sus aventuras, no es un ejemplo de buen arqueólogo. Le vemos dar pocas clases, se escaquea de tutorías en despachos –como cuando, agobiado por sus estudiantes, huye de su despacho saliendo por una ventana en Indiana Jones y la última cruzada– y cuesta imaginarlo en labores administrativas dentro de un departamento (impensable como director de este) o dirigiendo tesis. No le vemos nunca hacer un dibujo de un objeto que ha encontrado (y que va a expoliar, no tengamos la menor duda), ya sea el ídolo hovita, las piedras sankara, la cruz de Coronado, el Grial o las momias de Orellana; tampoco elaborar el esquema de un yacimiento (en Tanis o en Nazca), tomar notas o hacer un inventario. En Indiana Jones y el templo maldito (Steven Spielberg, 1984) pretende intercambiar los restos del emperador chino Nurhaci por un diamante, persigue (y roba) una calavera de cristal en la cuarta entrega y echa en cara, en la tercera, al anónimo anticuario que se apodera de la cruz de Coronado que “debería estar en un museo”… estadounidense, claro, no del país de donde se ha extraído esa pieza.

En ocasiones, Indy trabaja al servicio de coleccionistas y anticuarios –“cacharrólogos”, como los define el autor del libro que, tenga paciencia el lector, reseñamos aquí–, como el Walter Donovan (Julian Glover) de la tercera película, quien lo contrata para seguir las pistas sobre el Grial iniciadas por su padre, Henry Jones Sr (Sean Connery), un profesor de literatura medieval (para quien, por cierto, «la búsqueda del Grial no es arqueología»). En cierto modo, Donovan evoca figuras como las de Theodore Davis, mecenas estadounidense que con sus arqueólogos contratados, literalmente, agujereó el Valle de los Reyes entre 1902 y 1914 (encontró varias tumbas, pero no aquella que deslumbrara al mundo entero). Finalmente, Davis decidió no renovar la concesión del Servicio de Antigüedades Egipcio en el valle, que recayó en Lord Carnarvon, quien, como Donovan, sería alguien que sentía “pasión por las antigüedades”, y encargó a Howard Carter los trabajos de campo; como sabe el lector, Carter, ya in extremis (en la última temporada que Carnarvon aceptó financiar), “descubriría” la tumba de Tutankhamón en noviembre de 1922. Un mecenazgo privado al que muchos arqueólogos se avendrían, y más en aquellos tiempos, en los que el trabajo arqueológico era caro, duro, a menudo poco gratificante y mucho menos glamuroso de lo que la prensa sensacionalista mostraría en la década de 1920 a raíz del hallazgo de la tumba del joven rey Tut. Y mientras en los países europeos había el amparo de organizaciones públicas y privadas dedicadas al patrocinio de trabajos arqueólogos, en Estados Unidos se dejaba en manos de codiciosos “cacharrólogos”, como Donovan o el anónimo anticuario que ansía la cruz de Coronado, el trabajo que debían realizar departamentos universitarios (y también lo hacían, que conste, pero con más dificultades y menos medios).

Cuesta imaginar a un Indy encargándose, fuera de su (de por sí poco visible) faceta docente, de una campaña de excavaciones y del minucioso trabajo en el laboratorio con las piezas halladas (catalogación, estudio, lectura, investigación y a la postre publicación de resultados). De haber trabajado con Flinders Petrie o Howard Carter (bastante irascible este), poco habría durado en el equipo de excavaciones, nos tememos. Cierto es, como menciona Jordi Serrallonga en su libro y como ha remarcado en las dos presentaciones de este en Barcelona en el reciente mes de julio a las que he podido asistir, que el cine requiere viveza, rapidez y acción trepidante; si las películas se desarrollaran con la parsimonia y el detalle de una (auténtica) excavación arqueológica, serían eternas y aburrirían hasta a las piedras. El trabajo arqueológico, la minuciosidad de un pincel que retira poco a poco lo que cubre un hueso o un objeto semienterrado, su plasmación gráfica metódica (dibujos y fotografías), su catalogación, por no mencionar las largas jornadas de excavación, a menudo bajo un sol de justicia en pleno verano –recordemos que las “campañas” y “temporadas” de excavación se realizan un vez terminado el período lectivo en las universidades, con apoyo de estudiantes voluntarios y de miembros docentes de los departamentos; vamos, cuando no hay clases que dar ni exámenes que corregir o trabajos que evaluar, por no hablar de tesis que dirigir–… todo ello casa poco con lo que solemos ver en el cine en general y las películas de Indiana Jones en particular.

