No es muy pródiga la historia de las artes en amistades tan leales y productivas como la de Goethe y Schiller. Ni tan legendarias en vida de los involucrados. La de ambos escritores fue una amistad de proporciones modélicas, al punto de servir de referente para futuras sociedades insignes: en su relación con Flaubert, Turguéniev se asignó alguna vez el papel de Schiller; Vassily Kandinsky y Paul Klee se hicieron fotografiar en una consciente imitación del grupo escultórico que representa a los dos escritores alemanes, en Weimar. Ejemplo de inquebrantable fidelidad y de reciprocidad, la amistad de Goethe y Schiller fue también uno de los episodios fundamentales de la literatura. El filósofo, germanista y biógrafo Rüdiger Safranski (n. 1945), autor de Romanticismo y otros libros, ha hecho de esta emblemática relación el tema de uno de sus últimos trabajos, publicado originalmente en 2009.
Consagrado tempranamente como amo y señor de las letras germanas, Goethe hacía las veces de polo magnético en una época de excepcional eclosión cultural. Celoso de su reputación, el autor del Werther cultivaba un porte majestuoso con el que se imponía incluso en el trato cotidiano con príncipes y aristócratas, necesario en el ejercicio de sus funciones administrativas. Reinando en el mundo de la literatura, genio por antonomasia en un tiempo de culto al genio, el don de una palabra favorable o el de una relación propicia con semejante soberano constituía un signo de prestigio. Para Schiller, diez años menor que Goethe y erigido en estrella literaria ascendente merced a los dramas Don Carlos (1781) y Los bandidos (1787), el inevitable encuentro con el ídolo del momento era motivo de ansiedad y de recelo; venerador de su obra, Schiller llegó empero a tenerlo por un obstáculo en su camino. A Goethe, no exento de vanidad, los escritores prometedores le provocaban un algo de cautela. Años después del primer e infructuoso contacto entre ellos, el intercambio epistolar producido en 1794 echó por tierra todas las susceptibilidades e inauguró una amistad que se prolongó hasta la muerte de Schiller, en 1805. Una amistad que, desde el traslado de éste a Weimar en 1799, convirtió la pequeña ciudad en la capital de la cultura alemana y uno de los centros neurálgicos de la civilización europea.
El que nos concierne fue un caso de complementación ideal de opuestos. Mientras Goethe era hombre no sólo de excepcional sociabilidad sino de continente majestuoso, tan seguro de su valía que recibía los homenajes que se le rendían con el porte de un rey, el carácter de Schiller era más dado a la soledad y el apocamiento; rehuía todo lo posible el contacto con las muchedumbres y los encuentros fortuitos con conocidos, y las manifestaciones de honra lo intimidaban. De modo coherente, la amplitud del mundo podía cohibirlo, mientras que a Goethe lo complacía y lo inspiraba, acicateando su apetencia sensual de experiencias y su ansia enciclopédica de saber. A Schiller la especulación filosófica le sentaba bien, satisfaciéndolo más las disquisiciones metafísicas que el ejercicio de la medicina, su profesión. Goethe no se hallaba en su elemento cuando se le empujaba a la filosofía, en cambio las ciencias lo fascinaban: subyugado por el estudio empírico de la naturaleza, procuraba realizar contribuciones en disciplinas como la anatomía, la mineralogía y la teoría de los colores. En el intercambio de opiniones, dice Safranski, Goethe esbozaba ideas y Schiller las analizaba a fondo: «Goethe aportaba la experiencia, Schiller atendía al orden sistemático de los puntos de vista».
Disentían en política, simpatizando Schiller con el ideal republicano frente a un Goethe símbolo de conservadurismo, pero el acontecimiento por excelencia de la época –la Revolución Francesa- los hizo converger en un profundo horror de los excesos y la tiranía. No todo era oponerse ni diferenciarse, entre ellos. Ciertamente, sus apreciaciones en materia de arte eran bastante similares, resultando perfectamente compatibles en las materias que más los comprometían: poesía, epopeya, drama. Uno de los factores que mejor contribuyeron a un entendimiento recíproco fue su común admiración de la antigüedad clásica, muy en boga a partir de la obra de Winckelmann. Como en feliz augurio de lo que vendría, ambos hicieron -antes de intimar- el descubrimiento de ese mundo en tiempos más o menos simultáneos y por medios característicos, afines a sus diferencias de personalidad: Goethe empapándose de clasicismo y de paganismo en su célebre viaje a Italia, Schiller sumergiéndose en la lectura de los autores clásicos. (Por supuesto, los dos habían leído previamente a Winckelmann.) Ambos compartieron la idealización del mundo precristiano, bullente de dioses y pletórico de vitalidad. Para Schiller y para Goethe, el neopaganismo representaba una fuente de inspiración artística y un manantial de energía vital, en tanto que el monoteísmo cristiano les provocaba sofoco, pareciéndoles el origen del desencanto y del empobrecimiento espiritual del mundo. Desafectos del Dios cristiano y de la religión instituida, rechazaban el arte cristiano por resultarles tortuoso y torturante. Así pues, aunque no concurrieren ambos autores en una adhesión plena al Romanticismo, sí coincidían en la querella que sostuvieron algunos de sus representantes contra la ortodoxia religiosa.