Objetos en la mesa de la presentación del libro en Arqueonet, 25 de julio de 2023. Foto propia.

De hecho, las películas de Indy se centran en objetos que de por sí son más llamativos que realmente “esenciales” para explicar un contexto arqueológico: el Arca de la Alianza, unas piedras que se iluminan cuando están juntas y que se relacionan con la diosa hindú Kali, el Santo Grial, una calavera de cristal de origen extraterrestre y el mecanismo de Anticitera (o uno muy similar al real) que realmente aún no se sabe del todo para qué servía. Se busca el objeto, no situarlo en su contexto; de hecho, se saca del espacio en el que está, con inexistentes métodos arqueológicos –curiosamente, es Belloq (Paul Freeman), el arqueólogo enfrentado a Indy, su némesis / lado oscuro, en la primera película de la saga, quien sí realiza un trabajo serio y según los parámetros de la época en Tanis, para desesperación de unos nazis que le exigen rapidez– y tiene finales diversos, ninguno demasiado halagüeño: queda en manos de un arqueólogo expoliador (el ídolo hovita), cae en manos de un museo estadounidense que no debería tenerlo (la cruz de Coronado), queda olvidado en un inmenso almacén gubernamental (el Arca), se pierde para siempre (el Grial), se “destruye” (la calavera de cristal) o sirve para (no mencionaremos la función del mecanismo de Anticitera para no spoilear a quien aún no haya visto la última película). En ningún caso hay un análisis del objeto en su contexto ni una publicación resultante de sus investigaciones. Y es que tampoco lo requieren en las películas: cada uno de esos objetos, de esos “cacharros”, es un macguffin argumental, un objeto precioso que lleva a algo, la excusa para una serie de aventuras o el producto de la codicia humana. La arqueología y en última instancia el conocimiento a partir de su estudio, en pocas palabras, poco o nada tienen que ver con ellos y sí muchas otras motivaciones.

Jordi Serrallonga: buscando huevos de dinosaurio –dragón– en la localidad paleontológica de Flaming Cliffs, desierto de Gobi, Mongolia. Foto de Jordi Serrallonga, extraída de su ficha de autor en la web de Desperta Ferro Ediciones.

De todo esto y mucho más que conviene no destripar, versa, se amplía y se detalla en Un arqueólogo nómada en busca del Dr. Jones: cómo excavar y estudiar el pasado sin rendirse ni perecer en el intento, delicioso libro de Jordi Serrallonga (Barcelona, 1969), primate, viajero, explorador, profesor universitario, arqueólogo, prehistoriador, antropólogo y muchas más etiquetas (además de una encantadora persona) que queramos añadirle; y con quien tuve el placer de charlar en la radio hace unas semanas (desde 1:14:21). Y un fan de Indiana Jones, su figura de ficción favorita junto a Han Solo (curiosamente, ambas interpretadas por el mismo actor). Desde que viera, en el extinto cine Urgell de Barcelona la primera de las películas de la saga, Jordi (llamémoslo por su nombre) se enamoró del personaje. Pero no es un seguidor acrítico del personaje: todo lo contrario, Jordi tiene claro que Henry “Indiana” Jones Jr. no es un ejemplo de arqueólogo y profesor universitario: como lo primero, expolia y descontextualiza objetos, más que seguir una metodología científica; como lo segundo, a la mínima se escaquea de las aulas y de atender a estudiantes en su despacho, algo que el propio Jordi nunca hace. Un personaje ficticio que en ocasiones parece contradecirse a sí mismo, pues si en una película (Indiana Jones y la última Cruzada) dice que «el 70 % de la arqueología se hace en la biblioteca:  investigando, leyendo», en la siguiente (Indiana Jones y el reino de la calavera de cristal), como decíamos, le espeta a un estudiante: «si quieres ser un buen arqueólogo, ¡tienes que salir de la biblioteca!», y en ambos casos tiene razón. Muchos arqueólogos que saben cómo es (realmente) una excavación y cómo se procesan los restos hallados, probablemente disfrutarán en privado con las aventuras del peculiar personaje, pero también muchos no dudarán en rasgarse las vestiduras por su manera de “hacer” arqueología. Jordi, en cambio, y como comenta en el libro, es de los que piensan que Indiana Jones ha hecho más bien que mal a la disciplina arqueológica y que todos aquellos que se matriculan en la universidad soñando seguir las pistas del arqueólogo del fedora –objeto que posee Jordi y solo se pone cuando tiene un viaje o una expedición arqueológica que realizar, y deja en casa cuando toca dar clases o escribir un libro– y el látigo –que detesta, prefiriendo la pipa de fumar– pueden aprender muchas cosas de él: de lo que hacer y sobre todo de lo que no hacer. No es Indy un ejemplo, decíamos, pero sí una inspiración, y de esa andamos a menudo escasos.

Se podría argüir que Indy pertenece a una época en la que se trabajaba de otra manera: falso, desde luego, pues Howard Carter (que no tenía una formación de arqueólogo), por poner un ejemplo real coetáneo, no se parecía en nada a él, ya que tardó ocho años de minucioso trabajo en catalogar, procesar y extraer los miles de objetos de la tumba de Tutankamón descubierta de 1922; hay que decir que Carter también trató la momia de Tutankhamón de un modo que hoy en día lleva a los arqueólogos a llevarse las manos de la cabeza. Otros tiempos, se dirá. Indy tiene mucho de Hiram Bingham, “descubridor” (y también expoliador) de Machu Picchu, y de Roy Chapman Andrews, quien revólver en el cinto (como Jones), camiones y arrojo se fue a buscar restos humanos en Mongolia (y halló fósiles de dinosaurios), y que tenía poca paciencia y cuidado para excavar con meticulosidad; en el libro, Jordi explica qué significó durante un tiempo el protocolo de añadir las siglas “RCA” a los objetos que traía este excavador al Museo Americano de Historia Natural. Particularmente, Indy me recuerda a John Pendlebury por su talante aventurero, y bastante menos a Arthur Evans y Flinders Petrie, dos arqueólogos, como Carter y Pendlebury, cuyos trabajos “pudo” conocer y “aprender” algo, aunque con matices: lo que hicieron Evans en Cnosos, Pendlebury en Amarna o incluso Petrie en alguno de los yacimientos también harían rasgar las vestiduras a muchos arqueólogos modernos.

Presentación del libro en la librería Altaïr de Barcelona, 5 de julio de 2023; de izquierda a derecha: Javier Gómez, «triunviro» editor de Desperta Ferro Ediciones, Jordi Serrallonga y Jacinto Antón. Foto propia.

Pero Indy ha inspirado a este arqueólogo “nómada”, además de dos generaciones de estudiantes y futuros profesores universitarios (aunque pocos lo reconocerán, me temo). Jordi, de manera amena, desenfadada incluso, explica muchos detalles de cómo es una excavación arqueológica –la lectura combinada de este volumen con el libro Tres piedras hacen una pared: historias de la arqueología de Eric Cline (Editorial Crítica, 2018), otro arqueólogo que también le echa desparpajo al oficio (buscad las fotos de corbatas que pone en redes sociales), es una baza ganadora–, pero también nos abre las puertas a los muchos viajes y expediciones que ha realizado en las últimas tres décadas: solo mirar con cierto detalle el mapa al final del libro que señala en qué lugares del planeta ha estado uno tiene la necesidad de agarrarse a la silla. Y es que este libro nos habla de dos vertientes: la que rodea a Indy, el personaje de ficción creado por George Lucas e inspirado en arqueólogos clásicos, y a su “manera de trabajar” (ejem, ejem), su coraje y sus fobias, sus aventuras y su determinación; y la que rodea a Jordi, el primate de larga trayectoria en la labor arqueológica, y que le ha llevado de la garganta de Olduvai en Tanzania al desierto de Gobi en Mongolia, de las Galápagos en pleno océano Pacífico a la cercanía de los yacimientos de Atapuerca y Orce en nuestra península ibérica, de las tierras áridas del norte de Australia a las alturas de Bolivia; o a rastrear, casi en plan nerd (su hermano tiene ganado el cielo, como le dije cuando lo conocí en la primera de las presentaciones del libro en Barcelona) un cuadro en Londres y que remite a uno de los fraudes arqueológicos más sonados del siglo XX: el Hombre de Piltdown; una historia que vale la pena conocer y que remite a la imagen que sobre el “hombre prehistórico” se pretendió fijar y a pesar de los estudios de Charles Darwin y otras leyendas de la historia natural.