Safranski pinta un cuadro admirable de esta amistad, poniendo el acento en los aspectos intelectuales de la relación. En esto no hace más que seguir una línea coherente, pues el interés primordial de Safranski en su papel de biógrafo e historiador cultural reside en el estudio y divulgación de las raíces modernas de la germanidad. Sus libros sobre figuras clave de la cultura alemana (Schopenhauer, Nietzsche, Heidegger y el propio Schiller) son, ante todo, biografías intelectuales en las que el autor explora tanto los derroteros del pensamiento como sus fuentes e influencias. De lectura ágil y amena, Goethe y Schiller complementa la exhaustiva monografía que el autor dedicara a Schiller (ver Schiller o la invención del idealismo alemán, Tusquets, 2006).
– Rüdiger Safranski, Goethe y Schiller: Historia de una amistad. Tusquets, Barcelona, 2011. 340 pp. Hay edición de bolsillo.
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iñigo
Interesantísimo… Muy buena reseña y grandes personajes.
cavilius
Nunca me he atrevido con Goethe, de quien solo he leído, hace muchísimos años, el Werther y la primera parte del Fausto. Y con Schiller no digamos. Este libro creo que podría gustarme, y además parece que el autor está especializado en biografiar a filósofos alemanes, punto a su favor. Nada, nada, a la lista de los libros buenos.
Rodrigo
Muy grandes, Iñigo. No los cuento entre mis escritores favoritos, esto debo confesarlo, pero su importancia es innegable. Y bueno, algunas de sus obras fueron gratas lecturas de juventud, especialmente unos dramas de Schiller (los mencionados en la reseña y algún otro).
Leerme el segundo Fausto es tarea pendiente, que no estoy seguro de llegar a cumplir.
Acabo de conseguirme el libro sobre Nietzsche, Cavilius. Por lo hojeado parece estar muy bien, incluso me ha recordado lecturas también juveniles y en su día estremecedoras (qué conmoción, el Zaratustra). En cuanto a las otras biografías de filósofos, paso. No es lo mío.
iñigo
A mi las biografías de filósofos me interesan más bien poco, pero un libro que desarrolla y describe la amistad de dos grandes intelectuales y además protagonistas del siglo XIX, uno de los siglos con más movimientos ideológicos y sociales, me atrae de por sí.
Rodrigo
Vale, vale. En eso coincidimos.
En todo caso, las biografías en cuestión son sobre todo biografías intelectuales, incluso la de Schiller, que me ha gustado muchísimo. Justo porque estudian la evolución de un pensamiento es que no iré a meter las narices en los libros sobre Schopenhauer y Heidegger. Son temas que me superan.
iñigo
Y a mi. No tengo cabeza para la filosofía.
Ariodante
Querido Rodrigo, otra vez con otro libro estupendo y con tu maestría al escribir sobre él. Safranski es garantía de calidad, yo tengo el de Nietzsche y lo consulté cuando estaba trabajando el artículo sobre Wagner y los nibelungos. A Schiller no le he leído, pero sí un poco a Goethe: Werther, Las afinidades electivas, la teoría de los colores…pero hace tiempo de ello. tengo su Viaje por Italia pendiente de leer, aunque visité en Roma la casa donde residió, y vi una exposición de pinturas suyas, unas acuarelitas muy bonitas. Este verano mis lecturas previstas no le incluyen. Me tengo que ir (literariamente hablando, se entiende) a la Antártida con Amundsen y Scott, y probablemente a los mares del sur con Cook. Eso alternándolo con Don Vicente Blasco Ibáñez y sus novelas papales.
iñigo
Que buenas las novelas de Blasco Ibañez . Me imagino que te refieres a «A los pies de Venus» y «El Papa del mar». Estupendas ambas.
Ariodante
Efectivamente, Iñigo. Ambas, dos magníficas novelas. Una nueva mirada sobre los «terribles Borgia» y otra sobre un papa español que supo mantener el tipo, en aguas turbulentas.
iñigo
Ah, el Papa Luna y Peñíscola…
Ariodante
Bingo! Ahí he descubierto la conexión entre este papa y los Borja-Borgia. Calixto III y Alejandro VI
Rodrigo
Vaya, Ario… Tuve alguna vez el Viaje a Italia, en plena época de lecturas viajeras, y nunca le hinqué el diente. Creo que el ejemplar desapareció en una de mis limpiezas de estanterías.
sciurus
Debo reconocer que soy un germanofilo empedernido…y toda referencia a este mundo me interesa. Aún así, yo de Goethe también he leído únicamente el Fausto y Los infortunios del joven werther, disfrutando de ambas. Pero debo reconocer que mi aproximación más seria a este genio, la he hecho de manera (in)directa a través de Thomas mann. Os recomiendo su carlota en Weimar, donde Mann junta a Goethe con su amor de juventud que más tarde le inspiró para la citada obra precursora del romanticismo y suicidios por amor.
Rodrigo
Hay un par de ensayos de Thomas Mann sobre Goethe. Muy buenos, sobre todo aquel en que lo contrasta con Tolstói.