Leyendo a Jordi, uno puede sentirse muy identificado con sus lecturas de joven –todos hemos pasado por Ceram–, con sus experiencias universitarias y docentes –también recuerdo, aunque las visité poco, esas plantas 10 y 11 de la antigua Facultad de Geografía de la Universidad de Barcelona en los años centrales de la década de 1990–, y sobre todo con su pasión y método. Pues excavar implica destruir, pero la disciplina que permite desenterrar y procesar los hallazgos, y después dedicar muchas horas a analizar e interpretar (y situar en su contexto), es el que diferencia al (a menudo) saqueador de tumbas que es Indiana Jones del metódico y científico arqueólogo (y prehistoriador o paleontólogo) que, decíamos antes, un mes al año desentierra y los otros diez meses (vacaciones aparte) apenas sale del laboratorio y la biblioteca; y Jordi, con sorna y encanto, conoce todo esto al detalle. Su libro deleita y enseña a partes iguales (¿o quizá deleita mientras enseña?), muestra que el trabajo sobre el terreno requiere de paciencia, muchas libretas Moleskine y un buen calzado, y tiene a gigantes como Louis y Mary Leakey, Philip V. Tobias, Jordi Sabater i Pi o Ernst Shackleton, entre otros, como precursores, maestros y modelos a seguir. Añadamos, además, que es una delicia leer y “ver” este libro: cada capítulo se abre con dibujos de los cuadernos de viaje del propio Jordi y citas de las películas de la saga de Indiana Jones que sirven de acicate para tratar diversos y variados temas, cuenta con muchas fotografías realizadas por el propio autor –Jacinto Antón, en la presentación barcelonesa de la librería Altair el pasado 5 de julio, bromeaba con Jordi echándole en cara que en todas sale él–, y aporta muchos comentarios de todo tipo, en particular sobre la cultura popular (Jordi es un “peliculero” de mucho cuidado), en las imprescindibles notas a final de cada capítulo. Y qué libro vas a encontrar que empieza con la partitura de la Raiders March, el icónico tema de John Williams de la saga de películas.

Fotograma de Indiana Jones y la última cruzada (Steven Spielberg, 1989).

En conclusión, conocer a y aprender de los errores de Indiana Jones permite a Jordi Serrallonga resituar al personaje en su propio “contexto”, insuflar pasión –en la senda de los miles de estudiantes que se han matriculado en Arqueología en las últimas cuatro décadas– y también realismo –no es fácil viajar, explorar y excavar por todo el mundo y mantener unas raíces estables, algo personal que el autor comenta, desnudándose ante el lector–; y, por último, dejar por escrito unas memorias personales que al mismo tiempo son un espejo en el que, con mayor o menor parecido, uno puede mirarse y descubrir que, a poco que le eche curiosidad y arrojo, tiene un poco de Indiana Jones en sus venas. ¡Fortuna y gloria!

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Jordi Serrallonga, Un arqueólogo nómada en busca del Dr. Jones: cómo excavar y estudiar el pasado sin rendirse ni perecer en el intento. Madrid, Desperta Ferro Ediciones, 2023, 400 páginas.

     

12 comentarios en “UN ARQUEÓLOGO NÓMADA EN BUSCA DEL DR. JONES: CÓMO EXCAVAR Y ESTUDIAR EL PASADO SIN RENDIRSE NI PERECER EN EL INTENTO – Jordi Serrallonga

  1. cavilius dice:

    Magnífico texto, dan ganas de liarse la manta a la cabeza y plantarse en Atapuerca con un pincel en la mano.

    Y eso que no soy mucho de Indiana Jones; la primera y la tercera me gustaron, pero en la segunda desconecté mucho. Esta última aún no la he visto.

  2. Farsalia dice:

    Gracias. El binomio Indy/Jordi funciona muy bien en este libro, y que te gustará, teniendo (relativamente) fresca en la memoria la lectura de Cline…

  3. Iñigo dice:

    Lo tengo a la espera de lectura, por eso, me permitirás que no haya leído tu reseña completa… Tiene una pintaza genial.

  4. cavilius dice:

    Con que no leas los 5 últimos párrafos será suficiente, Iñigo. Lo anterior es la puesta en situación.

  5. Farsalia dice:

    Y tampoco destripo demasiado del libro (nunca lo hago…).

  6. hahael dice:

    Gracias, Farsalia, por la monumental reseña.

    1. Farsalia dice:

      No dudes en leer el libro…

  7. hahael dice:

    A ver si me lo agencio, gracias.

  8. hahael dice:

    El autor presentará el libro en Hospitalet de Llobregat. Lugar: Biblioteca Central Tecla Sala, AV Josep Tarradellas i Joan 44. Fecha: 26 de septiembre de 2023. Hora: 18:30h

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